16 de junio de 2013

Un gato en el velorio

Don José Marcial López Aragón Cortez, ha muerto en la víspera de hoy.

Uno de los más importantes y reservados colaboradores de la Iglesia del pueblo, partió a mejor vida. Dijo el cura párroco, aunque los presentes carecían de fe para imaginar una mejor vida que la de José Marcial. 

Vale redundar, que el millonario murió cuando su corazón le dejó de servir, como si fuera una profecía cumplida, porque el viejo tenía esa costumbre de descartar todo lo aquello que no le sirviera más. Su vida había sido gris como la neblina, cuando no, oscura y desgraciada para los que anduvieran cerca.  El viejito palmó en la ciudad que lo vio nacer, San Francisco, pero para ser exactos con la fenomenología de los acontecimientos extraños que tiene la vida, el viejo millonario, murió en la misma habitación donde nació, la habitación principal del palacio familiar donde su madre lo había alumbrado 95 años atrás, y tras su partida había quedado una herencia tan grande como dolorosa.

La noticia de que el último baluarte de la aristocracia del interior del país había dejado de existir, rápidamente se propagó a todos los rincones donde el acaudalado José Marcial tenía una finca, estancia o negocio.  

Los López Aragón Cortez, son, sin duda alguna, el resultado de la unión de las familias más poderosas y acomodadas que registra la historia de Córdoba.  Habían formado parte del clan de familias fundadoras del Poder Judicial, por tanto, habían elegido a los primeros jueces, a los fiscales, a secretarios y demás funcionarios a la Justicia local, ergo, el resto de las influencias llegaron por añadidura a aquellas selecciones de personal, igual que las tierras que ganaba en juicios; digámoslo así: Algunos favores se debían toda la vida.

Aunque no constaba en ningún documento, ni público ni privado que lo probara, se sabe de un pacto secreto entre las familias que aún perdura vigente. Tratábase de un “Pacto de Respaldo Mutuo” donde se habían jurado apoyo incondicional entre las tres familias que estaban en la cima de la alcurnia. El trato tenía por fin, respaldar, apoyar y defender todo tipo de acción para perpetuar el estilo de la clase y el poder en la descendencia sanguínea por el resto de las generaciones venideras.       

Ahora bien, volviendo a la muerte, dicen los que saben, que a veces la muerte no es una pérdida, sino un alivio, que la muerte libera y, bien podría ser éste el caso, pues, al viejo, no lo quería ni la madre, o mejor dicho, el viejo no quería ni a su propia sombra.  La fama de viejo crápula “ijoeputa” lo precedía. Era conocido por la mayoría de los que rodeaban a José Marcial, que la historia de su vida y la de su fortuna venían enredadas de engaños y traiciones familiares, abusos y sangre inocente derramada, aunque Don José Marcial, no había sido ni el primero ni el ideólogo de la familia en ordenar que se tirasen por tierra la toldería de los Pampas que habitaban al Este, perdieron sus tierras sin saber como ni por qué; el difunto había sido el mentor que fundó el periódico “La Verdad” sólo para anunciar el progreso de la civilización y el avance de las vías y las industrias sobre los arados y las casas de los originarios que eran expulsados con sendas represiones por la policía que los desalojaba en cumplimiento del deber de ordenes judiciales, que jueces, nombrados por la familia del muerto, habían mandado a cumplir, mas, en reconocimiento del valor y el coraje de las cuadrillas de policías, estos, habían sido autorizados a hacerse de los bienes muebles abandonados por los salvajes expulsados.

El viejo, había contribuido suficiente a seguir amasando fortunas y hacer crecer el patrimonio de la familia a cualquier precio y sin escrúpulos.

También se sabía, pero nadie se atrevía a decirlo, que el difunto tenía más de una decena de hijos con las empeladas que le servían en el palacio y, cuando quedaban embarazadas, con la promesa de que al niño nunca le faltaría ni techo ni trabajo, las mandaba a trabajar a las fincas que poseía en los campos, de ahí, su fama de crápula.  Lo cierto es que, a pesar de que tenía herederos distribuidos por toda la provincia, en los papeles sólo se le conocía una esposa, Lilian Meet, con quien habían tenido un único hijo, el señorito José Leopoldo López Aragón Cortez, quien vivía en Londres, la ciudad natal de su madre. 

Entre las personas que se alegraron de que el viejo disoluto había, por decirlo de alguna manera elegante, estirado las piernas, había una en particular que vivía la situación con efusión y expectativas, agradeciendo plegarias al destino por la oportunidad que podía presentársele.  Se trataba de Juan Carlos.

Juan Carlos, es empleado de la funeraria más prestigiosa y reconocida de todo el noroeste de Córdoba.  Él se encargaba de recibir el cuerpo, asearlo, cambiarle la ropa, si era necesario lo afeitaba, lo peinaba incluso lo perfumaba; tenía la responsabilidad de controlar, con discreción, que el cuerpo no segregara ninguna sustancia ni emanara algún gas desagradable mientras se lo velaba.  También acomodaba las coronas de flores y hacía las veces de recepcionista y chofer del cortejo fúnebre, en definitiva, era el principal empleado de la casa y, además era leal, responsable y dedicado. Un hombre apasionado y sensible que a partir de la experiencia de la desgracia ajena y el desgarro de los que pierden un afecto sin previo aviso, había aprendido a presentar, ante un público más delicado que porcelana china, a la Muerte, con cierta dulzura y tan buen trato, que cada vez que alguno veía a su familiar reposando adentro del ataúd, daba la impresión de ver al muerto más relajado de lo que estaba antes de partir.

Era muy común escuchar a Juan Carlos hablar de su trabajo, en realidad siempre hablaba de su trabajo, de los cuerpos, de las distintas formas de morir, del dolor o del no dolor de los familiares, de la calidad de los ataúdes, a veces, con unos vinitos adentro, contaba que hablaba con los muertos mientras los preparaba y, que hubo algunos que se días después se le aparecían en los sueños y le contestaban, incluso, que le pedían que llevara mensajes a los familiares… Pero, sea como sea la relación que Juan Carlos tenía con los muertos, él, era de esos tipos buenos que siempre encontraban una enseñanza de vida en todo lo que hacían, solía decir que El mejor maestro en la vida  era el dolor, porque lo que te enseñaba no se olvidaba más hasta la muerte y, más allá, sobre la fragilidad de la vida sabía todo y, era gracias a la mismísima muerte a la que se refería como la fiesta sorpresa a la que todos estamos invitados.

Su trabajo lo había hecho ser como es, un tipo simple, alegre y apasionado.

En la imaginación de Juan Carlos, como era de esperar, el velorio de López Aragón Cortez, debía hacerse en el lugar de más clase de Córdoba, su funeraria. Ésta era la oportunidad que había estado esperando desde hacia mucho tiempo para demostrar a los dueños el arte que había creado, con lo cual, estaba seguro de conseguir un reconocimiento y un aumento.

Y así sucedió.

La familia del extinto multimillonario, confirmó en comunicado de prensa que velaría los restos de don José 
Marcial en el lugar que más se acercaba a su clase.

Juan Carlos, determinado y prolijo como había sido siempre, preparó el detrás de escena con todo el despliegue de sus instrumentos de trabajo preferidos y, con la pasión que caracteriza a los grandes artistas de la historia, empezó su labor, pero, primero lo primero, -pensó- y seleccionó la pista número tres de su cd de “mejores canciones” esas que el definía como aquellas que encendían su alma, subió el volumen al máximo y, cuando empezó a sonar Soldado del Amor, se dejó llevar… empezó por los dedos huesudos del muerto emparejándole las cutículas, cortó las uñas, limó un poquito donde era necesario.  Para la ocasión, estreno la navaja que había comprado años atrás cuando soñaba ésta oportunidad, después cortó dos pelitos que salían de la nariz y otros de la oreja.  Luego, manguereó el cuerpo con agua tibia lo bañó con un jabón mezcla de aloe vera con canela y le enjuagó la calva con un shampoo casero de ortigas que compraba cada vez que visitaba sus parientes de Villa Dolores; con meticuloso pulso dio una rasurada perfecta; peinó las cejas para que quedaran parejitas usando un gel a base de manteca de algas para dar luminosidad a la zona de los ojos. Cuando terminó, secó el cuerpo, lo maquilló y lo vistió para la ocasión, por último, el toque final, los algodones absorbentes  prolijamente acomodados dentro de las fosas nasales y el enrosque de la lengua bien al fondo de la garganta rellenando el resto de la boca con más algodón para sellar los labios con un pegamento especial dejando un pequeñísimo orificio para que escape el aire.  Ahora si, el cuerpo está como si no hubiera pasado nada, el anfitrión de la fiesta estaba listo para recibir sus últimas visitas –Pensó mientras se ponía un poquito de saliva en el dedo para emprolijar el último detalle en la pestaña derecha- recién ahí, apagó la música.

Cuando termino, fue a cambiarse de ropa, aún le quedaban las correcciones finales de la sala, y algunos a llegados de la familia ya se habían hecho presentes, fue entonces, cuando tomó conciencia de la alta clase social de los invitados que empezaban a llegar, sintió los primeros retorcijones de nervios, recordó cuanto le molestaba de chico lo llamaran “Juanca” y las fibras íntimas del humor le alteraron la tranquilidad estomacal,  Juanca, había subestimado la presión de los grandes eventos, pero por suerte, la viuda, había ordenado expresamente que aguardaran su llegada, Ella, vería a solas y primero que nadie a su marido para autorizar el inicio de la velada. 

Juan Carlos intuía algo extraño flotando en el ambiente, lo primero que se le vino a la cabeza fue el la cara del finado, inmediatamente fue a verlo, todo estaba en orden, trató de calmarse haciendo sus cosas.

En un vuelo sin escalas, acaban de arribar al país en el avión privado de la familia, Lilian Meet y su hijo.

                          -Señora, bienvenida. Nuestro más profundo pésame para éste duro momento que les toca pasar.

El saludo formal de Antonio, dueño de la funeraria, no movió un pelo de la señora ni de su hijo, que no perdieron tiempo en saludos   

                           -¿Dónde está mi marido?

                                               -Si señora, adelante, por acá van verlo…

Todo estaba listo.

La cara de José Marcial López Aragón Cortez adentro del cajón se iluminaba con brillo por el contraste de la cobertura blanca del ataúd, en rigor a la verdad, gracias a las manos apasionadas de Juan Carlos que había hecho un trabajo perfecto, el aspecto general del finado se había favorecido bastante en comparación a cuando estaba en vida.

La millonaria viuda y el hijo observaban el cajón en silencio, Antonio y Juan Carlos esperaban detrás, a los dos les llamaba la atención la distancia que había entre la madre, el hijo y el difunto, habían pasado poco más de un minuto y no había reacción de dolor ni de consuelo entre ellos, era como ver un auto que estaba a la venta, algo estaba faltando… hasta la que Sra. Meet, tuvo un inesperado rapto de furia que rompió el silencio:

                -NO, NO y ¡NO! Así, no pueden mostrarlo.

Antonio y Juan Carlos,  seguían inmutables.  

                                              -¿Dónde está su peluquín? Gritó la viuda.

Juan Carlos empalideció como si él fuera el muerto, empezó a sudar en frío y su estómago se revolucionó violentamente, no pudo evitar tener que poner la mano en la panza para calmar los retorcijones, sintió que el mundo se le caía en la cabeza como una tormenta de granizos...

Ni él, ni Antonio tenían idea de que el viejo usaba peluquín, el que seguramente se habría extraviado por ahí 
o tal vez se lo habría robado algún empleado que odiaba al tirano, pero en fin, del peluquín ni un pelo…

La furia de la Sra. Meet se tornó incontrolable, enojada, como sólo saben enojarse los ricos, se dirigió a los dos y mirándolos fijo a los ojos les juró que si no encontraban el peluquín de su marido, jamás por los jamás de los jamases, volverían a encontrar un trabajo sobre la tierra de éste continente.

                    -Si alguien se entera, que mi marido era pelado, les doy mi palabra que Uds. van a desear estar enterrados con él antes de saber lo que soy capaz de hacer… por mi vida, que tienen los minutos contados para solucionar esto. ¿Quedó claro?

-Si señora.

El “si” de los dos, fue suave y cortito, como niños en penitencia.

En eso, después del si, se oyó al hijo:

                       -Te dije mamá, yo te dije, en Londres estas cosas no pasarían, todo esto es culpa tuya…

Lilian Meet y el señorito se retiraron del cuarto frigorífico donde estaban y se fueron a recibir las personas que iban llegando como tropeles. 

Juan Carlos sabía que ahora le tocaba oír al jefe, pero el que sabe, sabe, y Antonio no es dueño por casualidad, no perdió tiempo en reproches, se limitó a mirarlo, con eso bastó para comprender el futuro, después, sin perder tiempo, buscó un número de teléfono y le dijo: -llama de mi parte, pregunta por Lucía, explícale que se trata de una urgencia. Que venga de inmediato.

                           –Sí señor. Respondió Juan Carlos, que tenía la moral por el suelo y el orgullo en un cenicero.

Don José Marcial López Aragón Cortez y Juan Carlos habían quedado otra vez a solas, uno acostado mirando el techo, y el otro sentado sobre los pies del cajón, encorvado, con los pies cruzados.  Juan se encendió un cigarrillo, observaba al muerto, daba una pitada al cigarrillo, volvía a mirar la cara de José Marcial …si serás culiadito viejo, hasta muerto te gusta joder a la gente que labura para vos… y exhaló el humo del cigarrillo con fuerza directo a la cara del muerto, estaba a punto de tirarle las cenizas encima de la cara cuando oyó que alguien entraba, era ella, Lucía, una mujer hermosa, más o menos de la misma edad que él, que no había visto antes, de repente se sintió descubierto y mal ubicado, se sonrojó rápidamente, Lucía se dio cuenta, pero lo tomó con gracia y a cambio le regaló una mueca de complicidad.
Se saludaron con un beso y los conceptos de la química se estrellaron en los carriles de la mirada.  La fuerza de atracción les era irresistible para ambos, las primeras palabras estaban todas demás, nada era mejor en ese instante, que dejarse llevar por la sorpresa del encuentro.

Lucía, además de ser la mujer más linda que habían visto los ojos de Juan Carlos, era una experta peluquera y la mejor fabricante de pelucas de pelo natural. Ni bien se presentaron, Ella empezó a trabajar  

                       -A ver, que tenemos acá…mmm… Pobre viejo –dijo Lucía- ni muerto ha podido mostrarse como es, que pena dan los que viven así, no te parece?

El pensamiento de Lucía le caló un toque en la conciencia, le hizo sentir un dejo de culpa y un poquito de vergüenza ante la nobleza de Ella.  

-Claro, si, presupuesto, por supuesto digo.

La belleza de la peluquera le provocaba un alboroto de palabras en la boca, y probando un peluquín, probando otro, Lucía, volvió a sonreírle y desinhibió la tartamudez.  Empezaron a entenderse con la mirada y tuvieron una conversación tan fluida, que cualquiera que los hubiera visto, podría pensar que se conocían hace años, entre charla y charla, Lucía seleccionó el peluquín que mejor le quedaba al muerto.

Juan Carlos, que nunca había visto al viejo con pelo, consintió la selección, sin duda, era el quincho que mejor le quedaba, estaba como nuevo, la línea prolijamente peinada, flequillo al costado y, como si fuera poco, el castaño hacía juego con el cajón -¿qué más se podía pedir?-

-Listo el pollo. Ironizó Lucía.
-Sale con fritas, retrucó Juan Carlos.

En pocos minutos, Lucía y Juan Carlos, habían hecho el equipo de trabajo soñado por cualquiera, se entendían a la perfección; pero el cuerpo, que ya no tiene tiempo para perder en cuestiones de verse bien, sino para conservarse en buen estado, obligó a interrumpir el incipiente amor y seguir con el velorio. Juan Carlos inmediatamente puso el cajón en la sala para el público e hizo pasar a los deudos a dar el último adiós, uno a uno, se fueron aproximando y a medida que pasaban se iban amontonando alrededor del muerto, algo cuchicheaban, ninguno quería alejarse de la imagen,  detalle que instantáneamente notó Lilian Meet que no dudó en acercarse rápida al cajón y cuando vio el cuerpo de su marido, repentinamente se les desencajaron los ojos y agarrándose la cabeza empezó a gritar como si estuviera viendo un fantasma, gritó y gritó, hasta que se arrojó sobre el cajón del marido abrazándolo con tal vehemencia que en esa acción cayeron los dos al piso, primero la señora y encima de ella, el marido, que literalmente cayó con peso muerto sobre la viuda que seguía gritando hasta que el oxigeno dejó de llegarle al cerebro y se desmayó desplomada, como una bolsa de papas, con las piernas desparramadas, varios tuvieron que girar sus caras por la impresión de ver el enorme calzón de la señora y la cabeza del muerto en la entrepierna; el señorito corría despavorido por sala gritando “auxilio, auxilio” en un estado catatónico de nervios y ansiedad que también lo llevó al desmayo .

Desalojaron la sala para dejar lugar a los paramédicos del servicio de emergencia que hacían primeros auxilios.  Madre e hijo, fueron trasladados al hospital. El dueño estaba desesperado, en la puerta de la funeraria esperaba la prensa, que ya estaban agitando para entrar y saber que había pasado, a los gritos preguntaba que había pasado, Juan Carlos y Lucía se miraban con cara de póker y se preguntaban lo mismo.

Nadie comprendía que había pasado. Nadie. El velorio había terminado ahí.

Pero, entre gritos y gritos de Antonio, alguien se acercaba tímidamente, una señora un tanto mayor, bajita, media gordita, de expresión sumisa pero tierna, ella había visto y entendido todo, -Señor, disculpe, -pausó esperando atención-
 
-¿Qué quiere? Contestó de mal modo el dueño.  

-Me llamo María, yo soy el ama de llaves de la Señora Lilian y el difunto señor Marcial, yo sé porque se desmayó mí señora…

-Bueno, cuéntenos ¿por qué? ¿Qué está esperando?

-La Señora Lilian es muy especial ya lo habrán notado… bueno… primero, el color del pelo que usaron no es el mismo que usaba el Señor, pero eso no es nada, lo que alteró a la doña, fue ver que la etiqueta del precio había quedado a la vista, entonces ella se arrojó a quitarla y volteó el cajón, se veía a la legua, arribita de la oreja, $99,90 MADE IN CHINA decía…

Como correspondía, ese mismo día despidieron a Juan Carlos.