26 de diciembre de 2016

Parte informativo

La Reina no está. El palacio quedó de postal.

El cielo está abierto, el sol pica en la piel pero no te disfruto en el verde con tu café de sobremesa.  

Por la tarde mejoró, pero al caer la noche cayó el silencio en la cocina. 

La cama es un invierno.

Julio se llevó el oso. 

¿Qué diferencia horaria nos une cuando te vas?


14 de septiembre de 2016

Criollitos

Entraba a la panadería a buscar los criollitos de todos los días. Antes de entrar, pensaba en un chiste para saludar a Mariela pero cuando entré vi una mujer hermosa que tomaba café. Ni la mujer ni la belleza eran del lugar. Era más linda que mi señorita de tercer grado. Tan linda, toda entera, que no pude mirarla  de nuevo. Me daba vergüenza como a los nueve años. Mariela me hizo un chiste que no entendí.  El tiempo que estuve en la panadería se fue como un fósforo. Salí con mis criollitos y vine casi corriendo sin querer ver ninguna cara en el camino para conservar solo la cara de Ella, preguntándome si se habrá dado cuenta de mí.

20 de junio de 2016

La enfermera

-Buen día, sople acá por favor. 
-¡Pero oficial, eso es una pija! 
-Muy bien, entonces no está borracha. Continúe no más. 


La enfermera me contó el chiste como una anécdota suya con la policía caminera, y yo, que estaba dopado por los calmantes apenas tenía fuerzas para sostener la mirada entre los pocitos de su sonrisa y las tetas que se balanceaban alegremente aplaudiendo el chiste por mí. Segundos después me reí yo. Me reí como un niño o como cuando era un niño. La risa salió como un suspiro agitado y entrecortado por los dolores y las tos, pero liberador de viejas angustias que escondía. Los vértices duros de mi cara se curvaron... no quería llorar adelante de ella, pero fue inevitable. Cuando me di cuenta de todo el tiempo que había pasado sin reírme que ya ni me acordaba como era, me quebré. Ella me miró con ternura, o con amor, después se acercó y me besó en la frente, con permiso para oler el perfume de su pecho.

19 de junio de 2016

No tengo batería

-vos sabes que se me descarga la batería del celu a cada rato..
-está pinchada, por eso pierde carga.

-¿en serio?

-sí, bolas. Llevala a que te la parchen, sale dos mangos y de paso compra un poco carga de repuesto.-¿y sabes dónde parchan baterías, por acá?
-sí, ahí, dónde cargan gas para heladeras parchan baterías. 
-uh, bueno, gracias mi loco, me salvaste, ya la estaba por llevar a una casa de música.

Almuerzo en la obra

-¡culeao, cómo se te van a caer los pedos así! taba el arquitecto y los dueños de la obra y vo prrrr prrrr como si nada. El arquitecto dijo ¡epa, qué fue eso? y vo, cara de mármol, ni pestañabas, y de nuevo, prrrrraaa, otro pedazo te tiraste en la cara de los tipos, no podes se tan culeao loco. Yo no podía má de la risa y del olor a caca y a vos no se te movía un pelo, culeao...
-Si vo supiera hermano cómo estos guasos nos cagan en la cara cada viernes sin que les tiemble el pulso, harías lo que sea para devolverles un poco.

14 de junio de 2016

Continuará

13 de junio día del escritor. Me saludaron dos. No me quejo, yo nunca saludo a nadie. Ni yo me acordé de que escribo. Es que siempre ando con la cabeza ocupada en alguna trama o en una encrucijada de palabras o de estilo. Incluso, a veces, camino escondiéndome y angustiado por lo que le está pasando a un `personaje´ que no sabe qué hacer. Eso me parece tristísimo. No lo soporto ni lo puedo abandonar por nada del mundo, sería como intentar olvidar mi nombre, y ya intenté ambas cosas y no puedo. Pero la mano se pone fulera cuando descuido el laburo y llega fin de mes y mi compañera pega un par de gritos porque dice que no la escucho que no hay plata y que no me preocupo por nada. Y le digo que sí, que la verdad no la escuché pero que ahora lo hago y me voy a mi personaje de nuevo o a ver cómo podría hacer para publicar la historia porque nadie responde mis mails. Aunque después de un tiempo aprendí a tranquilizarme porque entendí que para el alquiler y demás trámites siempre sale algo, claro, siempre y cuando no descuide que el futuro de la humanidad depende de lo que les suceda a esos personajes. No sé si soy escritor o el teclado no se me despega de los dedos, pero la tierra debe ser liberada. Continuará.

Engranajes

Dos o tres veces por semana, Don Poldo hacía una paradita en el bar de la esquina.  Le gustaba sentarse en la mesa de siempre, la del rincón al lado de la ventana.  Decía en broma que la ocupaba para espiar a los novios que se juntaban en la plaza.  En realidad, Poldo iba al bodegón por Mabel, la dueña.
Para él, los mejores días eran aquellos en que llegaba al bar y no había nadie, porque Ella era exclusiva para atenderlo.  Él le presumía recordándole la primera vez que la vio llegar al barrio.  Adrede, repetía que nunca había olvidado aquel momento, ella, en cambio coqueteaba haciéndose la distraída y repitiendo la misma respuesta de siempre, para que Poldo contara de nuevo la historia.
-…cuando vos llegaste, San Vicente no es el barrio que es hoy, claro, ha cambiado mucho, antes había más industrias, fábricas y la mitad de bares. Todos nos pusimos contentos cuando vimos que abrías el bar, pero la verdad verdadera, estábamos más contentos por la dueña… El tono cómplice y aniñado que salía de Poldo, sonrojaba a Mabel que no podía evitar sonreírse de él.   
Juntos compartían lindos momentos, charlas de confesionario y el cotilleo nuestro de cada día.  
Si algo a veces brillaba en los ojos de Poldo, era la esperanza de que un día ella aceptase ser querida por él.  El viejo Poldo anhelaba volver a sentir que había alguien que lo esperara al final del día, que lo echara de menos cuando no estaba o que simplemente se preocupara por él con un poco de cariño. 
Con el correr del tiempo y como toda mujer madura, Mabel había desarrollado agudamente el sentido de la observación y, con esto había puesto bajo examen todo lo que hacía o dejaba de hacer Poldo, para conocer cuáles eran las verdaderas intenciones del cortejo que él le dispensaba.  Es que Mabel, tenía por costumbre dudar siempre de las intenciones de los hombres que se le acercaban, secretamente, tenía sus motivos para hacerlo.  Ella sostenía que el tiempo era la prueba que definía el verdadero amor de un hombre a una mujer.  Si perseveraba, valía. Si no, no era nada más que un romance de estación. Y, a Mabel, ya no le interesaban las promesas que no florecían.  Sin embargo sabía que algo pasaba porque ya no podía negar que cuando Poldo no aparecía por el bar, mandaba algún chico de la plaza a averiguar si le había pasado algo con la diabetes.
Ambos, a su forma, tenían una relación de amor.
Don Leopoldo Berezarteaga era del barrio, como la plaza, como la parroquia y como el bar de Mabel.  Laburador.  Se lo conocía por bueno y por caballero.  Después de enviudar se volvió frugal y un poco solitario, pero siempre un tipo macanudo y bien querido por todos.  En el Haber de sus romances, tenía sólo una conquista, la novia la que lo desposó y que años después lo enviudó.
Si de mujeres fuertes se trataba, Mabel Eleonora Albarracín era una campeona.  A fuerza de trabajo y tesón se había ganado el respeto de los hombres del barrio y la admiración de las mujeres.  Siempre supo pelear por lo suyo, y salir adelante en todos los momentos duros de su vida, que no fueron pocos.  Mabi, había llegado al barrio en 1959, cuando apenas era una pibita.  Venía de una familia acaudalada y muy influyente en las decisiones de políticas de su pueblo, Inriville, cerquita del límite con Santa Fe.  Había perdido a su madre de niña y aunque intentaba guardar en la memoria los pocos recuerdos que tenía de ella, ya casi no la podía recordar.  Con su padre le pasaba todo lo contrario, deseaba olvidarlo, borrarlo de su vida, pero no lo lograba.  Sentía su presencia permanentemente, persiguiéndola en silencio, corrigiéndola en público.  No podía perdonarlo por haberla obligado a mudarse a la casa de una tía en Capital cuando quedó embarazada, y él, no podía aceptar el embarazo sin el matrimonio, pero aceptó condenar a su hija y al hijo de su hija que venía en camino, al destierro y el olvido, porque nunca más se volvieron a ver las caras.  
Poldo, que había tenido una linda infancia, y a su padre como mejor amigo, jamás había podido superar la muerte de su compañera.  Agradecía haber conocido el amor, pero lamentaba profundamente lo poco que había durado el goce del amor, tan poco, que a veces no podía recordar que sabor tenía.  De tanto en tanto, normalmente algún domingo, Poldo se enojaba mucho con todo y hasta maldecía con alguna lágrima en los ojos haberse enamorado como se enamoró para que durara tan poco.
Don Lucero Albarracín, papá de Mabel, no fue el único hombre que dejó una huella en la vida de ella.  El día que abandonó el pueblo, en el andén de la estación de trenes, entre su equipaje y sus sentimientos, ella hizo lugar en su corazón para llevarse consigo la promesa de amor eterno que le daba el hombre que, en ese momento, llenaba sus sueños, Marcelino Boggetti, el papá de su hijo.  Él juró que la buscaría, que serían una familia para siempre…
Mabel amarró su vida a aquella promesa y lo esperó, lo pensó, lo amó, lo lloró y le escribió noventa y nueve cartas.  Pero no hubo más respuesta que el silencio.  Varios años después, más de diez, la mañana de un primero de enero, mientras contemplaba el sueño de su hijo al que veía crecer como un río en temporal, se dio cuenta que su vida no era sólo el sueño de una familia feliz.  Sintió que una parte de su corazón se petrificaba, que algo en ella se moría, pero al mismo tiempo, algo nuevo nacía; comprendió que él jamás vendría y que su vida estaba ahí, al frente de sus ojos, durmiendo inocente e inofensivamente, podía palparla con la yema de sus dedos, era real y era ahora; entonces salió de la habitación en silencio y se dirigió al patio de la casa a llorar un río al alba de un año que recién amanecía.  Cuando se sosegó, entró a la casa, y al cerrar la puerta, cerró su corazón.
Pasaron varias temporadas.  La plaza del Mercado en San Vicente, fue testigo de un amor mudo.  Poldo yendo de la casa al trabajo y del trabajo al bar con la ilusión de un amor que no podía alcanzar y una soledad que no se animó a cambiar; Ella, con la tenacidad de una fiera indomable, soportando todo este tiempo el dolor de mantener una herida abierta para recordarse que no debía olvidar.
Pero ni todo el dolor del mundo podía reprimir que los dos se gustasen como niños, y que ambos se conformasen como adultos con una amistad sincera y dulce, que significaba un regalo de cariño sin riesgos.
Una dualidad los unía aún más: ambos anhelaban que el destino diera una señal, pero, al mismo tiempo, desdeñaban que el amor hubiera llegado tan tarde a sus vidas.
Ellos no lo sabían. El inconfesable temor de cambiar dolor por deseo les vedaba reconocer que uno era al otro, la pieza que los ensamblaba en los engranajes de la vida. Él deseaba que alguien lo esperara y ella se preocupaba cuando él no aparecía; Mabel anhelaba un compañero que la tratara con dulzura y, él se olvidaba de la hora cuando estaba cerca de ella; Mabi no quería dormir sola y Poldo quería dormir con ella; él la imaginaba todas las noches y ella también.  Eran uno y el espejo.  Mabel soñaba con escuchar que alguien dijera “que linda estás hoy” y Poldo le había escrito un poema que no se animaba a darle.  Ella temía volver a sufrir.  Él, también.
Lejos y cerca, uno gira en torno al otro.  Cuando uno engrana y se acerca al corazón que tiene por eje, el otro se aleja y desangra un amor irreparable.
Pero el engranaje que mueve el tiempo, no se detiene, es inevitable, y en un punto de la rueda, forzosamente, habrá una coincidencia.
Una mañana, insensatamente, Don Poldo descuidó su medicación y sufrió una descompensación en el trabajo.  Estuvo internado un mes y un par de días por un coma diabético.  Ese mismo mes, Mabel se desvivía por evitar lo inevitable, que el banco ejecutara la hipoteca del bar.  Orgullosa como era, no había dicho nada sobre las deudas que tenía el negocio y se pasó cada día de la internación de Poldo, haciendo todo lo posible para conseguir un crédito o una prórroga del remate, estaba desesperada, sin tiempo para preguntarse por Poldo, y Poldo, entre médicos y medicaciones no pudo sentir otro miedo ni dolor que el de él mismo.  El destino, los coincidió en la no coincidencia, fatalidad irreparable para algunos.
Cuando Poldo recibió el alta, sólo llegó a leer el oficio judicial pegado en la puerta del bar: “CERRADO POR QUIEBRA – BANCARROTA - JUZGADO DE PRIMERA INSTANCIA Y 24 NOMINACION DECLARA LA QUIEBRA/BANCARROTA Y ORDENA EL REMATE…”
Mabel Eleonora y Leopoldo Berezarteaga perdieron el contacto.
Un año después, un domingo de otoño, pero de esos domingos que enojaban mucho a Poldo, en la plaza del Mercado, al frente del viejo bar que había pertenecido a Mabel, un vecino le contó a Poldo que doña Mabel se había mudado a Ushuaia, a vivir con su hijo.
Don Poldo no dijo nada.

Se contestó en un pensamiento: no hubiera sido posible. 

16 de mayo de 2016

Fin

¿Quién sos? me preguntó en seco después de 22 años juntos.  Que tupe tiene que tener una persona para preguntar con tal descaro y bronca quién es uno, después de tantos años compartiendo todo.

Ahora te voy a decir quién soy. Grité con más fuerza y con más bronca y, mientras el eco del  grito se alejaba de mi cabeza, llamé a todos mis personajes para que vinieran a escupirle en la cara quien era yo. Pero no vino ninguno. Ni el mejor, ni el peor, ni el penoso, ni el maltratador, ni el engañador, ni nadie. Estaba solo y me había vuelto un desconocido. Entonces supe que era el fin. Me había sanado. Luego lloré, y ese era yo.  

1 de mayo de 2016

Gracias amigo


Gracias amigo


Hoy amanecí raro. Y lo más sensato que puedo decir es que abrí los ojos un segundo antes de lo previsto. Podría haber sido por un ruido lejano y escurridizo, pero lo dudo porque el silencio era total. Simplemente sucedió, cuando tuve conciencia de estar despierto, ya tenía los ojos abiertos contemplando el techo de la habitación. Entonces me di cuenta que había algo extraño. Nunca me había despertado como obra de un simple levantamiento de párpados y nada más, mucho menos de cara al techo, como si me estuvieran velando. Me quedé en la misma posición unos segundos más para hacer contacto con el resto de mi cuerpo, empecé por los dedos de los pies, uno a uno fui moviéndolos, luego los tobillos, las rodillas, el muñequito y así hasta asegurarme de que estaba entero y en condiciones normales. Después prendí el celular y miré la hora. La hora no me importó. Era de madrugada y no había ningún motivo para salir de la cama, menos con el frío que hacia afuera de las colchas. Tampoco me importaron los saludos del día del amigo que entraban al celular. Amigos, amigos de amigos y números sin agendar aparecían en la carpeta de entrada. Viejos caravaneros borrachos me llenaban el buzón con mensajes que iban desde “si no venís al asado te vamos a romper el culo, puto” hasta el “amigo hermano del alma te cago amando loquito” pasando por “heee cabeza venite para acá ´ta lleno de gatos” Amigos de siempre, cada vez más desconocidos, más repetidos, saludaban a un Yo que ya no está… y cavilando con la almohada esperé un poco más la luz del día. Esperé otro poco más. Finalmente me decidí y mandé un mensaje a un desconocido de siempre cada vez más amigo.    
El mensaje decía: Feliz día del amigo, viejo. Te quiero mucho. Un Abrazo enorme, gigante!
Mi viejo todavía no contestó el mensaje. Puede ser que le haya dado un infarto leer que lo quiero mucho, pero mi hermana me hubiera llamado. Tal vez pensó que andaba borracho por ahí y que me pintó la melancolía, o quizás todavía no haya visto que tiene un mensaje nuevo sin leer. Como sea, hoy amanecí raro.             


30 de abril de 2016

Tres

Tres vueltas al sol.
Tres amaneceres.
Tres días nuevos,
Un espejo dorado.

Tres vueltas a la luna.
Tres países.
Tres noches,
Un sueño dorado.

Tres estrellas.
Tres veces tres.
Tres veces sí,
Un despertar dorado.

Tú, yo y nosotros.
Tres veces nosotros.
Todo tres veces de nuevo.
Hoy, mañana y siempre

Tú, yo y nosotros. 

15 de marzo de 2016

Sin celu (editado)

No me acuerdo si fue hace dos semanas o dos años pero fue hace poquito que me quedé sin celu. Estábamos en la casa del Gringo y mi celular fue a parar al fondo de la pileta. Lo vi caer en cámara lenta, como si el teléfono supiera lo que iba hacer, saltó del bolsillo de la camisa y casi no hizo ruido ni salpicó cuando se hundió, salvo un suave plup. Lo observé todo pero no atiné a nada. Se me cagaron de risa toda la semana. No lo podía creer o más bien sí, pero igual no lo podía creer. A poco que iban corriendo los minutos, algo me agarró en la panza, las tripas me apretaban como alambres. Todos seguían de joda pero yo pensaba en los mensajitos ahogándose en la pileta. Revisaba en mi cabeza si había contestado todos los mensajes y putié cuando recordé lo que es llenar la agenda de contactos. Me aceleré, me cagaba encima y la casa estaba llena de gente.

Necesitaba otro teléfono, pero me negaba a comprarlo. Entonces hablé con el Gringo que labura en una empresa que le dan teléfonos y no me costó nada tirarle el mangazo. Alexis no tuvo drama, buscó en una caja de zapatos y me dio un teléfono viejito pero bien cuidado y me lo regaló con la condición de que se lo devolviera. 

La generosidad del Gringo me acercó a él mucho más de lo que me imaginaba. El telefonito tenía una alarma de cumpleaños de todos sus contactos: siete y cuarto de la mañana de cualquier día, casi siempre dos o tres veces por semana, el celular empezaba a sonar como una bolsa de loritas enfiestadas. Después del quilombo de la alarma le enviaba un mensaje para que no se olvidara que cumplía años de “mami”  “aaa”  “Juancito Verga” “la chancha” o el “tutan jamón”.
  
El sábado nos volvimos a juntar en la casa del Blo. Salió pollo al disco. Y en una broma fallida, al muy puto de mi amigo se le cayó el teléfono que me había regalado adentro de la jarra de ferné, y no me dijo nada. Yo me pasé el domingo entero y parte del lunes probando en todos los enchufes de mi casa, cambiando el cargador, sacando el chip, hundiendo el botoncito rojo y nada. Otra vez sin celu, y con cagadera.

Hoy, gracias a ese amigo, tuve que tomar una decisión muy importante que va en contra de mis principios: gastar. Fui al hiper y me mandé derechito donde venden celulares. Llegué entregado, casi con los ojos cerrados porque sufro mucho en los lugares donde tengo que elegir algo entre más de tres cosas iguales. Sudaba en frío y puteaba mientras espiaba los precios. La chica que atendía estaba con una vieja que decía algo de un microchip o un conchin y que tenía roto un androide, pensé que se trataba de un chiste sobre su marido pero no, la chica, le explicaba que la garantía no cubría la rotura de androides. Media horas después, la señora entendió que la garantía se la podía meter bien en la cartera porque no le servía para nada. A mi turno, la vendedora y yo teníamos la misma cara de culo, dos espejos separados por un mostrador. Ella quería irse a comer, y yo quería que no me doliera tanto. Le fui directo: busco un celular, que sea común y así nomas —le dije— Ella me miró y me sostuvo la mirada un rato largo esperando que dijera algo más —Ha, y que sea de color blanco. Agregué—, Ajá —dijo la chica—. Cuando le iba a decir que tuviera linternita, la chica se había ido al depósito. Le faltaba culo para ser tan presumida, pensé. La vendedora volvió al toque y trajo tres telefonitos blancos que para mí eran iguales pero uno era más caro que el otro. Yo me hice el que sabía del tema, los miré, estaban apagados, los levanté para tantear el peso los miraba a contra luz y elegí el más barato.

Después, clink caja.  

Ahora tengo celu nuevo y cuotitas fijas sin intereses hasta el 2050. El teléfono es bonito, es de esos que tienen pantallita sensible como el maricón de mi amigo que, bendito sea él, pero yo me estoy volviendo mono con esta pantallita del orto que no se queda quieta, es más fácil armar el cubo mágico que escribir mi nombre, y yo que pensaba que todos eran felices con el dedito en la pantallita pero no le emboco una letra, y para qué tantos recordatorios, alarmas, notificaciones, avisos y poronguitas que se actualizan, falta que avise que no tengo crédito y estoy jodido, porque con lo salió ni si dios quiere le voy a poner crédito, así que, por favor, les ruego a los que me tengan en sus contactos que me tiren un mensaje con su nombre y fecha de cumpleaños, todos menos vos, Gringo puto. 


3 de marzo de 2016

Persecución

Él me gritó primero: “si manejás así vas a chocar todos los días, culiao”. Entonces yo le contesté: “con tu mamá me voy chocar todos los días”. La verdad es que nunca me imaginé que iba a frenar dar la vuelta y empezar a seguirme como energúmeno. Tampoco había visto que eran como cinco adentro del auto. Yo iba solo. Más vale que aceleré y me fui a la mierda. Creí que en dos cuadras iban a dejar de seguirme y hasta ahí me hacía gracia la situación, pero no. Me empecé a asustar cuando crucé la Colón en rojo porque si frenaba me alcanzaban. Casi levanto un par de peatones y por poco no le doy a un colectivo. Los tipos me seguían en un fiat 128 y ya casi me habían alcanzado, por la ventanilla sacaban palas y me amenazaban. Yo aceleré más, no me animaba a usar el celular para llamar a la policía porque tenía miedo de chocar, así que trababa de ver si cruzaba algún patrullo mientras intentaba perderlos de vista. Pero los hijos de puta me alcanzaron y me chocaron el paragolpe. Así que me olvidé de la policía y aceleré más, pero, para cuando me di cuenta,  ya me había perdido en Villa Páez. Doblé a la derecha, doblé de nuevo, doblé a la izquierda, vi la cancha de Belgrano y después me perdí. Las calles eran pasajes cortos y angostos hasta que entré en uno sin salida. Se me heló el pecho. Había un rastrojero abandonado y me estacioné detrás para esconderme. El auto que me seguía no aparecía, pensé que había zafado, pero después me di cuenta que si aparecían estaba al horno. Qué pelotudo, pensé.  Tenía tanto miedo que no me di cuenta de llamar a la policía en ese momento. Ahora me preocupaba el lugar, lo único que faltaba era que me asaltaran. Pasaron unos minutos, no sé cuánto, iba a bajar del auto y cuando bajé aparecieron, todavía no me habían visto le estaban preguntando a unos nenitos que jugaban en la esquina si habían visto un auto blanco, sí, ahí está, y me señalaron. Pendejos de mierda. ¡Ahí está! ¡ahí está, es él! Escuché que empezaron a gritar y las puertas que se abrieron. No sé cómo, pero corrí hasta el final de la calle que no habrán sido más de 20 metros, salté unas vallas de obra y empecé a caer y caer y caer hasta que sentí que mis pies, mis rodillas y hasta mi cintura se mojaban y quedaban empantanadas en un barro fangoso, podrido. Lo primero que sentí fue el olor. Olía a mierda concentrada. Después observé un pedazo de barro con forma de sorete y entré en pánico. Estaba enterrado en bosta. Pura caca me rodeaba. Empecé a gritar como una nena histérica. Los guasos del 128 rodearon el pozo de bosta, no podían creer lo que veían, algunos hacían arcadas, otros decían que estaba bien, al final, cuando me vieron llorar, se solidarizaron y la pala me ayudaron a salir.  El lugar se llenó de chismosos, unos vecinos sacaron una manguera, trapos viejos y me dieron una mano para limpiarme. Los del auto se fueron sin decir nada.        

11 de febrero de 2016

Cortos


 I
Despertó como si no hubiera dormido nada y detestó que fuera de día. Le sangró levemente la nariz como rastro de la noche anterior.  Se limpió en el baño, después cerró todas las ventanas y se sentó en la cocina. Con la vista buscó algo a su alrededor pero no encontró lo que buscaba.  Sintió no estar en ningún lado, sintió frío y sintió asco.
Del montón de colillas que había en el cenicero, eligió una que calculó le quedaban dos o tres pitadas. El gas tomó cuerpo con la colilla que prendió y sus pulmones se ahogaron antes que las llamas fueran a Ella.


II
Buscaba sus palabras en el silencio, nadie sabía que tenía un pacto.  Prefiere morir antes que hablar. Elige matar antes que entregarse. Con la mirada vigilaba el movimiento de los oficiales. Bastará un segundo para resolverlo.
Pateó el escritorio y cayó de espalda sobre su silla, giró, tomó la lesna del piso, se levantó, y la enterró donde calculaba el corazón.  El segundo policía que lo custodiaba le voló la cien.

III
Antes de entrar algo altera mis sentidos. Un puñado de nervios me aprieta en la panza.  Bajo el dintel espero, no pasa nada. Giro la llave y me empujan de atrás. No descifro lo que oigo ni lo que pienso, ni me importa, todo parece tarde. Quisiera correr o despertar. 
Oigo un disparo. Sé que me hirió pero todavía no duele. No me quiero caer, tengo miedo de no levantarme. Me agarro del que tiene el arma y no voy a soltarlo. Él intenta retroceder, yo avanzo. Quiero decir algo pero no tengo aliento, apenas puedo estar de pie, sólo detengo el final.  Él, sigue retrocediendo, algo teme. Piensa disparar de nuevo, matarme de una vez por todas.