27 de junio de 2014

Esperando el avión

Tengo muy buenas noticias para mí: Me voy de vacaciones. Sí, por fin. Después de tantos años llegó el momento de cumplir aquella promesa que me hice cuando todavía era mocoso:

¡Me voy a ver el mundial a Italia!

Sí, ya sé que el mundial es en Brasil. Una cagada que justo cuando yo puedo viajar a Italia el mundial se juegue en Brasil. ¡24 años ahorrando peso a peso, moneda a moneda para ir a Italia a ver el mundial y lo hacen en Brasil! ¡24 años tarareando la canción italiana con la piel de gallina! ¡24 años! Sono fori, un giorno trisstísimo. — ¡Ojo! no me estoy quejando, siempre digo que soy un tipo con mucha suerte, una suerte muy particular— Sucede que cuando tenía diez inocentes años vi el primer mundial que recuerdo y, hasta el día de hoy me lo acuerdo a flor de piel. ¡Por Dios lo que fue escuchar esa canción! Por aquellos tiempos yo daba mis primeros trotes atrás de la pelota, me inicié donde todos se negaban, el arco y, verlo al Goyco atajar un penal y salir corriendo a festejarlo con todo el equipo fue un retrato que nunca más vi y nunca más se borró. Aquellas imágenes se prendieron en las retinas y en el corazón al mismo instante que juré, que yo iba a estar ahí, sin importarme nada más, ni el tiempo ni el dinero, yo iba a estar en Italia ´90. Me prometí.

Qué se le va a hacer, no será noventa pero sigue siendo Italia.

De todos modos, ya no me interesa tanto el fútbol como cuando tenía diez años. Me harté de ser el mejor arquero suplente del suplente. Casi no me interesa nada, salvo si hay asado y juega el Amargo Único, entonces sí, el deporte es muy importante. Además, ya tengo los huevos gastados de ver cómo la gente se come todo a través del fútbol, bien gastados. La última vez que fui a la cancha, un pendejo de nueve años me llenó de Poxirán la remera, encima me robó la billetera. A la semana siguiente, caminando por el centro, una protesta de docentes reclamando aumento salarial estaba encabezada por la barra brava de Instituto bombos, bombas, platillos y el pendejo. No fui más a la cancha y, desde entonces hasta ahora, todo me sigue confirmando que no debo volver.

Como sea que sea, cumplirse promesas uno mismo es importante y está bueno, viajar también. Hace mucho que no tomo vacaciones, en realidad, ni sé lo que es estar de vacaciones. Es más yo no dije "me voy de vacaciones y se van a cagar todos". No, nada que ver. Me obligó mi psicóloga cuando le confesé que me partía el alma mirar a mi perra a los ojos y que nunca me conteste. Mi perra no me va hablar nunca y no puedo con tanta tristeza. Ese día me quebré y lloré como un niño. Lloré como cuando tenía diez años y perdimos la final contra Alemania.

Tenés que ir a Italia y cerrar con este trauma —dijo Gabi, mi psico.

¿Estas segura? —dudé yo.

Eso debés saberlo vos. Pero sí, tenés que irte urgente —cerró sesión.

Después de la Gabi me puse a buscar precios y conseguí un paquete muy bueno: habitación doble, desayuno, ñoba privado y guifí a 10 euros el día en un convento de monjitas silenciosas cerca del Vaticano.
Y acá estoy. Esperando que llegue el avión para cruzar el charco. Hace un frío de cagarse en Córdoba y yo me pregunto ¿A qué clase de hijo de puta se le puede ocurrir poner un vuelo a las cuatro de la mañana? ¿A qué voy a Italia? ¿Por qué en el único lugar que siento claustrofobia es adentro de un avión? ¿Y si se me despierta el asesino serial a mitad del vuelo? ¿Por qué le hice caso a la Gabi? ¿Por qué si todavía no me fui ya quiero volver? ¿Cómo hace mi novia para dormir en estos asientos? ¿Habrá tomado alguna pastilla sin decirme nada? Estos son los momentos en que siento que escribir me salva la vida. Son los espacios que me desconectan, pliegues donde soy, rincones donde habito. Me hace bien imaginar que voy a escribir mucho en mis vacaciones. Espero regresar con el segundo libro terminado y contarles cómo se va a llamar y mostrarles la tapa que diseñó la Gabi Figueredo y hartarlos para me acompañen en la presentación. También me para los pezones ir cronicando el viaje, compartiendo lo que veo, lo que siento, lo que como, lo que camino, llevándolos conmigo sin pagar afip, sin controles de aduana.


Ahora nos llaman por el alta voz. El aeropuerto está vacío, salvo por un puñado de pasajeros con cara de culo que empiezan a desperezarse y encaran para la puerta. Es raro, no hubo despedidas ni abrazos desgarradores ni lagrimones estrujados. Todo parece un continuar indiferente, anónimo y silencioso, como si el destino estuviera esperando en otro lado, como si el presente estuviera de paso. Este es el color de las terminales.  

23 de junio de 2014

Sobre el día del padre


“Feliz día papi.” “¡Papá feliz día!” “Viejo te amo.” “Papá sos un capo.” “Feliz día viejo.” “Papá sos lo más groso que hay…”

Regalitos de acá, regalitos de allá. En cuotitas o de contado. Asadito en familia y muchas fotitos para el “face.”

—Ojalá ganemos el mundial.

Publicidades de papitos que leen acostados al lado del lago o en motos enduro haciendo travesías en un desierto; papis escalando montañas.

— ¡Golazo de Messi!

Publicidades de papis modelos sin niños en las publicidades.

—Gol en contra de bosnia, ¡Vamos Argentina, Carajo!

Publicidades de papis modelos sin familias en las publicidades.  

— ¡Ganamos el primero carajo, vamos Argentina todavía! Ya no queda nada para la final.

A mí no me gustan las publicidades de los días “de” pero qué le vamos a hacer si un feliz día no se le niega a nadie.

—Ganó Alemania la puta que los parió.

A mí me gustarían publicidades que digan: “Perdón papá porque te vivo criticando.” “Viejo, disculpa, vos no tenes la culpa de las cagadas que yo me mando.” “Papá, te pido perdón porque te vivo juzgando.” “Papá, te pido disculpas porque siempre te castigo y pienso que puedo hacer todo mejor que vos.” “Papá, perdón por ser tan desagradecido con vos.”

— ¿Cómo salió Brasil? Ojalá pierdan los garotos.

A mí me gustaría que las publicidades sean más sinceras, por lo menos más inteligentes. Que hagan cosas más humanas, aunque de todos modos van a vender igual podrían esmerarse un poco más.  Qué se yo, mi papá no lee ni los clasificados acostado al ladito del lago y con la panza que tiene no se sube ni a un monopatín, mi viejo es pelado y usa camisas hasta percudirlas y el bolsillo rebalsa de lapiceras y papelitos. Mi viejo cuando se agacha se le ve la raya del culo y mi vieja lo caga a pedo cada dos por tres pero él no la escucha porque es medio sordo apropósito. Una vez le mandé un mensaje de texto que decía: —papá te quiero mucho —y cuando lo leyó se asustó, pensó que estaba drogado o me pasaba algo.  Mi viejo no es una imagen. Mi viejo es un hombre real como yo, como todos.  Mi viejo es muy especial, mientras yo le cuento algo, él siempre me contesta otra cosa.

—Si vamos a penales estamos fritos.

Para todos los padres:
Feliz día, gracias y perdón. Te amo y te llevo en el corazón.
De todos los hijos.