26 de febrero de 2015

Edificio


Santi se quedó regulando. Dudaba atrás del mostrador mientras sumaba la cuentita. No se trataba de un problema de aritmética ni era culpa de la lapicera. Santi dudaba de poder cobrar algún día esa cuenta, movía los ojos para un lado para el otro, de un lado del cerebro proyectaba una discusión con su mujer por este “perno” y empezó a buscar la mirada de la esposa como para decirle: “Vos sabes mi amor que me parece a mí pero este tipo nos va a clavar…” Del otro lado de los pensamientos proyectaba que el fin de la cuentita era para que la nena comiera algo ese día, porque era fin de mes y sabía que los padres andaban muy mal de guita y, pese a que la discusión imaginaria con su esposa subía de tono rápidamente, igual le fió los fideos, el puré de tomates y un yogurt para la hijita. La esposa de Santi lo miraba de reojo, espiaba lo que hacía y en la sangre se le mezclaba ternura y enojo, sabe que su marido tiene el corazón blando como un niño y por eso la mayoría de los clientes van cuando está él, como ahora, que vino el papá de Sofi a pedir fiado con la nena en brazos porque es fin de mes y no tiene un mango en el bolsillo, pero cuando recién cobra se va hacer las compras al hiper y deja a Santi para el último.  La esposa se indigna y le hace cara de enojo que le va a durar hasta después de la cena, donde va a volver a explicarle que tiene que aprender a decir que no de vez en cuando, porque del kiosco depende toda la familia. “Que vaya a pedir fiado al Hiper con la beba en brazos, a ver que le dicen…” Va a rematar la esposa ante el silencioso y cabizbajo marido. La proyección de Santi era acertada pero le cuesta mucho decir que no, sobre todo cuando hay chicos de por medio…

En el hall de entrada del edificio se produjo una discusión; Sofi, que venía del jardincito y de haber estado en el almacén de Santi, se enojó con Gustavo, el portero, porque éste la retó por correr en el pasillo con un crayón en la mano rayando toda la pared hasta la puerta del ascensor.  Simplemente le dio un gritito cortante: —no nenita, no —gritó. 

No fue para tanto. Pero a Sofi no le gusta que nadie la rete y empezó a llorar insufriblemente. Fabi, la mamá de Sofi, también se enojó —se le nota en la cara inmediatamente— pero no con Gustavo ni con Sofi, sino con Maxi, su marido separado que vive con ella, porque han decidido seguir juntos por la nena aunque ellos ni se soportan; de hecho se han puesto de acuerdo en dividirse los días de la semana para que cada uno pueda traer a su pareja actual a casa y hacer vida de familia; así, los lunes, miércoles y viernes ella viene con su novio, y los martes, jueves y sábados él invita a su novia, eso sí, los domingos son sagrados, los domingos son para ir a comer hamburguesas en familia.

Gustavo, que casi nunca se enoja y menos con los niños del edificio, ese día estaba nervioso si no, no le hubiera gritado. Pasa que hace unos días que anda mal y después de un instante trató de explicarle-excusarse con la mamá de Sofi diciendo que después llegaría Sandra del 2° A y que lo acusaría con Horacio, el Administrador, porque no limpió el rayón en la pared y el horno no está para bollos.

— ¿Y a mí qué me importa lo que diga el administrador? Con lo que salen las expensas acá puede pintar una vez al mes si quiere —respondió, ortivamente, Fabi.

Sandra ya acusó varias veces al portero porque dice que se la pasa todas las tardes en el 5° A arrimándole el ala a Luciana, la más linda del edificio. Sandra, en el fondo, no es buena, es envidiosa; no le interesa tres pitos que el portero le quiera arrimar el bochín a Luciana, es una ilusión imposible. 

Lo que le jode soberanamente las pelotas es que Luciana sea linda, joven y gata.  

Fabi también se explica-excusa y, le echa la culpa de todo al papá de Sofi, por el carácter insoportable y caprichoso que tiene la nena, dice que salió a él, por eso hace el berrinche que hace, y por eso todas las noches tienen peleas que hacen temblar las paredes. Cada vez que esto pasa,     —casi a diario —murmura por lo bajo Gustavo, Antonio y Mercedes, que viven al lado, salen a pasear a Mateo, su adornado y amado Caniche Toy que pone los pelos de punta a Ricardo, el policía solterón que vive abajo y que odia esos perritos de mierda porque dice que son perritos de putos. Pero, como también le apunta a Luciana cada vez que la ve, no denuncia en la administración que hay perros en el edificio, sabe que a Luciana le encantan los Caniches y detesta los gatos. Especialmente detestable le parece a Luciana, la gata que tiene su vecina, Liliana, una siamesa que la tiene todo el día en brazos y que, todas las noches, se escapa por ahí a coger con cualquiera —No hay mascota que no se parezca a su dueño—dice Luciana.

Según Gustavo y Ricardo, que hablan seguido porque tienen los mismo gustos, creen que Luciana y Liliana se llevan mal porque a Luciana le molesta que Liliana tenga un novio diez años más chico que ella y que, además, sea amigo de su ex novio Mauricio que recién se muda al décimo A y, desde que se mudó, hizo tres fiestas seguidas para inaugurar el dpto. (Jueves, viernes y sábado) con compañeros y amigotas que, según dice Calvino —el guardia de los fines de semana— las amigotas deber ser parientes del siamés de Liliana.

Por estas fiestas, a Mauricio no lo quiere nadie en el edificio.

Hace poco, en la última, hubo incidentes cuando Patricio, un compañero de trabajo de Mauricio, se quedó dormido en el palier al lado de la escalera con una de las invitadas que vomitó todo el descanso del entrepiso. Digamos que eso no fue lo más escandaloso de la noche sino el lío que se armó cuando Lorena del 8° H, salió a ver qué pasaba y vio a su cuñado Patricio, en ese estado deplorable, abrazado a la chica que lo acompañaba.  En repudio a la escena descarada que brindaba su cuñado con la piba, le hizo una foto y se la mandó a su hermana Alejandra, la mujer de Patricio, para que confirme con sus propios ojos, lo que ella le decía desde antes de casarse, es un hijo de puta, ya vas a ver, le decía. Alejandra, que estaba muy angustiada porque su esposo no aparecía por casa, tardó tres minutos en llegar al edificio y hacer el escándalo del siglo, por lo menos, eso contó Javier, el novio de Lorena, el lunes cuando vio a Gustavo, el portero, que no tardó en subir a contarle el chisme de lo que había pasado en el departamento de Mauricio a su ex Luciana pero, cuando llegó, ya estaba Horacio, el administrador, tomando mates con Luciana y además de haberle contado todo, le prometió que iba a multar a Mauricio todos los meses hasta que se fuera del edificio.

Gustavo se puso furioso de celos. (Tal vez por eso había retado antes a Sofi). Gustavo bajó al almacén y le contó a Santi, el almacenero, que había descubierto a Horacio, el administrador, teniendo sexo con Agustín, el gay que vive al lado de Mauricio; Santi que, al principio dudó de Gustavo, terminó creyéndole porque se acordó de que Agustín —el gay— varias veces había dicho en el kiosco que Gustavo era un chismoso, que sabía la vida de todos en el edificio. Entonces Santi, dio crédito a la versión de Gustavo sobre Horacio y Agustín y al llegar la noche, Santi le contó a Cristina, su esposa, lo que le había contado Gustavo, lo cual le sorprendía porque la semana anterior, Fabi —la mamá de Sofi— le contó que había visto a Gustavo entrando al departamento de Agustín y que para Fabi, entre ellos, pasaba algo. Cuando Cristina terminó de contarle esto, Santi la miró pensativo, inseguro, después de reflexionar un momento en silencio dijo:


—Mira, por mí, que cada uno haga de su culo un florero y le ponga la flor que más le guste, mientras que los del edificio me paguen el fiado, el resto es puterío.