29 de noviembre de 2015

Un buen tipo


Cuando mi viejo llegó a casa eran como las nueve y media de la noche. Como siempre, llegó molido por el trabajo, pero esa vez traía en la cara la angustia que le había dejado la reunión con la maestra y la directora de la escuela. La cena pasó tibia y muda, solo habló la televisión. Apenas terminamos de cenar me sentó en la mesa del comedor y de su maletín sacó dos cuadernos Rivadavia de 24 hojas, una regla y un lápiz nuevo de esos que tiene gomita arriba; no lo olvidé más. El lápiz decía: Profesional L N° 4. Se habían hecho casi las doce de la noche y mi viejo estaba por enseñarme caligrafía como si fuera un arte marcial. Con la regla me hizo dividir los renglones al medio y él escribió la primera oración en cursiva perfecta:

—No voy a pelear nunca más.

La consigna era aprender a escribir sin pasarme ni por arriba ni por debajo de las líneas del renglón, marcando el punto, el tilde, cerrando bien cada curva de las letras. Todo un arte. También comprendía no olvidarme que una pelea más y me echaban de la escuela y que me ganaba la paliza de mi vida si eso pasaba. Escribí. Y lo hice bien, por lo menos hasta que los dos nos quedamos dormidos en la mesa.

Aquella noche, mi viejo despertó algo en mí que nunca más volvió apagarse. Aunque no fue precisamente un camino de paz, porque después seguí a las piñas una docena de veces.
Fue la íntima experiencia de libertad que sentí al presionar el lápiz sobre el papel, fue el concepto y la idea, la hora y mi viejo, la escuela y la vida. Fue la línea y la curva que ordenaba mi cabeza y la obediencia de la mano. Era la ventana y el paisaje que sólo yo podía ver.

Así fue que hasta el día de hoy, veinte y pico de años después sigo practicando la caligrafía como un arte marcial en mis cuadernos Rivadavia, dividiendo los renglones donde escribo en cursiva perfecta:

—Es un buen tipo mi viejo.


(texto actualizado al corazón)

20 de octubre de 2015

De la profesión y otros oficios. (Texto rescatado y actualizado)

Hoy es el día del abogado y recibí una cantidad considerable de saludos y de buenos augurios que todavía no he podido contestar porque recién termino de perseguir una ambulancia. Ahora hace calor y estoy cansado. Cansado de la competencia desleal, cuando yo corro hay otros que vuelan, lo digo por mi colega que puso su oficina en el bar del hospital de urgencias y se quedó con el amputado que iba en la ambulancia. Así no se puede.

Me acuerdo cuando tenía 16 años, choqué en la moto con un auto que se dio a la fuga dejándome tirado al borde de la muerte. Los días que sucedieron al accidente decenas de abogados hacían cola en la puerta de mi casa para tomar el caso. Los recuerdo como si fuera ayer. Pensaba, entonces, que importante y noble profesión era la del abogado, venir hasta mi casa, preocuparse por un desconocido, por la prótesis, por que no me faltara nada... Después faltó de todo y casi tuvo que salir mi papá a hipotecar la casa para que no la remataran... pero nada de eso me borró de la mente la imagen que me identificó:  Prestar auxilio. Me vi en el futuro ayudando a solucionar problemas, aunque a veces tenga que generar problemas para solucionarlos.

Esa visión me marcó para siempre. Me hizo soñar, decidir que quería hacer algo de mi vida.

Esa decisión me llevó a tomar la decisión de estudiar y esa decisión me condujo a otras elecciones que fueron construyendo un camino hasta el presente, y que sigue construyendo.

Mi profesión me ha llenado de satisfacciones y desafíos. Nada me llena más de felicidad que recibir un humilde y sincero "gracias doctor por todo lo que ha hecho, no sé cómo pagarle..." Entonces yo les explico como pagarme, y ahí empieza el desafío, cobrar.

Ahora, en la soledad de la oficina, mientras contesto los saludos que recibí a la vez que pienso en la libertad de un chico que asisto, se me cayó esta pregunta a la cabeza: ¿Qué haría sino hago lo que hago?

Me reclino en el sillón a pensar. A soñar en algo como aquella vez que soñé que iba a ser abogado.

Me balanceo.

Hoy sería lavador de cabezas en una peluquería muy cheta.

Me río solo.

Con la misma fuerza

Digo, hago, termino y paso a otra cosa.

No espero nada. No espero a nadie.

No es que este apurado,

es que todo lo que hago me hace a mi con la misma fuerza.

Soy en movimiento, como agua, como el viento.

16 de octubre de 2015

La oportunidad del loco. (texto rescatado y actualizado)


Todo empezó antes de lo que recuerdo, de alguna manera siento que todo vino dado. O tal vez escrito. Lo primero que recuerdo son las fiestas de cumpleaños que me invitaban cuando empecé la escuela y que forzosamente me llevaban: Mi mamá me dejaba en la puerta de la casa del cumple, se iba y ahí me quedaba, sólo en la cocina del cumpleañero sin participar en nada hasta que venía alguna tía y me llevaba de prepo a jugar con el resto de los chicos.

Me costaba adaptarme porque era muy tímido, bueno, todavía lo soy, pero más domesticado que antes. Siempre me pasaba lo mismo, ¿quién quiere helado? –Preguntaba alguien- yo nunca me animaba a contestar, siempre dependía de que otro me viera y me diera. Un calvario.

Después crecí un poco y aprendí a jugar al fútbol. Soñaba con ser goleador y jugar como el Enzo Francescolli, pero siempre me mandaban al arco, mejor dicho, sólo jugaba en dos ocasiones, cuando no había arquero o cuando la pelota era mía. Pero no me quejo, el deporte, aunque sea con estas injusticias me sirvió para aprender a adaptarme, después de todo, encontré mi lugar en el arco porque no tenía que correr como los otros y porque me daba tiempo para soltar mis pensamientos al aire; en fin,  como dije recién, sigo siendo medio bobo pero más adaptado.

Casi terminando la primaria, viví un episodio que guardaría encerrado en el corazón por varios años. Laura, mi hermosa señorita de sexto grado, estaba en frente de todos nosotros enseñándonos los ángulos isósceles y, Yo, como todo caballero enamorado de su dama, me quemaba el bocho por entender y participar en la clase, hasta me animaba a pasar al frente con tal de tener su atención, hasta que llegó el peor día de mi vida… Cuando la seño preguntó quién pasaba al pizarrón a resolver un ejercicio, en un flash de silencio, la Chancha, uno de mis eternos rivales en el grado, contestó desde el fondo del aula:

-Que pase el cabeza de galpón para guardar la luna.

La clase reventó en una risa burlona.

No había dudas de que se trataba de mí, el único cabezón del grado. El trauma no fue el chiste, ni la desproporción de mi cabeza con el resto del cuerpo, sino el dolor y la vergüenza de ver una mujer hermosa como la seño con la cara roja no pudiendo disimular la tentación de reírse a carcajadas. Sentía que el compás que usaba para dibujar los ángulos en el pizarrón me lo clavaba en el medio del corazón una y otra vez. Ahí conocí lo que después conocería como Estado de Emoción Violenta y, en ese estado hice lo que tenía que hacer, me levanté, fui hasta el banco de la Chancha y le sacudí los piojos hasta que lograron sacarme.  

Ese día casi me echan de la escuela. Estuve en la Dirección hasta que llegaron mis viejos a hablar con la Vaca Milka, la directora. No me acuerdo que tanto hablaron y que habrán dicho de mí, pero me acuerdo que primero lloró mi mamá, después lloró la seño y al último también lloró la dire, hasta mi viejo salió con los ojos rebalsados de esa reunión. Lo bueno fue que durante el resto de la primaria, nunca más nadie volvió a decirme cabezón. Lo malo fue, que siempre que me acercaba a una mujer, sentía que iba a reírse de mí.

Ese mismo día, por la noche, cuando mi viejo llegó a casa, molido como siempre por el trabajo y el estrés de la reunión en la escuela, apenas terminamos de cenar me sentó en la mesa del comedor, sacó dos cuadernos Rivadavia de 24 hojas, una regla y un lápiz nuevo de esos con gomita arriba; no lo olvidó más, el lápiz decía: profesional L N° 4.  Eran casi las doce de la noche y mi viejo estaba por enseñarme caligrafía como si fuera un arte marcial. Con la regla me hizo dividir los renglones al medio y él escribió la primera oración en cursiva perfecta:

-No voy a pelear nunca más.    

La consigna era aprender a escribir sin pasarme ni por arriba ni por debajo de las líneas del renglón, marcando el punto, el tilde, cerrando bien cada curva de las letras. Todo un arte. También comprendía no olvidarme que la próxima pelea me echaban de la escuela y que me ganaba la paliza de mi vida si eso pasaba. Escribí. Y lo hice bien, por lo menos hasta que los dos nos quedamos dormidos en la mesa.

Aquél ejercicio caligráfico no fue un ejercicio más o un tipo de penitencia nueva, fue mucho más profundo que todo eso. Fue la íntima experiencia de libertad que sentí al presionar el lápiz en el papel, fue el concepto y la idea, la hora y mi viejo, la seño y la Chancha, la escuela y la vida. Fue la línea y la curva que ordenaba mi cabeza y la obediencia de la mano. Era la ventana y el paisaje que sólo yo podía ver.

La caligrafía despertó algo en mí que nunca más volvió apagarse, aunque no fue precisamente un camino de paz, porque después me seguí cagando a piñas una docena de veces más. Lo que se encendió en mi corazón, fue el entusiasmo y el calor por ordenar las letras, como ladrillos que levantan casas. Así fue, que hasta el día de hoy, veintipico de años después sigo practicando la caligrafía como un arte marcial, como una disciplina milenaria en mis cuadernos Rivadavia, dividiendo los renglones y escribiendo en cursiva perfecta:

-Es un buen tipo mi viejo.

Un día, de golpe, llegó la difícil y brutal pajertad de la adolescencia. Tenía un puñado de acné tirado en la cara, una pelusa en los bigotes que parecía chocolatada y una cabeza del tamaño de un cucharón para remover el océano, todo eso más una incipiente vocación un tanto maricona en la coyuntura de mi barrio. Digamos que se me puso bastante oscuro. Así que opté por sobrevivir y olvidarme de ésta mariconada de andar escribiendo cosas raras. Me largué al rodeo de vivir sin pensar Yo. Y, en honor a la brevedad, diré que hice todo lo que no tenía que hacer. Que erré todo lo que podía errar hasta que todo fue un acierto. Un día, asqueado de lamerme las heridas de mi propia tiranía, decidí probar con aceptar, que escribir me hace bien y no hace daño a nadie, aunque varios amigos se sintieron dejados de lado porque no entendían qué podía hacerme tan bien sin ellos.

A partir de entonces, escribo compulsivamente para recuperar el tiempo el perdido fuera de mí, aunque sé que es al pedo, el tiempo sólo es útil cuando se pierde, pero si recupero los errores como recuerdos que laten en la memoria para corregirse ahora.

Decir que escribo todavía me suena raro, como ñoño. Lo bueno es que no me importa. Lo mejor de lo bueno, es que yo no escribo, yo sano mi mente.


             

10 de octubre de 2015

Una voz en el teléfono

—Hola.

—Hola, ya llegué,  estoy acá en la puerta.

—¿Dónde estás?

—Acá, en la puerta ¿y vos?

—Acá, en Colastiné.

—¿he?

—¿vos dónde estás?

—¿Vos con quién queres hablar?

—Con el veterinario, es que hoy me desperté a las cuatro de la mañana y tengo un cachorro muy mordido por otro que no es cachorro.

—¡huy! pobrecito... ¿ y está grave?

—¿pero lo podes atender o no?

—pero yo no soy veterinario.

—... (me cago en la reconcha de la lora). Bueno, disculpa, que tengas un buen día.


—Gracias, felices pascuas , suerte con el cachorrito.  

No hay peor

No hay peor ciego que aquel que cree que ve, como, por ejemplo, yo.

Belleza

No existe belleza más grande en la tierra que la humildad.

Gracias

Gracias a todos los que se preocuparon por mi ausencia en estos meses. Estuve en la peluquería. Todo salió bien, gracias a Dios. Con los paros de transporte se complicó bastante, pero bueno, ahora solo me queda la insoportable levedad de los pelitos en la piel. Casi nada. Lo peor fue la anestesia total. Cuando desperté no sentía la cabeza, era como flotar. Por un par de semanas tengo que usar cuello ortopédico para no forzar los hombros. De nuevo, gracias a todos.

Parte

La Reina no está. El palacio quedó de postal.

El cielo está abierto, el sol pica en la piel pero no te disfruto en el verde con tu café de sobremesa.  

Por la tarde mejoró, aunque al caer la noche cayó el silencio en la cocina. 

La cama es un invierno.

Julio se llevó el oso. 

¿Qué diferencia horaria nos une cuando te vas?


9 de octubre de 2015

Calabalumba

—La que lo parió, lo que me faltaba —dije, mientras me sobaba la cabeza—. El chofer del colectivo había frenado a lo bruto en el andén de la terminal de Cruz del Eje y le di un cabezazo a la ventanilla. En la terminal no se veía un alma, estaba todo cerrado. Podía ser por la siesta o por el calor que pasaba los 40 grados o por las dos cosas juntas o ¡qué sé yo y qué carajo me importa! Solo quiero llegar a mi casa, bañarme, cagar y dormir en mi cama, nada más. Harto me tiene este colectivo de mierda. Regresaba de las peores vacaciones de toda mi vida. Había decidido vivir una experiencia que “me abriera la mente”. Sí, entre comillas. Quería sentirme un liberado más de este siglo. Saber qué era eso de “fluir” y cómo era eso “dejarse llevar”. Compré una mochila, una bolsa de dormir, un par de libros y salí de mi casa con el objetivo puesto: “encontrarme conmigo mismo”. Probar a qué sabía la vida, allá, afuera de mi sistema de pasillos atestados de personas que no saben ni dónde están paradas, de abogados presumidos y funcionarios apunados entre los humos del doctor y los vicios del empleado público. Quería saber qué es la vida sin ascensores lentos, sin naranjitas patoteros, estar fuera de los conductos diarios de papeles, de corridas, de taxis y de frustraciones comunes. 
Fue la peor idea que tuve en mi vida.
No sé de dónde carajo saqué tanta pelotudez de “encontrarme” de “abrir la cabeza”, de “dejarme llevar” y bla, bla, bla. ¿De dónde coños habré sacado esta idea de que en la relomada del orto iba a encontrar algo? Seguro que fue por culpa del gallego de la oficina. Me hubiera ahorrado bastante viaje de porquería si no le hubiera dicho nada.
-Ve tú solo, chaval, siempre hay otros en el camino que te van acompañar. Y seguro que follas más que acá. —me dijo el gallego forro cuando lo invité a este viaje.
Al tercer día, solo, sin bañarme, con hambre, con sueño y perdido en un remotísimo pueblo en la loma del cachilo ahorcado, entendí que nada de esto me iba hacer encontrar conmigo, ni me iba hacer follar, ni nada. Gallego hijo de puta.
Es que no me deja de sorprender cómo te endulza la oreja cuando habla, todo azí, con zeta habla el chamuyero éste, que todo el año se la pasó contado sus historias de mochilero por la América del Sur. Las mujeres, las fiestas, los lugares increíbles, las aventuras de peligro extremo. Y en la oficina y en tribunales, todas las minas muertas con el farsante.
—Haz tu propia experiencia, tío —. Me contestaba el sorete este, cada vez que le preguntaba algo de sus relatos. Para mí, el gallegoculeao inventaba todo de tanto ver el Discovery. Pero el que es pavo es pavo, y siempre escucha lo que quiere escuchar. Sí: yo que nací y me crié en un departamento en el microcentro de la ciudad, que hice toda la primaria y la secundaria en transporte escolar en un colegio de curas, que trabajo de lunes a viernes en una oficina con aire, dispenser, internet, alfombra, secretaria y que nunca toqué un trapo de piso ni de casualidad… ¡¿qué se me viene a ocurrir encontrarme en la reconcha de la lora?! Lo único que encontré fueron mosquitos del tamaño de una paloma. ¿Cómo no se me ocurrió encontrarme en un all inclusive en Costa Rica? Un cuarto de media pensión era todo lo que le pedía a la vida para intentar “encontrarme”, pero brillé por mi ausencia.
La primera noche dormí en la plaza de un pueblo y me despertó un perro que me meó la mochila. A la mañana siguiente seguí buscando habitaciones disponibles y nada, otra vez se hizo de noche. Volví a la plaza. Esperaba que apareciera el perro para darle un palazo en la nuca, hasta que me quedé dormido en el banco. El perro no apareció en toda la noche pero despareció mi mochila. Sí, desperté, y ya no estaba. Resignado, acepté que todo era una clara señal de que me tenía que “encontrar” urgentemente conmigo, pero en mi casa, y antes de que sea tarde y detone el calzoncillo que llevo puesto. Así que decidí irme en el primer colectivo que saliera.
De regreso. Sentado del lado de la ventanilla, tragándome el polvo de pueblos olvidados sin haber encontrado ni mi sombra; esperando que el colectivero arranque y que ya no pare hasta mi casa. En la resignación absoluta, miraba el trazo de la sierra. Y lenta, pero hondamente, me iba cayendo en un pozo de sueño que ahogaba los ruidos y las luces. Me iba acomodando como podía en el asiento hasta que otra vez mi cabeza revotó contra el vidrio y ¡la reputísima madre que lo re mil parió!
CALABALUMBA, decía un cartel roído. CALABALUMBA, intenté repetir mentalmente para volver al sueño. CALABALUMBA, escuché que alguien pronunciaba. CALABALUMBA, escuché otra vez. La voz no venía de mi sueño sino de la realidad. Di media vuelta y me sorprendió. Estaba tan ensimismado que no había reparado cuando subió, ni mucho menos que se había sentado a mi lado. Parecía una escena de película.
—Voy a Capilla del Monte. Quiero conocer el Uritorco.
Una sonrisa brillante coronaba la última palabra. Tardé en contestar porque realmente era muy linda y me había puesto tímido como a los nueve años. Era linda a mi medida, linda como que a ningún otro hombre podría gustarle tanto como me gustaba a mí. Linda exclusiva. Me quedé repasando los detalles del momento: el sol le daba en la cara, el viento de la ventanilla le soplaba el pelo negro y fino descubriendo su frente blanca y exponiendo el arco sensual que iba desde el cuello hasta la cúspide redondeada de sus hombros. Tenía ojos grandes y azules. Muy azules.
—Sé que está en Capilla, pero no conozco el Uritorco—, contesté como un idiota por no saber y se me apareció la cara del gallegoculeao burlándose. Aunque hubo algo en mi expresión que la hizo sonreír, entonces sentí que una barrera se quebraba. Y el gallego ya no se burlaba.
—Me llamo Ana… —dijo con frescura y extendió la mano.
—Yo soy Rubén— y le devolví la mano, y ella se rió otra vez y yo sonreí por cortesía pero con desconfianza porque no sabía de qué se reía.
De a ratitos nos mirábamos sin decir nada. Ella volvió a sonreír. En realidad sonreía todo el tiempo. Detrás de cada palabra dibujaba una sonrisa.
Ana y yo conversamos de todo un poco. Le conté del fracaso de mis vacaciones y sobre mi trabajo y sobre lo que provocaba el gallego en las mujeres de la oficina. Ella interrumpía todo el tiempo con una pregunta. Era curiosa, como yo a los nueve años. Sobre su vida contó muy poco. Dijo que le gustaba el paisaje, el olor a tierra mojada, el otoño, la primavera, el invierno, la lluvia, la noche, la luna, el viento, el silencio, el verde amarronado de la sierra y el cielo. Solo hablaba de las cosas que le gustaban.
Yo seguía con atención cada palabra de lo que decía sin perder de vista el movimiento de los labios —cómo la chaparía ahora mismo—. A medida que el sol se borraba de su cara iba descubriendo más encantos de su belleza. Cada facción del rostro, el laberinto de la oreja y la curvatura del cuello que caía como un tobogán a las tetas. Me tenía poseído por el singular encanto que tenía, la ocasión del encuentro. Y las tetas. Le pregunté a qué iba al Uritorco y se quedó pensativa un instante. Parecía que había olvidado la respuesta o que la rebuscaba en algún lugar remoto. Me pareció gracioso, y se repetía cada vez que yo le preguntaba algo, ella se tildaba con una mirada esquiva y hermosa. 
—No sé, —respondió—. Hay tantas cosas que no sé. Yo creo en el presente, estoy donde tengo que estar y acá estoy, el destino viene por mí.
—El destino… —por dentro pensé que estaba fumada y que estaría bueno probar.
Entonces me miró a los ojos con toda sensualidad y yo me metí en los de ella como quien se mete en otra boca con un beso que termina en la cama. Hizo una pausa y mientras yo calculaba los movimientos de los labios, los segundos, la distancia, el envión y la lengua, dijo:
—Voy a contarte algo, Rubi: yo hablo con Dios.
—Con dios… —repetí atragantándome el beso.
En ese momento el grandísimo hijo de puta del chofer volvió a frenar como una bestia e interrumpió con un grito grotesco y fatal:
—Capiiia del Monteeeee... 
—Acá me bajo… —soltó con gracia.
Mis vacaciones habían sido una mierda. Pero el encuentro con Ana era absolutamente distinto. Era lo mejor que podía sucederme y empezaba a lamentarlo como nunca antes había lamentado algo. Ella se esfumaba en mis narices. No sé cuánto hablamos pero fue lo suficiente para olvidarme lo mal que la había pasado y “abrir la mente” a lo bien que podría pasarla si terminábamos enroscados en un telo o en un cerro o donde sea. Era más que todas mis expectativas descartadas. Era algo posible. Ana sonrió, y dijo:
—Rubén, no me voy a olvidar de vos. Ojalá encuentres lo que estás buscando y seas feliz. 
Se puso de pie y descendió rápido, sin mirar atrás.
Quedé helado. La magia perduraba pero iba a desvanecerse si no hacía algo inmediatamente. Ana me gustaba, me calentaba y estaba a un paso de no verla nunca más. Todas las barreras juntas se cayeron de golpe. Las aspas de un molino giraban en mi panza, arremolinando miles de ideas pelotudas que me hacían sentir un cagón, una sombra del gallego, pero… ¿y si ésta era la razón de mi viaje? ¿Y si era Ana la experiencia que quería vivir? ¿Y si en ella me había encontrado y me había enamorado? ¿Y si sus besos? ¿Y si sus tetas? De inmediato supe lo que tenía que hacer: evitar la peor de las barreras: salvarme del olvido. Me acerqué rápidamente al conductor y le pedí que se detuviera, le dije que me había dormido, pero no me creyó y le dije que no sea tan culiado y que me deje bajar.  Bajé y corrí hasta la terminal imaginando la sorpresa de ella al verme otra vez, seguro entendería por qué bajé: “…encontré lo que buscaba, sos vos., iba a decirle y, tarde o temprano nos echaríamos un polvo inolvidable.
Llegué agitado, observé dónde podía encontrarla, pensé que aún estaría por ahí, preguntando cómo llegar al cerro o esperando un taxi; pero en eso que intentaba encontrarla, de reflejo alcancé a ver una foto del periódico que me llamó la atención. Me acerqué y vi que era la foto de una mujer parecida a Ana. Una foto vieja de tres médicos en la puerta de un hospital. Me acerqué más a la foto hasta pegar la nariz contra el vidrio del kiosco de diarios. El diario local decía:
“La comunidad de Capilla del Monte recuerda con dolor y mucho respeto el aniversario del fatídico accidente de tránsito que ocurriera sobre la Ruta Nacional N° 38 a la altura del paraje Calabalumba, y que terminara con la vida de tres jóvenes médicos residentes, Antonio Pareras, Diego De Torres y Ana Solares. Cada vez son más las personas que se hacen devotos de estos médicos que, aseguran algunos, se aparecen a personas enfermas y las curan.”
La foto ocupaba la mitad de la plana y las dos Anas, la mía y la médica muerta, eran parecidas de verdad. Un frío angustioso me amenazó por la piel y después me ahorcó el estómago, necesitaba un baño urgente. Había escuchado cosas raras de Capilla del Monte: extraterrestres, ovnis, ciudades intraterrenas, y gente que caga una vez a la semana en la puerta de la iglesia para quitarse el bautismo, pero esto, es increíble: Calabalumba, el nombre de Ana que se repite, el parecido físico. Era una señal muy clara del destino: Ana es “la mujer” y Capilla es “el lugar”.
Un viejo linyera que tenía la barba como una virulana gastada me chistó por la espalda, lo miré y me miró. No era un linyera, era un artesano trucho con mezcla de curandero garca. Se reía a carcajadas. No tenía dientes. Cobraba cincuenta pesos a cambio de contactarse con los médicos y curarte cualquier enfermedad. La terminal empezó a llenarse de gente gritona, la mayoría eran porteños. Me desesperé, cada segundo que perdía era una distancia nueva que me alejaba de Ana. A los empujones me hice lugar y salí en su búsqueda. No podía estar muy lejos, fui a una esquina, corrí hasta la otra, entré en una pollería, salí, doblé la esquina… La vi. Ahí estaba. Era su espalada, su perfil, su pelo, su pose, su ropa. Estaba en la Techada y hablaba con alguien que estaba adentro de un negocio. Sentí que todo mi amor era su amor, no pensé nada más, corrí hasta ella, la tomé de la mano y la besé para siempre. Después de lo que duró esa eternidad abrí los ojos, los de ella seguían cerrados y en esa fugacidad en que pasa lo mejor de la vida alguien de adentro del negocio me clavó la mejor piña nunca antes vista. No alcancé ver nada hasta que me despertaron del piso unos turistas que insistían en llevarme al hospital. Por suerte Ana no estaba. Mano de piedra tampoco. Estaba solo, rodeado de desconocidos. Volví a la terminal, entré al baño, la nariz empezaba a taparme el ojo y la cara me latía en cada poro. Tenía los ojos llorosos y la vista aturdida. No pude cagar, tampoco mear. Me lavé la cara y salí del baño.
—Tomá, curame esta megabosta de vacaciones— le dije al viejo garca, mientras la terminal se volvía a llenar de porteños gritones.       


19 de julio de 2015

Sorpresa

Desde que te fuiste no para de llover. Y es que nunca en la puta vida llovió tanto como en estos días. La casa se llenó de hongos, todo es verde esperanza y miles de polillitas revolotean sobre nuestra cama pero tú no estás aquí.
La ropa no se seca, ya no tengo que ponerme y me puse tu culote. Ajusta un poco pero no está mal, tal vez podríamos ahorrar un poco si compartimos mis boxers y tus culotes.  
Busco tu perfume en la cama pero el colchón es pura humedad. Enciendo tus sahumerios, aunque no huelen igual si no son tus manos que los encienden. Me estoy volviendo loco.
Hoy no dormí, me entretuve recordándote y te planché las 52 remeritas iguales que te  compraste en la salada. 51 porque la última se me quemó, perdón. También se quemó tu notebook, perdón. Es que la dejé cerca de la plancha mientras veía en el ropero todo el espacio que ocupas en mi vida.
Tu ausencia me está destrozando el estómago. El culo se me llenó de harina y casi no voy de cuerpo. Tuve que ir a los chinos a comprar lácteos, ahora cago muy bien.
Desde que no estás, el tiempo es una agonía, y es que no hago otra cosa que pensar dónde dejaste los papeles del auto. Hoy casi me da un infarto con la caminera, culpa de esos conitos de mierda casi levanté un policía. Tuve que darme a la fuga porque me iban picotear con los conitos. Todavía estoy un poco perseguido, por eso voy al negocio en bondi. 
Los cachorritos son adorables y crecen con envión. Me mantienen activo las 24 hs, sigo sin dormir, no se cansan nunca los hijos puta, y eso que ya no quedan más plantas para que jueguen. Por cierto, lamento mucho lo de tus violetas, los cachorritos las secaron. Me hubiera gustado esperarte para que juntos les pusiéramos nombres, pero tuve que bautizarlos de urgencia porque se escaparon un montón de veces y los vecinos no me los querían devolver porque no sabía cómo se llamaban. Al gordito culón le puse Yaco Botero, porque es el que más se parece a mí. A la que se parece a vos le puse Linda Khalo. Se parecen a nosotros. Botero se la pasa todo el día durmiendo, se levanta para comer y cagar. En cambio la Linda no para, está todo el día mordiéndole la oreja o la cola, se le tira encima al Yaco hasta que lo convence y lo saca a jugar. Esto me hace extrañarte mucho.   
Ojalá que tu mamá se recupere pronto. Sé que estás semanas han sido muy duras para nosotros, pero para mí peor. Es muy difícil la convivencia cuando no estas. Me haces levantar tarde, salir sin desayunar, me haces comer a cualquier hora y me haces olvidar las llaves, encima, me preguntan por vos, qué cuándo volves, qué si volves y qué mierda les importa, por qué no se meten en sus cosas. La verdad es que no tengo ni idea cuando volves. Dijiste un mes. Pero, cuánto es un mes. Cuánto tiene que faltar para que vuelvas. Ya llovió demasiado y el mes ya se cumplió cuando te dejé en el aeropuerto y todavía falta un mes, todo el tiempo falta un mes que puede terminar mañana o la semana que viene. Entonces me broto y me da caspa. Tengo ansiedad y una fortuna tirada en terapias que no me calman las ganas de vos, entonces apelo a las sorpresas, compré un jabón de esos caros que tanto te gustan y guardo el mejor vino que pude comparar y otras chucherías a tu medida, pero de todos modos desespero, porque nada, excepto vos, me calma las ganas de nosotros.

      


   


27 de junio de 2015

Letrario

Así pasó Letrario, mi protestario alfabético. Espero haya logrado entretenerlos y algo más. Me despido hasta el próximo Reencuentro. Gracias, Daniel.


Reencuentro                                                      

Una puerta se abre y el silencio mira.

Dos tazas de café vaporean sobre la mesa. Habla una conversación.

Se enciende una cama. Dos amamantes se derriten. 

Letra Z

Zarzamoras. Zahúrda zarigüeya, Zacarías zafó zafacoca. Zafio.
Zalagarda. Zaherir al zaguero zángano Zacarías. 
Zafiro. Zacatín zafarrancho. Zarracatines. Zamarras zarrapastrosas.
Zambra zorongo.
Zacarías zángano zorrero.

Zamba.

Zulma zagala zahorí, zalama zamacuco.
Zaga: Zaques zanguangos, zotes. Zuacas. Zipizape.
Zacarías  Zulma, zorollos zonzos, zaguán.

Zozobra.       

Letra Y

Yuxtaposición.
Yo yacija. Yactura yoica.
Yira Yin.

Yerto Yupanqui. Yunta, yugo y yerba. Yanta yacaré y yuyos. Yungas y Yermos.
Yapar yegua yunque. Yesca.
Yarará yapó yugular. Yeta. 

Yace Yeshúa. Yerro.
Yancófilos. Yusión yanquis-yonquis.
Yacimiento yoruba.  

Yoga, yodo, yudo y You Tube.

Ypsilon.    

Letra W

Wo wace walta worir wara wolver w wmpezar.

Wo wace walta worir wara wener wtra wportunidad.

Wo wace walta worir wara wmar, wi ws wecesario worir wara wer wmado wtra wez.

Wo wace walta worir wara wanar, wi worir wara wpagar wa wristeza.

Wo wace walta worir wara wesaparecer.

Wo wace walta worir wara wagar weudas.

Wo wace walta worir wara wue wos wyuden.

Wo wace walta worir wara wcompañar, wi wace walta worir wara wevolver wa wida.


Wace walta wivir. Wara wodo, wace walta wivir. 

Letra V

Varias veces vivimos vetados. Vejaciones virulentas. Vandalismos.  
Verdad volátil.
Várices. Vahído. Vencimiento violento. Vuelan virus, vacían vademécum.
Vanidad.

Vaporizar versión vacua.  
Vejez versus vidorria.
Vaivenes. Victoria versátil.

Vientos voraces vagabundean valles. Vaho venenoso.  
Vapulear verdugos. Varapalos varones verdes. Viles vasallos. Villanos. 
Velorio. Vástago. Venerar veneno vaticano.
Verecundia verga. Venidera venganza vaginista.

Veredicto vergonzoso. Vericueto vernáculo. Verraquear. Vestíbulo. Vituperio. Vómito. Vorágine. Vos. Voz. Voto. Vudú. Vuestro. Vulgo vulnerable.

Vulva violeta, vid, vals, valijas, vacaciones.
Vivir, verbo valiente. Verbigracia, viva vidas valientes.
Vehementemente, viva.     

Letra U

Uno umbilical. Uno umbrático. Uno urdidor. Uno usurario. Uno usurpador. Uno usado. Uno uxoricida.

Urbe ultravioleta. Urbanización urente. Ursos urticantes.
Ultimación undécima, únanse.

Ujieres ufanos, urgir ultranza. Última ubicación.
Unanimidad ultima último ultraje.
                         
¡Ulular ululatos!

Univocarse unidos. Universo. Unicidad ubérrima.
Ungir uvas. Uncir unicornios. Ungüento univitelino.

Uno: Ubicuidad. Uno: Usina. Uno: Útil. Uno: Usufructo.

Letra T

Tormenta. Tornado. Tinto. Truena, trilla.

Temporal.

Tiemblan tiempos turbios. Trinan túnicas.
Temor tiñe. Trabajadores temen tumbas.
Tantos tontos tropiezan.

Trueque.

Tinta. Tamiz tornasolado tiñe temor.
Tantos trabajadores toman tambos. Transparentan tejidos.
Toneles, tambores, toldos. Trenes.

Túneles.    


Todavía tenemos tropas.  

Letra S

Sábado soleado. Silban sonetos. Sandro saluda sus señoritas.
Sobran soliloquios sobre su silueta. Sueltan sonetos sombríos, solfean súplicas.
Señoras sortean seguridades, suben siniestras.
Sandro sabe sorprenderlas.

Santulonas, solteronas, señoras, señoritas, separadas sin ser solteras, suegras sedientas: sudan sin soponcio sobre Sandro. Suyas son Señor.
Simpáticas salen, santas satisfechas…

Silencio salón, sagrada soledad. Sosiego sublime.
Sandro sortea soles, sabe servido su sábado soleado.

Saber ser.

Ser soldado. Ser solitario. Ser sabio. Ser sin sombras, sin sotanas.
Sin santos sin sudarios. Ser, sólo ser. Sin sobornos, sin suplicios. Ser seguro, ser sorpresa. Ser solsticio sobre sombra. 

Sueña Sandro, sueña...       

Letra R

Rey romano retuerce razones.
Roma reza rosarios roídos.
Rituales rotos.
Rómulo, Remo rotan robos.

Ruptura.

Rutas roídas, ramblas raídas.
Ranchos rojos.
Ramera rubia rumea ron.

Rumba.
               Rímel.
                            Rocío rosas.
Romance rancio.

Retorno.

Roma reta ramera rubia regocijo robado.
Rey romano recupera rameras rendidas.
Roma reza rudo.
Resto, rezamos rimas. Rogamos runas. Regresamos rotos. Regamos rocas.
Reñimos rostros, reivindicamos razones retorcidas. Retornamos rivales, reptiles. 

Recambio.

Rescato ramera. Rebelión ruidosa. Rosca, reventamos rey romano.
Radiante ramera rubia respira, recorre ríos, redime reinos.

Respiro.
              Ritmo.
                           Revelación:
                                                  Ríase, ratón. 

Letra Q

Quiero.
Quiero querer.
Quiero que quieras.
Quiero que queramos querernos.

Quietos.

Letra P

Postulados penitentes.
Porno prohibido, plagian putas.
Pululan pajeros perniciosos.
Predominan pensamientos podridos.  
Pecadores precoces.
Petulante polvo, perfume plomo.

Parajes parasitados. Puertos pescados. Pescadores penitentes.
Pueblos poblados por parroquias, por policías, por prostíbulos: Pobres personas.   

Perros próceres, puercos políticos, politeístas paganos.
Ponderan petróleo, promueven prostitutas, prescriben pensar.  

Presbíteros postulan putrefactos pontífices.
Pre-venden paraísos, perdones.
Provecho para pocos poderosos.

Pelearan pendejos perdidos peleas perdidas.
Pedófilos prófugos pronto purgaran penas.

Préstamos privados, pronto pago. Propiedad privada.
Poder puede, pobre pide, pito provee, pueblo paga. 
Punición para pelotudos.

Presente, próximo pasado. 

Pan. 
Piedad. 
Paz.