22 de febrero de 2012

Tres finales, una cuestión.



I

Llego a casa, de repente, algo altera mis sentidos, en la puerta del estómago, siento una estrella de nervios de puntas filosas.  Observo, no pasa nada.  De pronto, cuando pienso que sólo fue un susto, me sorprenden tres jóvenes vestidos de sombra.   

Quisiera correr, pero dudo que mis piernas respondan. No descifro lo que oigo ni lo que pienso, pero tampoco hace falta, de golpe, uno de ellos, ya está sobre mí. 

Escucho un disparo. 

Sé que me hirió, pero todavía no siento el dolor, sólo veo la sangre. Resisto. No me quiero caer al piso, tengo miedo de no levantarme de nuevo.  Con todas mis fuerzas me sujeto del brazo que sostiene el arma, no voy a soltarme de Él, no voy a darme por vencido. Mis ojos hablan por mí, y Él me entiende, aunque no sabe lo que está sintiendo –queda perplejo- Lentamente, intenta retroceder; Yo avanzo hacía Él.

El miedo crece.

Intento decir algo, pero ya no tengo aliento, apenas puedo estar de pie, sólo detengo unos instantes mi final. Él, sigue retrocediendo, algo teme.  Teme de mi fuerza; en su mente, piensa disparar de nuevo, matarme de una vez por todas, pero teme. 

Teme porque ignora. 

Ignora que entre él y yo, hay un abismo, pero más teme, porque al verme, ve su alma, cobardemente humillada.

II

Despertó como si no hubiera dormido nada y detestó que fuera de día.  Le sangró levemente la nariz como rastro de la noche anterior.  Se limpió en el baño, después cerró todas las ventanas y se sentó en la cocina, donde había más oscuridad.

Con la vista buscó algo a su alrededor, pero no encontró lo que buscaba.  Sintió no estar en ningún lado, sintió frío y tuvo miedo, pero no pudo llorar.

Del montón de colillas que había en el cenicero, eligió una que calculó le quedaban dos o tres pitadas.   El gas tomó cuerpo con la colilla que prendió y sus pulmones se ahogaron antes que las llamas fueran a Ella.


III

Buscaba sus palabras en el silencio, nadie sabía que había un pacto.  Prefiere morir antes que hablar. Elige matar antes que entregarse. Con la mirada, vigilaba el movimiento de los oficiales.

Bastará un segundo para resolverlo, y sucedió.

Pateó el escritorio y cayó de espalda sobre su silla, giró, tomó la lesna del piso, se levantó, y la enterró donde calculaba el corazón.  El segundo policía que lo custodiaba, antes que fuera por él, le voló la sien.

El único precio que no iba a pagar, era el de negociar con la policía. 
                                                              

                                                              ∞∞∞∞∞∞
¿A dónde van los desesperados, los perdidos, los enfermos, los abandonados, los solos; si nunca los buscaron?
                                                              ∞∞∞∞∞∞

No hay comentarios: