20 de noviembre de 2012

Vecinos


Santi se quedó pensativo. Dudaba. Miraba a su esposa como diciéndole: -Este guaso no nos va a pagar, pero igual le fio.  Le cuesta mucho decir que no, sobre todo cuando hay chicos en el medio.  Su esposa lo mira y lo entiende, lo conoce bien, sabe que tiene un corazón blando, que a veces supera lo generoso; igual le hace cara para que aprenda a decir que NO de vez en cuando, porque en el fondo, la guardiana de la economía de la familia, es Ella.  

En el hall de entrada del edificio se produjo una discusión; Sofi, que venía del jardincito, se enojó con Gustavo, el portero, porque éste la retó por correr en el pasillo con un crayón en la mano que decoró exactamente hasta la puerta del ascensor.  Simplemente le dio un gritito cortante: NO NENITA. Gritó

La verdad es que no fue para tanto. Gustavo, casi nunca se enoja, menos con los niños, pero por esos días andaba  un poco nervioso, como estresado. Trató de explicar-excusarse, diciendo que después llegaría la Sandra del 2° A y que lo acusaría con Horacio, el administrador, porque no limpió el rayón que hizo Sofi en la pared.  Sandra ya acusó varias veces al portero porque dice que se la pasa toda la tarde en el 5° A arrimándole el ala a Luciana, la más linda del edificio.

Pero a Sofi, que no le gusta que nadie la rete, empezó a llorar insufriblemente, y Fabi, la mamá de Sofi, también se enojó –se le nota en la cara inmediatamente- pero no con Gustavo ni con Sofi, se enojó con Maxi, su marido-separado que todavía vive con ella porque ambos han decidido seguir juntos por la nena. Fabi le echa la culpa al papá de Sofi por el carácter insoportablemente caprichoso que tiene su hija, dice que salió a él, por eso se enoja. Entonces, cuando entran al departamento pelean y se gritan muy fuerte los dos. Y cada vez que pasa esto, que sería a diario según Gustavo,  Antonio y Mercedes, que viven al lado, salen a pasear a Mateo, su adornado y amado Caniche Toy que pone los pelos de punta a Ricardo, el policía solterón que vive abajo que odia esos perritos porque dice que son perritos de putos. Pero, como también le apunta a Luciana cada vez que la ve, no denuncia en la administración que hay un perro en el edificio, porque sabe que a Luciana le encantan los Caniches y detesta los gatos. Especialmente detestable le parece a Luciana, la gata que tiene su vecina, Liliana, una siamesa –dice la Lu- la tiene todo el día en brazos, pero todas las noches se escapa por ahí a coger con cualquiera. Si será trola esa gata, -dice con puntos suspensivos-.

Según Gustavo y Ricardo, que hablan seguido porque tienen los mismos gustos, creen que Luciana y Liliana se llevan mal porque a Luciana le molesta que Liliana tenga un novio diez años más chico que ella y que además sea amigo de su ex novio Mauricio que recién se muda al décimo A, y desde que se mudó hizo tres fiestas seguidas para inaugurar el depto (jueves, viernes y sábado) con compañeros y amigotas que, según dice Calvino, el guardia de los fines de semana, las amigotas deber ser parientes del siamés de Liliana.

Por estas fiestas, a Mauricio no lo quiere nadie en el edificio.

Hace poco, en la última fiesta, hubo incidentes cuando Patricio, un compañero de trabajo de Mauricio, se quedó dormido en el palier al lado de la escalera con una de las invitadas que llenó todo el descanso del entrepiso con vómito. Digamos que eso no fue lo más escandaloso de la noche, sino el lío que se armó cuando Lorena del 8° H, salió a ver que pasaba y vio a su cuñado Patricio en ese estado deplorable abrazado a la chica que lo acompañaba.  En repudio a la escena descarada que brindaba su cuñado con la piba, llamó a su hermana Alejandra, la mujer de Patricio, para que viniera a verlo con sus propios ojos. Alejandra que estaba muy angustiada porque su esposo no aparecía por casa, tardó tres minutos en llegar al edificio y hacer el escándalo del siglo, por lo menos, eso contó Javier, el novio de Lorena, el lunes cuando vio a Gustavo, el portero, que no tardó en subir a contarle el chisme de lo que había pasado en el departamento de Mauricio a su ex Luciana, pero cuando llegó, ya estaba Horacio, el administrador, tomando mates con Luciana y además de haberle contado todo, le prometió que iba a multar a Mauricio todos los meses hasta que se fuera del edificio.

Gustavo furioso de celos, bajó al almacén y le contó a Santi, el almacenero, que había descubierto a Horacio, el administrador, teniendo sexo con Agustín, el gay que vive al lado de Mauricio; Santi que al principio dudó de Gustavo, terminó creyéndole porque se acordó que Agustín –el gay- varias veces había dicho en el kiosco que Gustavo era un chismoso que sabía la vida de todos en el edificio. Entonces Santi, dio crédito a la versión de Gustavo sobre Horacio y Agustín y al llegar la noche, Santi le contó a Cristina, su esposa, lo que le había contado Gustavo, lo cual le sorprendía porque la semana anterior, Fabi, la mamá de Sofi, le contó que había visto a Gustavo entrando al departamento de Agustín y que para Fabi, entre ellos, pasaba algo. Cuando Cristina terminó de contarle esto, Santi la miró pensativo, inseguro, después de reflexionar un momento en silencio dijo:

-Mira, por mí, que cada uno haga de su culo un florero y le ponga la flor que más le guste, mientras que todos los del edificio me paguen el fiado, todo el resto es puterío.  

29 de octubre de 2012

N.





Nada nuevo nunca nace y
                                         nadie nace nuevo. Nulo.
Nervio nada en Nilo de nata,
nécoras y nichos de najas.

¡Nade nivel negro!

Niña nace, natal de Napo.
Ninfa con nimbo núbil.
En norte, nova navío de neón.
Nazca nalga y nabo, nogal y noche.

Nubes nuevas nutren napas.
Nieve nutre numen.
Nueve nidos de níquel.
Nazcan, nuez y nácar
Nerón no, Neruda ni.

Nauta nace en niño sin nave.
Nulo, no.
Nervio nunca.
Novel niega ninfa sea necia.
Nacóm, niguas y naguales, nones.

Niña con niño, en nao,
nadan nivel negro con nitro.
Con noria nueva, nacen nardos con néctar.
Niña narra nación nueva al niño nimio.

¡Nanay!
navel nansú.

4 de octubre de 2012

Q.



QUIERO un beso dulce al despertar y olor a café en tu boca.
Quiero ver tus ojos cuando tengan sueño y cuando estén tristes también. Quiero quererte.

QUIERO tu mirada cuando no estés de acuerdo. Quiero enseñarme contigo.

Quiero la magia de tu encanto.

Quiero  hacerte el amor a la siesta en cualquier parte, sentarme al filo de tu ombligo y arrojarme al vacío. Quiero tu perfume de piel y unir lunares con el dedo.

Quiero soñar y verte reír. Quiero que me extrañes. Quiero jugar y quiero besar.
Quiero aprender y descubrir.
Quiero aceptar. Quiero familia. Quiero ver crecer la panza. Quiero cuidarte. Quiero que me quieras.

Quiero, simplemente, que estés a mi lado, siendo tu misma.

25 de septiembre de 2012

Encuentro.



Que esta primavera esté llena de encuentros. 
Con cariño, un beso que florezca,
Pensa Limón

5 de agosto de 2012

Tentativa de macho.


En un típico barcito cordobés que está al frente de la Plaza del Mercado Central de la República de San Vicente, entre penas y unas ginebritas, el destino abría el juego…

Rano. “El” Rano.  El Rano es uno de esos guasos que hay en Córdoba que saben de todo, mucho, es de esos, que la tienen clara en grandes cosas de la vida como el  amor, las mujeres, la timba, los amigos, la noche, la mecánica y la electricidad, hasta guitarrea y tira los mejores aros en los asados.

El ranito, como le dicen algunos, había laburado desde chico y había pasado por cuanto trabajo a uno se le pudiera ocurrir, él, ya lo había hecho. Su primer empleo lo tuvo a los doce años, vio la oportunidad y la tomó; fue el primero en cuidar autos en una esquina de whiskerías de barrio Alta Córdoba, por eso, sabe de todo, porque tiene la calle. 

Él, es de esa clase de tipos que siempre te alegran un asado o te pone una sonrisa en cualquier velorio, le sobran historias para contar, cuando habla, no hay quien se resista escucharlo. 

Tiene cuarenta y pico, casi cincuenta, aunque el desgaste propio de la vida le anda jodiendo un poco, le empieza a preocupar que le vean la próstata, por eso anda casi retirado de los asados que empiezan los viernes y terminan los domingos; la barra del bar lo reclama, pero él,  es de esos tipos seguros de si mismos que cuando toman una decisión, ahí nomás, va y lo hace, porque tiene huevos.

Hace un tiempo, el Rano había decidido que iba a cumplir su sueño: dejar de ser empleado para ser un empresario famoso, y con la platita que había ido juntando en sus trabajos, llegó el día en que puso en marcha su sueño: Se compró su primer autito. Un Renault 12 rojo, con gas, papeles al día, vidrios polarizados, tapizado de símil cuero blanco y musiquero con control remoto. Un chiche impecable.  Como será de contento que estaba, que juntó a toda la barra para presentarlo en público y anunciar que se iba a dedicar al negocio del transporte, el Rano se convertía en el nuevo empresario del transporte urbano de Córdoba, porque el R-12 lo ponía de remi trucho para la zona sur, San Vicente y aledaños.

Se lo veía feliz, no se cansaba de repetir que ahora era su propio jefe y organizaba el día como quería; los días de lluvia hacía la diferencia y los fines de semana la mayoría de las chicas del barrio lo buscaban para que las llevara al baile.  El Rano, es un tipo groso, y es mi amigo de toda la vida.

Y de esto trata este relato, de aquellos amigos que están para pecharte la mula cuando la vida se retoba, y así andaba mi vida, retobada y a las patadas, cuando aquella mañana en el barcito, sentado sólo en una mesita de la vereda dedicado al vicio llegó el Rano; pelo mojado, gafas de sol espejadas en la cabeza, camisa hawaiana blanca con rojo, jeans y tejanas, para hacerme el aguante con una ginebrita.  

-Qué hace gordo, cómo andas?

Me saludó mientras subía el volumen del estero con el control remoto.

-Nada Rano, acá ando…

-Mira gordo, le puse levanta cristales automáticos a la máquina.

-A mira vos, Qué bueno no? 

-Che, gordo, no es porque tengas mucha cara de ojete ni que yo quiera meterme en tus cosas, pero hace rato que te veo mal, en qué andas hermano? 

Iba a decirle que no me pasaba nada, él venía tan contento que me apenaba tener que bajonearlo con mis cosas, pero pensé que a un amigo de toda la vida no se le miente, así que sin vaselina, le conté todo.

-Mira, vengo de mal en peor, nunca tuve tanta mala leche en mi vida como ahora. Te acordas de la Yesi?

-¡Aa!, dice el Rano, por ahí venía la cuestión, no me digas que la atorranta esa ya te dejo de nuevo?

-Sí, Rano, me cortó el rostro, se piro con uno de esos compañeros que tiene en la facultad, ¡yo sabía! ¡Yo sabía! que me iba a dejar por otro más inteligente.

-Bueno, gordo, pero no es para tanto, ya va venir otra, ya vas a ver que va aparecer otro clavo, te olvidas de la yesi y listo, no te haga mala sangre al vicio.

-Rano, mira la panza que tengo, y el cabezón que tengo, soy más feo que pegarle a la madre, ¿quién se va a fijar en mí? 

-Bueno gordo, tampoco es que las chicas de acá se parecen todas a Xuxa, es cuestión de que aprendas a venderte un poco mejor, todo es una cuestión de actitud, sino mírame a mí…

-Son otros quilombos que tengo también, su juntó todo Rano, no quiero saber más nada de nada con nada ni nadie.

-¿Cuáles?

-Me echaron del laburo, de la tarjeta ya me pasaron a los abogados, el del alquiler me persigue todos los días, estoy más seco que una tostada de gluten, me las quiero cortar y ponerlas de adorno, Rano, me van a embargar hasta las ganas…

-Gordo, a vos no te meó el elefante, vos lo ordeñaste y desayunaste una taza de meada cada mañana… 

Bueno, no te amargues, algo vamos a hacer, espera acá.

El Rano se fue hasta el auto, y volvió con una tarjetita en la mano.  

-Gordo, acá tengo la solución a todos tus quilombos, al tipo este de la tarjeta lo conocí en un viaje que le hice, lo llevé hasta su casa en Villa Páez, al frente de la cancha de Belgrano vive.

-¿Quién es? ¿Qué hace?

-Se llama Krokodianga kurtiva, pero todo el mundo lo conoce como el Conde Braulio, es un negro enorme, pero flaco como un palillo, barbudo, y tiene ojos negros y saltones, tiene rastras en la cabeza, al principio asusta, pero no pasa nada, es buen tipo.  Me di cuenta cuando lo dejé en la casa, la gente, ¡¡estaba haciendo cola para verlo!!

-¿Por qué hacían cola?

-Porque el negro este es un chamán del amor, un gurú del éxito y la fortuna, la gente que estaba ahí, venía de todos lados para hablar con grone, había pasacalles de agradecimiento, flores, botellas de agua, de vino, como si fuera un santuario, de verdad gordo, tenes que ir a verlo ya.

-mmm no sé, esas cosas de magos nunca me gustaron, me da que son todos garcas, mejor no.

-Mira, peor de lo que estabas hasta ahora no vas a estar, no perdes nada en ir, dale, yo te  llevo.

Miré al Rano a los ojo, él estaba seguro que era buena idea, yo dudaba, tomé mi vaso y lo fondeé. Bueno vamos.

-Vamos.

El Rano puso en marcha la máquina, lo pasó a nafta al toque, clavó el CD del Toro Quevedo que más le gustaba y lo puso al palo, bajó las gafas a los ojos y nos fuimos. 

Cuando llegamos a la puerta de la casa de Krokodianga kurtiva,  el Rano me miró a los ojos, hasta acá llego yo hermano, el resto corre por tu cuenta, ahora seguís solo. Luego se fue. 

Realmente era grande el negro, tenía casi la altura de la puerta, y era muy flaquito, pero lo que más impresionaba eran sus ojos enormes, tenían un tono amarillento alrededor de las pupilas muy extraño. 
Llevaba puesto una túnica azul hasta los pies con varios soles dorados y un medallón violeta en el pecho, la verdad, no me animaba a mirarlo mucho, tenía miedo de darme cuenta que podía estar en pelotas abajo de la túnica.

Cuando entré a la casa del Conde, la primera impresión, fue la seca que le pegué al sahumerio de Pachuli, casi me da vuelta, y la segunda fue la cantidad de helechos y plantas que colgaban por toda la casa.
Estaba por empezar a contarle todas mis desgraciadas, cuando el chamán me hizo señal de silencio, le vi tamaño de las manos y realmente me asusté un poquito, en ese susto estaba, cuando el negro me trajo una túnica blanca para que me ponga, y en un español muy articulado me dijo:

-Tú, no decir nada, mejor silencio. Yo ocuparme de alma suya. Tú  poner bata y recostar aquí y tener ojos cerrados.   

Este grone va derecho a los bifes, pensé con resignación.

-Cabeza poner hacia la ventana, sin zapatos, respirar tranquilo, sin miedo.

La sala y el resto de la casa era todo silencio, una musiquita dormilona sonaba lejana y suave, empezaba a relajarme cuando oí

¡PLA – PLA!  ¡PLA – PLA!

El Conde había dado dos aplausos secos que me helaron el pecho, después, respiró hondo como si cargará un escupitajo gripal y con tono de voz tenebrosa empezó hablar misteriosamente:

-"Del Señor Creador que hay en mi, al Señor Creador que hay en Ti, os saludo Sr y te reconozco como un maravilloso ser divino del infinito desconocido.

¡PLA - PLA!  ¡PLA – PLA!

Entra luz dorada por tus pies, sube luz por tobillos, rodillas, ingles, corazón, plexo solar y mente superior. 
El morocho me pasaba las manos a lo largo y ancho de mi cuerpo sin tocarme, podía sentir el calor que irradiaba de la palma de sus manos al mismo tiempo que lo escuchaba respirar agitado como si estuviera corriendo.  
 
Otra vez silencio.

Yo con los ojitos cerrados haciendo fuerza para no espiar porque, obviamente no me animaba hacerlo y otra vez, el chamán, rompió el silencio para preguntar: 

-¿Me das permiso para abrir tú campo magnético? 

Honestamente, no sabía a quien le hablaba, si lo hacia conmigo o había otros seres presentes, por las dudas, accedí con la cabeza, El insistió;

-¿debe decir si o no Sr.?

Definitivamente la pregunta era para mí. 

-Di, perdón, Sí. 

Los nervios me traicionaban, lo único que me dejaba tranquilo con esto de abrir el campo magnético, era que estaba boca arriba y que por atrás no iba a poder abrir nada, menos con esas manos.
 
En cuanto dije Si, sucedió lo increíble, todo cambió, todo se revolucionó. Adentro mío, en la puerta del estómago, sentía como una estrella de mil puntas que empezaba a girar como las aspas de un molino; no sentía mis brazos ni los pies, sin embargo sentía que mi torso se despegaba de la camilla, estaba levitando. Mis párpados ya no temblaban por espiar sino que se habían sellado por una fuerza que me cubría la cara, y al cabo de unos minutos, empecé a sentir un milagroso estado de paz absoluta que me quebró en un llanto desconsolado y liberador al mismo tiempo. 

El gurú me indicó que me incorporara lentamente, yo sentía que no podía moverme.  Tampoco podía abrir los ojos. 

¡PLA - PLA!  ¡PLA - PLA!

Por favor, si sigue haciendo eso me va matar del susto.

-¡Levántate te digo!  A tu ser infinito le doy esta energía para que disponga de ella en un plan de luz violeta, remató, y el hechizo se rompió y pude abrir los ojos.

Cuando los abrí, el sahumerio había quedado resumido a un montoncito de cenizas. 

Antes de irme, el conde Braulio, me dijo:

-A partir de hoy, tú vida a cambiado para siempre, te llevas la energía en el corazón para que enfrentes con valentía, coraje y determinación cualquier obstáculo que se presente en tu camino para el resto de los tiempos. Son $ 500.

Pagué y muy amablemente me invitó a retirarme.

Cuando crucé la puerta de la casa, me di cuenta que todavía estaba como anestesiado, sentía que caminaba entre nubes y el aire fresco que venía de la costanera, amasaba mis pulmones.  Los últimos rayos de sol me caían en la cara como suaves manos que me acariciaban. Me encanta esta hora del día, pensé.

Caminaba por la Colón, y el tráfico había enmudecido totalmente, veía los autos y la gente pero no oía más que el movimiento de las hojas de los árboles y algún que otro pájaro que me saluda graciosamente. Un semáforo me hacía un guiño presumido y echamos a reír los dos.
Todo es tan maravilloso, pensé, y caminé y caminé y seguí caminando por la Colón sin noción del tiempo ni la distancia, hasta que de repente, dos chicos en una moto se frenaron delante mío  cuando cruzaba una esquina, entonces me di cuenta que algo estaba fuera de lugar, y era yo que estaba en una esquina de Yapeyú, y que los dos de la moto iban a robarme.  La noche era oscura y fría, y la esquina una trampa silenciosa sin testigos…

-¡dale gordito dale! ¡Ponete contra la pared da da da dame la guita ya! dale porque sos boleta. Gritaban.

Los choros me miraban y yo los miraba… En ese momento algo raro pasó por mi cabeza, era el recuerdo de la cara del Conde Braulio que me decía “…te llevas la energía en el corazón para que enfrentes con valentía, coraje y determinación cualquier obstáculo que se presente en tu camino…”   de pronto, como nunca antes en mi vida, desde mis entrañas, subió irreprimible una fuerza feroz, brutal, y mientras los choros se me acercaban cada segundo más, de repente, empecé a gritar y gritar y gritar, y grité tan fuerte que se me salían los ojos, los choros no podían entender que me estaba pasando, se miraban entre ellos y me miraban, yo los miraba y más le gritaba en sus propias caras, los choros, que empezaron a temer por sus vidas, se subieron a la moto y se dieron a la fuga sin llevarse nada.

Aquella noche, en esa solitaria esquina, la luna fue testigo de algo nunca visto, mi coraje, orgulloso y  pensativo, camino a casa, me dije: …y pensar que creía que el negro me había estafado quinientos pesos…  



10 de julio de 2012

Los Choripas. (Editado)


   

Jueves 27 de Noviembre, 12:45 hs, Irigoyen esquina Vélez Sarsfield, sensación térmica a la sombra 42° grados y moderando con leve aumento de temperatura y alerta de piedra. Córdoba Capital.
                                                                                                               
A primera hora de hoy, la ciudad fue sitiada por imprevistas manifestaciones y cortes estratégicos en los accesos al microcentro. Organizaciones gremiales, piqueteras y ambientalistas tomaron transitoriamente el control de la ciudad.El tráfico fue un caos insoportable, nunca antes visto. Recién ahora,cuando el sol cuece el alquitrán de las calles, empieza a normalizarse el tránsito, pero todavía falta mucho, en las esquinas todavía están humeando restos de las cubiertas incendiadas y aún puede verse en las paradas de colectivos, largas colas de personas desahuciadas, mujeres que se abanican sus caras rojas y despintadas, estudiantes descamisados sentados en los cordones. La gente se amontona odiosa en una baldosa con sombra esperando que por fin se destraben los conflictos y aparezca el colectivo, o el remí trucho que los saque del caldero.  El viento caliente de aire con olor a caucho quemado y pólvora de las bombas de estruendo, propaga el silencio de las personas y sofoca los aires condicionados de los locales, nadie está a salvo de éste infierno.
 
Arremolinados por el viento, una cajita de vino vacía y varios vasitos descartables se levantan en la esquina de 27 de Abril y Gral. Paz.   -el centro parece una película de vaqueros- A lo lejos, se oye otra bomba, tal vez sea la última del día.  

Yo acabo de salir de la oficina. Traje, camisa y corbata, para volver a casa, me toca cruzar el centro a pata porque, ni si dios quiere, voy a encontrar un taxi.

Dos cuadras apenas y en el fugaz reflejo de una vidriera, ya parece que vengo de un concurso de remeritas mojadas; pero no me quejo, el gordito que va delante mio la está pasando peor, tiene del cogote hasta la parte inferior del culo, una importante escarapela de transpiración y, a juzgarlo por el swing de su andar, o se está deshidratando o ya se le pasparon las cachas.  

Un poco por el hambre y otro tanto por la calor que hace y, también, porque ya caminé más que Kung-Fu, empiezo a tener alucinaciones, veo cosas extrañas por las calles; la ciudad humea vapor en cada alcantarilla, las heladerías están desabastecidas; las mujeres no tienen modales, una señora tropezó con un ciego y en un rapto de enojo le gritó: “¡porque no ve por donde camina!” el cieguito se enfureció al toque y entró a repartir bastonazos a diestra y siniestra hasta que dos tipos que estaban cerca del episodio,contuvieron al ciego para que no la cagué a bastonazos a la señora que se había caído sobre un lustra botas que también recibió un par de palazos en la cabeza.                                                                 

Ningún periódico había anunciado las movilizaciones.

El gremio de los banqueros, Naranjitas Unidos de Córdoba, Judiciales, Carreros, Hinchas Asociados de Talleres, Floristas de Cementerios y Huertistas de Villa Libertador, eran algunos de los grupos que habían manifestado desde temprano. Pero, aunque cada uno de los grupos que habían salido a la calle lo había hecho por su cuenta y en defensa de sus derechos, entre ellos hubo violentos cruces y grandes disturbios, actos de vandalismo y boicot de unos para con otros que hacían más peligrosa y caótica la mañana, como decía la nonna: se peleaban por ver quien la tiene más grande. De todas maneras, y sea como sea el tamaño de cada uno, en la calle,la policía, al límite de verse desbordada había solicitado colaboración de Bomberos, por momentos, el estado de alerta y tensión fue máxima.  Las avenidas principales eran tierra de nadie, o mejor dicho, de unos pocos mafiosos…

En Córdoba, es un secreto conocido.  El atentado a la paz, había sido pergeñado por un reducto de mercenarios muy poderosos para mostrarle al gobierno y al pueblo su poder de impacto y, de paso, que el resto del país vea que ellos la tienen más grande que cualquiera.  El fin: negociar nuevos privilegios.
Cuando el caos manda y la necesidad gobierna, en el peor momento de las protestas, aparecen ellos, los rufianes mercenarios. Inescrupulosos como ellos no hay otros.

Vienen a lucrar con las necesidades de la gente trabajadora, del universitario, del jubilado y su nietito, de la dama y el caballero. No conocen de piedad ni de misericordia, le da igual la vieja que el cieguito o el lustra botas. Su objetivo es instalarse donde se encuentre la mayor cantidad de gente, sufriendo o festejando no les importa, sólo necesitan de las masas congregadas para llenarse los bolsillos, no les importa si estás ahí antes, ellos te desplazan y se instalan.

Se hacen pasar por ocasionales y espontáneos, pero están pérfidamente organizados en la clandestinidad, concentrados en los pulmones y en los riñones de la ciudad, se meten por los intestinos, se pasean por el recto de cualquiera, son una bacteria inmune y auto reproducible, al primer descuido, ya se te metieron adentro y te quitaron los pocos pesos que llevas en el bolsillo.  Son los Choripa,la mafia cordobesa.
Choripaneros de manifestaciones y piquetes. Se agrupan por Clanes y se dividen por familias. Trafican desde el chacinado hasta las bombas de estruendo pasando por el expendio clandestino de sangría y amargo único. Fue mi nonna la primera que me enseñó la cruda realidad el día que me llevó a conocer un Choripa. Entonces me dijo: “mi hijito, ese chimichurri que usted ve ahí, tiene más secretos que la fórmula de la coca cola”  Nunca olvidé esas palabras.

Muchos políticos ganaron elecciones gracias a pactos secretos con los Choripa; “si habrá visto una esas multitudes que iban a los actos por el chori”, repetía la nonna cada vez que se anunciaba una elección.                                                                  
Los Choripa dominan el mercado negro de la docta, pero algunos expandieron su predominio a otras latitudes para evitar conflictos territoriales en el seno de los Virreyes del Chorizo, autoridad máxima de todas las Familias. Los Virreyes son los que organizan el espacio, dividen los territorios, son los que cortan y reparten el chorizo para que no haya disputas entre las familias. Dicen quienes son las familias que tienen el control en las canchas, en los bailes, en las manifestaciones. También se encargan de que no haya problemas con los controles municipales, aceptan o rechazan acuerdos con políticos en campaña, con barras bravas cuando juegan de visitantes para que puedan llevar su Choripa de confianza.  Acuerdan el precio de venta, designan quienes van a ser los proveedores del pan y el carbón, en fin, son capaces de todo, incluso, de hacer un asado abajo del agua.

Con los Virreyes del Chorizo NO-SE-JO-DE, porque te cocinan.                             

Pero la historia enseña que ningún crimen es perfecto y, aquél 27 de noviembre, entre tanto caos, sucedió un imprevisto. Un hecho inédito se grabó en la historia para el resto de los tiempos.

Después de haberme fumado más de una decena de Choripas en el camino, sucumbí a la tentación y me detuve en uno: Irigoyen y Vélez Sarsfield, al frente del Olmos. Antes, conté el efectivo que tenía conmigo, ocho pesos con veinticinco, no me alcanza para nada, o compro el pan o compro el chorizo, pensé, igual me acerqué, onda turista para ver de qué se trataba la parrilla, observé que le quedaban sólo tres choricitos, que a ojo de buen cubero no tenían más de una semana a la venta. Entonces decidí apurar el trámite:                     

-Maestro, una preguntita, ¿cuánto sale?                                                                   
-Dié, papi. Contestó rápido, como inquieto y preocupado por otra cosa.

Cuando lo oí, lo primero que pensé fue: culiao, me vio la cara. Automáticamente, como mecanismo de defensa, cambié el chip y pasé de turista ingenuo a cordobés básico:                       

-¿Son Adidas los chorizos? 
                     -No, si van a ser Nike -contestó sobrado. Su cordobés era más ilustrado que el mío. 

Después de este cruce, entre él y yo, no había más distancia que una parrilla,

                              -papi, vó no sabé lo que é estar al lado del fuego toda la mañana, a esta hora tiene otro precio-justificó el amigo.                             

En ese instante vino otro necesitado como yo, y compró el antepenúltimo chori.  Se lo morfó sin masticarlo. Hubiera empeñado el reloj o lo hubiera pagado en cuotas con la de crédito.  El Choripa y yo no dijimos nada, con los que tienen abstinencia de chimi, mejor no meterse. Consejo de la calle.

Visto esto, no me quedó otra alternativa que regatear.                                                                                                      

-a ver si llego -dije en voz alta- mmm uuh mmm… no, no llego, tengo ocho y chirola…
-papi, conmigo no hay drama, pa' que veá que soy buen guaso. Tomá, acá tené.   

Otra vez pensé, “qué culiao, me ve la cara y encima se hace el piola”  Por eso son los dueños del mundo, porque soplan y te hacen una botella, porque la tienen atada, a la chancha, los chanchitos y la máquina de hacer chorizos.
  
Ellos, son la elite de la docta, Choripa no se hace, se nace.

Aunque no tenga un peso en el bolsillo, tengo chori en mano y más vale chori en mano que cien fumados (me hubiera gustado que la nona me oyera decir esas palabras, se hubiera puesto orgullosa de mi).  Atorándome con el chori y los pensamientos, observé que algo ponía nervioso al Choripa. Ya no miraba su parrilla sino la de un Chóripa que estaba del otro lado de la Irigoyen, discutiendo con dos municipales que aparentemente no habían entendido la orden, o tal vez si, pero, especulando que se trataba un Choripa femenino, trataban de sacar un choripán fiado bajo coacción de multar y secuestrar la mercadería, sin duda, los agentes del orden subestimaron las consecuencias de sus actos. La tensión creció como el fuego en la parrilla. El Choripa que me había vendido a mí, no toleró un minuto más la situación de su colega cuando vio que uno de los inspectores levantó el frasco del chimi y empezó a tirarlo en la calle, entonces dijo:

-Se terminó. Van a ver estos come gratislo que es meterse con nosotros

Relojeó para todos lados buscando una cara conocida, pero sólo me encontró a mí, con la boca llena y la camisa llena de migas, no tuvo otra opción –se lo noté en la mirada- después dijo:  

-papi, cuidame el puesto, ya vengo.  Se dio vuelta y salió corriendo.

Los autos empezaron a chillar con sus frenadas.  Nadie entendía nada. El Central Azul, que por suerte recién salía del semáforo, embistió al Choripa que trastabilló y tambaleó unos metros, casi cayendo,casi levantándose, hasta que recuperó el equilibrio. Siguió corriendo sin importarle absolutamente nada. En unos segundos el tránsito volvió a congestionarse como antes, pero ésta vez, se había detenido en una pausa sin tiempo, en las veredas se había formado una tribuna de curiosos que coreaban a cada frenada de los autos un “¡uuh… qué culiau! ¡Uuh… qué culiau!” Los únicos que todavía no se habían percatado de todo lo que estaba aconteciendo eran los municipales que, entre carcajadas macabras, sobraban a la choripanera pisándole uno por uno los tomates y la lechuga. Eso, hasta que el Choripa le llegó a uno de ellos con un salto-patada-karateca-voladora de película que impactó en el centro del estómago gigante del inspector provocando un movimiento ondularmente uniforme de la masa grasosa que envolvió media pierna del Choripa y lo suspendió en el aire hasta que lentamente cayeron los dos al suelo. El inspector lo hizo de culo y, arriba de éste, el Choripa. La gente se agarraba la cabeza, no podían creer lo que veían y, al unísono, explotó un ¡culiau! final cuando vieron amalgamarse el asfalto hirviendo de la Irigoyen con el ojete del inspector y la cabeza que le iba dando rebotes en el aire hasta que finalmente quedó en posición horizontal con el Choripa encima.

En ese momento, me percaté de un detalle que más que detalle, fue una ocasión, nadie me observaba.  Estaba solo en el mundo. Sólo la parrilla del Choripa y yo. Lo primero que se me ocurrió, fue la segunda intención, si lo hacía, tenía cien años de perdón.  El corazón me latía en las amígdalas y no me puse objeciones, lo que me puse fue el último chorizo solitario que se chamuscaba en las brasas,adentro del bolsillo del saco, me di media vuelta y salí silbando bajo.
                                                                         
El miedo de que de repente, recibiera una patada voladora a sangre fría que me uniera el culo con la nunca, me persiguió por varias cuadras.  Imaginaba una cesárea para extraerme la zapatilla del Choripa si esto pasaba, caminé urgido y fruncido para protegerme la retaguardia, pero cada vez que metía la mano en el bolsillo y acariciaba el chorizo,sabía que todo valía la pena, sabía que estaba haciendo historia.



3 de julio de 2012

Coincidencias.




Un par de meses atrás se habían conocido en la estación de subtes. Fue la curiosidad de él, la que creó un lazo entre ellos después de verla por primera vez:   Ahí estaba Ella, sentada en mitad de un banco del andén, su espalda erguida, sin auriculares ni periódico, con su cartera en la falda, serena y delicada, como el cristal; invisible y ajena a todas las personas que iban y venían.  La paz de Ella le llegó hasta el corazón de él, sellando esa imagen en un retrato que guardaría en su intimidad como una enseñanza, el resto del día, se sentiría liviano, como feliz, ansioso por verla por otra vez. Y así fue, todos los días, a la misma hora, ella estaba ahí.  
El principio de ésta historia continuó como principio por un tiempo más, ya que gracias al entusiasmo que a él le provocaba pensar en que llegaba la hora de regresar a la estación, aumentaba cada vez que la veía y duraba hasta donde Ella se bajaba, luego, todo era nostalgia por añorar algo que todavía no sucedía, pero eso no interesaba. Él, que jamás pensaba las dudas, sabía que pronto llegaría una señal para acercársele y lo haría, mientras tanto, soñaba.
El fin del principio llegó de repente, y no fue señal ni fue casualidad.  El nudo de éste relato fue una coincidencia: Aquél día, él, no la vio en la estación, pensó que podría estar enferma o que se podría haber demorado en el trabajo, pero prefirió no seguir pensando en todos los posibles motivos, sólo soltó un deseo imaginario con una intención simple: ojalá que se encuentre muy bien, en ese momento, una persona se sentó a su lado, era Ella, para él algo inexplicable, providencial y maravilloso estaba sucediendo, la adrenalina era un folklore que le zapateaba el corazón, la miró a los ojos y sus pensamientos eran más veloces que el tren, hasta que se animó a decir algo,  entonces todos los pensamientos se le cayeron al piso desnudando su inexperiencia en el trato con las mujeres y una corriente de nervios que le habían provocado una tentada y contagiosa risa que inesperadamente la tomó por sorpresa a Ella cuando escuchó con un H-O-L-A tan simpático y  tan sincero que fue imposible de esquivar.  Ambos habían coincidido en una sonrisa auténtica, y hoy cuando se despidan, ninguno podrá negar así mismo que el destino parió un encuentro.
A partir de aquél encuentro, cada uno tuvo compañía en la presencia del otro y creció una relación verdadera. Compartían el viaje, secretos, confidencias, silencios, conversaciones hermosas; aprendían a escucharse, a romper prejuicios, se hacían cómplices. Se aconsejaban películas, libros, y mientras todos corrían en la estación por llegar a tiempo a algún sitio, ellos debatían las causas del aumento del precio de las aceitunas negras rellenas en Brasil.  Las coincidencias crecían todo el tiempo, pero, por sobre todas las coincidencias, ellos habían entendido que se trataba de un encuentro, cada coincidencia encontraba a uno en el otro, él se encontraba en la ternura de ella y ella en la alegría de él como si se conocieran desde todos los tiempos.
¿Qué puede hacerte palpitar así, sino es amor? Era la pregunta que él repetía cada noche antes de dormir, dibujando la respuesta en los ojos de Ella, hasta que un día se lo preguntó y le contestó afirmando lo que sentía:  -claro que es amor, no podría ser otra cosa que amor, él, cuando escuchó la respuesta se quedó en silencio, la contemplaba admirando su belleza, nunca antes había visto tan de cerca una mujer enteramente bella, miraba sus ojos y creía que todo era posible; Ella, respetaba el silencio de él, y también lo contemplaba admirando el valor que veía en sus ojos, nunca había estado enamorada, hasta éste presente, ahora, podía sentir el amor en una mirada y abrazar un alma noble.
-Por favor no sigas, dijo ella interrumpiendo el principio de un beso, le tomó la mano, lo miró dulcemente y continuó: no lo dudes, es amor y es puro, me siento inmensamente feliz y es mejor de lo que lo había soñado, mi corazón no entra en mi cuerpo; me gustas desde antes que me dijeras hola temblando de nervios, te veía todos los días en la estación y me preguntaba como serías, y hoy estás aquí, conmigo y te amo, te amo tanto que no lo puedo explicar; entraste en mi vida a cumplirme un sueño que había olvidado, gracias a ti, sé lo que es ser una mujer hermosa y amada, porque tu eres hermoso y amado, y éste sentimiento es infinito aunque no sea nuestro tiempo. Te amo desde la libertad y debes irte libre de aquí, sé que nunca preguntaste mi edad, porque eres un caballero, pero tengo más de sesenta y tu menos de veinticinco, no puedes esperar nada de mi, ni Yo de ti, debes seguir adelante con tu vida, y si me amas, por favor no repares en mis palabras ni en mis lagrimas, sólo ve feliz y lleva el orgullo de haber hecho conocer el amor a una mujer que se había perdido en el tiempo. Él, después de escucharla con el corazón, cayó con el estómago y sólo respetó en silencio, no lloró sino hasta llegar a su casa.
Al otro día, un tren a Carabobo pasa por Congreso, el mismo caos de siempre, pero alguien invisible ya no espera.   

     
  
     

            
      

27 de mayo de 2012

Con el tiempo contado.




-Regreso enseguida, no le abras la puerta a nadie hasta que yo vuelva, y más vale, que te portes bien con tu hermano. Dijo la mamá, que siempre daba las indicaciones al mayor de los hijos, luego, cerró la puerta y salió con el changuito de las compras.  Con las caritas pegadas a la ventana y las narices dobladas hacia arriba, los hijos la ven marcharse, bamboleando la pollera que enseñaba las medias ajustadas hasta a las rodillas.       
-Ahí se va la mama. Dijo el más pequeño dando pequeños saltitos para verla un poco más.
Se va rumbeando pa´ la feria, saludando vecinos con changuitos que aceleran para llegar primeros al puesto de los churros.
Mamá nos había enseñado muy bien como debíamos comportarnos cuando quedábamos solos en casa –con juicio, compórtense con juicio, nos gritaba a menudo-.  Nos había explicado que cuando Ella no estaba, Jesús cuidaba de nosotros.  Él, sabía todo lo que pasaba en todas partes del mundo y también sabía como nos portábamos, nada pasaba sin que él no lo supiera.  A la teoría de mamá, la reforzaba la seño de catequesis en la parroquia.  Ella nos preparaba para la comunión en el salón parroquial, y donde daba las clases había un crucifijo enorme, con un Cristo que nos observaba todo el tiempo, siempre con cara triste, la barba llena de tierra, las rodillas descascaradas y tela arañas en las axilas.  La catequista, a diferencia de mamá, era rigurosamente más cristiana, y según Ella, Cristo, cuando lo considerase necesario, vendría a buscarnos para decirnos lo que habíamos hecho mal.
En casa, también teníamos un crucifijo, pero no tan grande y en la sala había un cuadro del Sagrado Corazón que según las vecinas que visitaban a mi madre, juraban que cada vez que pasaban por el frente del cuadro, Jesús las seguía con la mirada. 
Aquella mañana, cuando mamá salió de compras, y nos dijo con tono de enojo que nos portáramos bien, no lo decía por las dudas ni por mala, lo decía porque nos conocía, como si nos hubiera parido.  Viejita linda, todo lo que había renegado con los varones, en la cuadra todos conocían sus gritos, le sacábamos canas de todos los colores y por ayudarnos con la tarea de la escuela ni tiempo de ir a la peluquería le quedaba, menos cuando en la escuela daban tema nuevo y no lo entendíamos o  Ella no lo recordaba, entonces sacaba de sus ahorritos –bien escondidos-  bollitos de billetes arrugados para mandarnos a la particular;  a pesar de todo, a mamá nunca se le apagaba el brillo de los ojos, ni la sonrisa que todo lo llenaba de amor y alegría.  Tenía una sonrisa única, llena de luz, verla era entender que todo estaba bien, que no había nada que temer, sin esa sonrisa no había verdad que aceptáramos.
Pero los hijos, hijos son. Y si son varones más hijos son. Para mi hermanito y para mí, la casa sola era una fuente de aventuras.  Habíamos aprendido a contar el tiempo que mamá demoraba en las compras, dependiendo si salía con el changuito o no, si iba sólo por el pan y la leche o también pasaba por la verdulería.  Podíamos ordenar cualquier desastre para que no se dé cuenta de lo que habíamos hecho.  Con el tiempo contado hacíamos lo que queríamos.  
Teníamos pasión por revisar las cosas de los cajones.  Nos subíamos a la mesada para abrir la alacena y encontrar alguna moneda suelta por ahí, minuciosamente dábamos vuelta todo lo que revolvíamos. Había un lugar que era nuestro preferido para el espionaje, el de mayor adrenalina, el dormitorio de ellos, nuestros padres. 
Los cajones de la mesa de luz y los del ropero eran un objetivo fijo, también hurgábamos los bolsillos de las camperas, los sacos y los pantalones y aquél día no fue la excepción.  Apenas mamá salió de casa, vasto una mirada cómplice, y sin decir ni una palabra fuimos derecho a la habitación de Ellos.
-Yo “investigo” acá, vos, anda allá  –Sí.  Eso era trabajar en equipo y no macana.
Nos encontrábamos en plena faena de exploración, a punto de descubrir que escondían los padres a los hijos en esos sitios que nos prohibían abrir, cuando de repente, oímos el timbre.
Fue un segundo de mutismo,  uno en cada punta del dormitorio, mirándonos en silencio, esperando –deseando- que ese timbre delator no volviera a sonar. Tensión. Mucha tensión.  La habitación se volvió fría en un pestañeo, parecía que el sol que entraba por la ventana ya no entibiaba más, y el timbre volvió a chillar.
Mi hermanito se puso tembloroso, rápidamente quiso guardar todo dentro del cajón pero tiró al piso la mitad de los collares de mamá. 
 –No, tonto, ¿qué haces? Deja todo, yo lo guardo vos anda a ver quien es, pero no abras a nadie he!! Ordené instintivamente y obedeció. Empecé a ordenar cada cosa en su sitio y en eso estaba cuando mi hermanito regresó desesperado, estaba muy asustado como si hubiera visto un fantasma.
-¿Qué pasa? ¿Llegó papá? (era lo único que podía asustarlo así, que papá nos encontrará revisando sus cosas, era muy grave) mi hermanito no contestaba, sólo lloriqueaba angustioso, como pidiendo perdón anticipadamente.
-¿Qué pasa? ¡Dale habla! ¿Quién vino?
-Es Jesús. Dijo palideciente.
-¿Quién?
-Jesús, es Jesús. Dijo otra vez –vino sin la cruz y tiene martillo y un clavo enorme en las manos.  Agregó moqueando desconsoladamente.
El miedo y la culpa se habían apoderado de nosotros como si fuéramos marionetitas cuando el timbre sonó por tercera vez y el enano me abrazó fuerte.
Nos acercamos juntos a la puerta, despacio, sin aproximarnos mucho para que de afuera no se dieran cuenta de que estábamos ahí.  Mi hermanito tenía razón, ahí estaba Jesús, alto, robusto, el pelo no tan largo, pero no había dudas, era Jesús tocando el timbre de casa.  
Una vocecita fina y tímida salió del fondo mi garganta  
-¿Quién es?
-Soy Jesús. Contestó la figura con voz gruesa y serena. Mi hermanito no aguantó más y gritó:
-¡¡Váyase!!
Del otro lado de la puerta Jesús respondió
-Me han pedido que venga.  En cuanto lo oímos, salimos corriendo y nos encerramos en el ropero, abrazados, rezábamos esperando que se vaya hasta que quedamos medio dormidos.
Cuando escuchamos que la puerta de calle se abrió, despertamos.  
Habíamos perdido la noción del tiempo pero no la del miedo, y cuando escuchamos la voz de mamá que decía Chicos llegué, salimos del ropero tropezándonos como monitos en busca de la sonrisa, pero cuando la vimos quedamos helados -Madre dijo- pasé Jesús, por acá  por favor, detrás de Ella apareció él, alto, robusto, pelo no tan largo, barba gris, traía un martillo y un clavo enorme.  Jesús nos miró fijo a los dos, parecía enojado, caminó pausadamente como sólo Jesús podía hacerlo, mientras madre lo guio hasta el baño, pues, Jesús, era el plomero del barrio que mamá había llamado para que arreglara una pérdida.
Mi hermanito y yo, no volvimos a asustarnos tanto como aquel día aunque, de tanto en tanto, seguimos revisando los secretos que guardan algunos cajones.              

A Mariano, con amor de hermano.