13 de julio de 2017

Pregunta

—Yo sé que Ud. no se anima a preguntar pero es mi obligación decírselo: sí, se puede morir, es muy probable que no tolere la operación…

Pasaron años en tres horas de hospital hasta que salió el cirujano y cuando salió no fueron necesarias las palabras porque todo estaba brutalmente demás.

El médico miró a la mujer, la mujer se tapó la nariz con la mano y ahogó la respiración junto con las lágrimas. Después miró a su hijo y le dijo que por fin papá había dejado de fumar y que se había a un lugar donde no le iba a doler nunca más nada.

El niño miró a la madre, pero no la quiso ver llorar y volteó la vista al piso, después preguntó entre labios:


—¿por qué no se fue antes si le iba a dejar de doler?   

7 de julio de 2017

Persecución

Él me gritó primero: “si manejás así vas a chocar todos los días, culiao”. Entonces yo le contesté: “con tu mamá me voy chocar todos los días”. La verdad es que nunca me imaginé que iba a empezar a seguirme como un energúmeno. Tampoco había visto que eran cuatro adentro del auto. Yo iba solo. Más vale que aceleré y me quise ir a la mierda. Creí que en dos cuadras iban a dejar de seguirme y hasta ahí me hacía gracia la situación, pero no. Me empecé a asustar cuando crucé la Colón en rojo porque si frenaba me alcanzaban. Casi levanto un par de peatones y por poco no le doy a un colectivo. Los tipos me seguían en un fiat 128 y casi me habían alcanzado, por la ventanilla uno sacó una pala y me amenazaba. Yo aceleré más, no me animaba a usar el celular para llamar a la policía porque tenía miedo de chocar, así que trababa de ver si cruzaba algún patrullo mientras intentaba perderlos de vista. Pero los hijos de puta me alcanzaron y me chocaron el paragolpe. Así que me olvidé de la policía y aceleré más, para cuando me di cuenta, ya me había perdido en Villa Páez. Doblé a la derecha, doblé de nuevo, doblé a la izquierda, vi la cancha de Belgrano y después me perdí. Las calles eran pasajes cortos y angostos hasta que metí en uno sin salida. Había un rastrojero abandonado y me estacioné detrás para esconderme. El auto que me seguía no aparecía, pensé que había zafado, pero después me di cuenta que si aparecían estaba al horno. Qué pelotudo, pensé. Tenía tanto miedo que no me di cuenta de llamar a la policía en ese momento. Ahora también me preocupaba el lugar, lo único que faltaba era que me asaltaran. Pasaron unos minutos, no sé cuánto, iba a bajar del auto y cuando bajé aparecieron, todavía no me habían visto le estaban preguntando a unos pendejitos que jugaban en la esquina si habían visto un auto blanco, sí, ahí está, y me señalaron. ¡Ahí está! ¡ahí está, es él! Escuché que empezaron a gritar y las puertas que se abrieron. No sé cómo hice pero corrí hasta el final de la calle que no habrán sido más de 20 metros, salté unas vallas de obra y empecé a caer y caer y caer hasta que sentí que mis pies, mis rodillas y hasta mi cintura se mojaban y quedaban empantanadas en un barro podrido. Lo primero que sentí fue el olor. Olía a pura caca. Después observé un pedazo de barro con forma de sorete y entré en pánico. Estaba enterrado en bosta. Empecé a gritar como una nena histérica. Los guasos del 128 rodearon la cloaca, no podían creer lo que veían, algunos hacían arcadas, otros decían que me lo merecía por cagón, al final, cuando me vieron llorar, se solidarizaron y con la pala me ayudaron a salir. El lugar se llenó de chismosos que me grababan con el celular. Unos vecinos del pasaje sacaron una manguera, trapos viejos y me dieron una mano para limpiarme. Cuando ya estaba casi limpio y había terminado todo el circo, se me acercó un gordo morocho con panza de embarazada y remera de Belgrano del año noventa y pico a decirme que me quería felicitar porque yo solo había hecho que los cuatro guasos que me querían pegar se fueran cagados en las patas.