14 de febrero de 2012

Pobrecito el Pepe.



…Ya me sonaba raro que el Roco no buscara la comida.

-Roco, Roco, Roco.

Lo llamé varias veces, y nada.

-Roco, Roco, Roco.

Salí al patio a buscarlo. Ahí lo encontré al desgraciado. En el fondo, a la sombra del limonero.

-Roco! a comer. Vamos! -Grité enojado, pero tampoco hizo caso. El sin vergüenza, no me llevaba el apunte.

Ya me había hecho enojar en serio. Me fui a buscarlo, en el trayecto levanté la manguera para asustarlo y cuando estaba sobre El, no lo pude creer, el susto, me lo llevé yo. 

–Nooo!  ¿Qué hiciste roco? Grité cuando lo vi. -Te voy a matar roco!

El desgraciado tenía, entre sus patas y el hocico, al Pepe, y, por el cogote un collar de plumas amarillas que habían sido del canario; de un manguerazo en el lomo lo levanté del suelo.

-¡Pobre Pepe desplumado!

-¿Qué hago ahora con el pepe? ¿Cómo se lo explico a la Pocha? Se muere si lo ve así, la viejita se muere o me mata a mí y al roco juntos. Ésta, sí que no me lo perdona...

El Pepe era el canario de la vecina, "la Pocha", la más vieja del barrio y también la más querida y respetada. La Pocha amaba ese canarito de mierda, que todas las mañanas se encargaba de despertarme. Lo amaba por dos motivos -supongo yo- Uno, porque era su única compañía en la casa; dos, porque fue lo único que su finado marido no perdió en la timba. Era devoción de la Pocha por ese canario del orto, si me veía en la calle, me frenaba para contarme algo del pepe, si me veía en la carnicería también: “canta con tanta alegría, me llena el alma el pepe” “canta porque es un agradecido a la vida el pepe” -como si no supiera como canta el puto pajarito- si todos los días a las siete de la mañana ya estaba rompiendo los huevos. Pero en fin, nada justificaba tanta desgracia. Pobre Pocha…

El roco, me miraba de lejos, se daba cuenta que ésta vez había metido la pata hasta el cogote.

–Cuando la Pocha se entere lo que hiciste con el pepe, te va a envenenar la comida, ya vas a ver roco. Decía mientras juntaba las plumas del suelo. -¿Qué voy hacer? Entre los limones y  las plumas no dejaba de preguntarme. -No le puedo decir que el roco se lo morfó, no, no puedo hacer eso, mucho espanto para la pobre vieja. Tampoco podía no hacer nada la pocha era capaz de salir a buscarlo por el barrio y no parar hasta encontrarlo. No soportaría verla llenar el barrio de afiches con la foto del canario, seguro que me pediría ayuda, menos lo soportaría.

Pensaba y pensaba.

El sol de la siesta derretía el alquitrán de las calles. Yo sabía que la pocha dormía siesta hasta las cinco; entonces se me ocurrió, me iluminé de repente, como si se me hubiera caído un limón en la cabeza: agarré al Pepe y le quité la tierra que se le había pegado en el pellejo por la saliva del roco, lo limpié bien y lo armé como se podía. Clavé casi todas las plumitas donde iban, con La gotita y por último, le acomodé los ojitos a presión.

Ahora, por lo menos, parece que lo mató el corazón y no que se lo morfó el roco. Envolví el canario en la remera que llevaba puesta y cruce al patio de la pocha.

La medianera entre las dos casas estaba incompleta, un par de alambres flojos separaban el fondo de los dos patios. Con cuidado de no ensuciar los camisones que colgaban en la soga, llegué hasta el enorme jacarandá donde colgaba la jaula del pepe. Silenciosamente, con el corazón en la boca, lo deje adentro y me fui.

Cinco y media de la tarde: ¡haaa! ¡haaa! –Era la Pocha y el grito más desesperado que jamás había escuchado. Agudo, desagarrado desde las entrañas. Un gritó que oyó y atrajo a todos los vecinos de la cuadra.

-¡ay el pepe, ay el pepe! Pobre el pepe. Que Dios me lo guarde y lo tenga en la gloria…

Mi madre -que se pasaba las tardes enteras tejiendo en el comedor- cuando escuchó tremendo llanto, saltó de la silla y salió corriendo al patio, con las agujas en las manos y con la lana por detrás enredándose entre los pies, cruzó los alambres como nunca imaginé que mi mamá podía hacerlo.

Yo, que sí sabía porque gritaba la vecina, esperé unos minutos para ir. Cuando llegué, la pocha estaba sentada y seguía llorando. Mi madre la ventilaba con un diario tratando de calmarla y le decía: -es normal, todos los pájaros se mueren y van al cielo, además el pepe, de lo viejito que estaba ya casi no cantaba –que no va a cantar pensaba yo, si me despertaba todos los días- Entonces, con un hilito de voz entrecortada, secándose los mocos con un pañuelito de papel, la pocha, comenzó a explicar algo:

-Es que vos no entendés, Susi...

-Esta mañana, cuando salí a colgar la ropa, vi que el pepe se había muerto, entonces lo enterré cerca de los alambres, y ahora, cuando iba a descolgar la ropa, el pepe apareció! 

es-ta-ba-a-den-tro-de-la-jau-la. 

La pocha, volvió a romper en un llanto desconsolado y mi madre también…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajajjajajajajajajajajajajjaaaajjaaaaajjjajajaj

Daniel dijo...

Se siente muy bien saber que alguién se rie.
Gracias por visitarme.

Angys dijo...

jajaja q pobre pepe.... pobre roco q ligo manguerazo jajajaj