30 de mayo de 2017

Los invitados

Algo de europeo debo tener porque cada vez me caen peor las visitas sorpresas. Ayer tuve invitados que no esperaba. Por lo menos no los esperaba ayer. Cayeron cuando no estaba, así que apenas me avisaron tuve que salir del trabajo como si huyera de la interpol. Andar apurado es algo que me cae como el culo. Encima caen a fin de mes. Otra cosa que me cae como el culo, fin de mes. Seco como tostada de gluten. Abrís la heladera y lo único que ves es la lucecita.

Me cae como el culo tener que limpiar o acomodar mis cosas porque vienen visitas. Encima, Cintia no estaba, así que también tuve que ordenar las cosas de ella.

Laburo de lunes a sábado, eso es otra cosa que me cae como el culo. Laburar y limpiar son dos cosas que me demuestran que no pertenezco a la clase trabajadora sino que me la han impuesto.

Yo admiro a los que pueden cagar con la puerta abierta porque no tienen miedo a los invitados.

Los Ochoa, de al lado de casa, más que europeos deben ser nazis porque dicen que habría que matar a todos los invitados de mierda. También me caen como el culo los Ochoa.

Lo bueno de las visitas sorpresas es que se van rápido. Eso no me cae como el culo. Casi ni los ves. Dos o tres palabras y listo, se fueron.


Al final, lo bueno de tener tantas cosas que me caen como el culo, es que en un toque te olvidas de todo lo que se llevaron los invitados sorpresas.

22 de mayo de 2017

Dos niños

¿Qué es lo primero que hace un porteño cuando llega a las sierras? Grita. Grita como si un hubiera un millón de personas esperando oír lo que va a decir, y somos once con dos perros que estamos dispersos alrededor de la hoya del río haciendo la siesta. El porteño le grita a su esposa que está al lado: ¡vistes, que paisaje, vistes, boluda! Y la esposa que parece sorda mira el hilito de agua que corre por las piedras. Ya no se escucha el río, ni los pájaros ni nada, solo al porteño gritando que el agua está fría. La gente se mira, algunos empiezan a levantar sus cosas. La esposa parece acostumbrada a los gritos, está como ausente con su teléfono celular y ve a su marido como un retardado. Perdón, el que lo ve así soy yo, que dormía la siesta hasta que escuché gritar al porteño: ¡sacame una foto acá, no, mejor acá, dale, otra más! Grita como si estuviera al otro lado del dique San Roque pero está a dos miserables metros de su esposa. No entiendo porque grita. El porteño hace dos pasos en el agua y parece que no va a sobrevivir, tiene los pies finitos y un panzón blanco de protector solar que no puede controlar, da ternura, pero vuelve a gritar: ¡usá el zoom usá el zoom, boluda, es el botonshito del costado!  No se da cuenta, que la esposa sigue ahí, a dos metros. Creo que necesita cariño. Grita porque quiere que todos veamos, que todos sepamos que él está ahí, y que se porta bien, como si fuera un niño con miedo a que lo reten. Parece que busca consuelo que le calme el miedo que esconde a su propia insignificancia. Entonces vuelve a gritar: ¡vistes que está lleno de pescaditos, vistes!  Ahora el que da ternura y necesita un abrazo fuerte soy yo. Porque ya no puedo esconder la angustia y la bronca que me da escuchar sus gritos. Un lagrimón se me quiere salir, igual que a un niño cuando le quitan su juguete culpa de otro que se portó mal, uno porteño gritón y miedoso, que no me va a dejar dormir la siesta en el medio del campo.