22 de julio de 2014

Roma es Amor escrito al revés

En Italia y, tal vez en la mayor parte de Europa, abundan aparatitos tecnológicos que hacen que el día a día sea más fácil que la tabla del uno. Polulan “huevaditas” extraordinarias que simplifican todo o, al menos eso te hacen creer, porque ante el primer descuido se te atora la burra y fuiste, quedás como el más nabo (tengo varios ejemplos para más adelante). Existe un universo de plástico chino, taiwanés y vietnamita que gira en torno al hombre común europeo y le da color a sus días. Hay un imperio de marcas imitadas que refuerza la imagen de mujeres y de hombres. La policía municipal, provincial, el ejército, los radares y las cámaras que, aunque dan miedito, están para pequeños percances fácilmente reprimibles o multables. Cualquier eventualidad, cualquier contra tiempo, no existe, se compra. No hay cosa que uno quiera hacer que requiera mayores conocimientos que el uso de una tarjeta de débito, ni exige mayor esfuerzo que el de recordar el pin de esa tarjeta. Una cosita se rompe, deja de funcionar, se acaba o se termina, tiene algo que lo remplaza o, en su caso, lo soluciona, lo mejora y, además, se compra, milagrosamente, en un “tic tac.” Vivir acá es como vivir en Sprayet.

La tecnología y el diseño van de la mano en todo, como un matrimonio swinger feliz y sin hijos, juntos estan bien pero sin responsabilidades, y mientras mas cojan, mejor.

Pero no todo es color de rosa. Por ejemplo, en la mayoría de los baños no hay bidet y, limpiarse el culo es un trabajo bastante arduo.  

Otro ejemplo: Una persona de intelecto medio, medio boludo, como yo, que olvida el cargador de su notebook quiere comprar uno de repuesto, sólo un cargador. Entonces sale a buscar uno pero donde va le dicen que por el precio le conviene comprar una computadora nueva, pero no, no necesito una computadora sólo quiero el cablecito de mierda para cargar la batería de mi compu pero nadie lo vende porque si perdés el cable vas y te comprás una nueva y listo. Entonces me ofrecen cargadores para auto y, yo, me pregunto si en el extranjero tendré más cara de pelotudo que en Argentina porque me ofrecen un “multicargador” para varias computadoras juntas que se conecta a otro cargador “Premium” que es sumergible pero que tampoco me sirve y luego me ofrecen otro “multifunción” que sirve para inflar las gomas del auto y otro cargador que se hace navaja. Tengo ganas de llorar porque no puede ser que me esté pasando esto y el marroquí que me atiende (que era mi última posibilidad de conseguirlo) también se está poniendo triste porque intuye que no va a venderme nada, refuerza su insistencia y hace los últimos tiros, me ofrece descuentos y un flotador de pileta para niños de regalo, yo, con la voz entrecortada le digo que se vaya a la concha de su hermana, pero él me insiste y empieza a ponerme los flotadores y un cargador en la mano para que me lleve todo, pero no, salgo de la tienda casi corriendo, con los ojos inundados de impotencia —culiaó culiaó culiaó, negro culiaó. Mastico en mi cabeza— cruzo una avenida vacía y sigo sin rumbo en busca de algo o de alguien o qué se yo. Camino urgido y ciego, giro a la derecha, cambio de vereda, vuelvo a girar en la esquina y sigo por un imprevisto y estrecho callejón de casas viejas y angostas de dos o tres pisos cada una. Me detengo. Miro hacia el cielo. El sol está huyendo, se esconde entre los diminutos balcones apretados de flores y ropa colgada —estoy perdido—. La calle de adoquines negros termina dos o tres esquinas más adelante, contra el muro de una iglesia desahuciada. —Estoy perdido en el caso viejo de Roma—. En las paredes de abajo hay manchas de humedad, tal vez no llegue el sol; las ventanas cerradas parecen canceladas para siempre. —Me perdí de verdad la puta que lo parió—. Hay una bicicleta sin atar apoyada en el portal de una casona. Si alguien sale de esa casa ahora o, de alguna otra va a pensar que me la quiero robar. Seguramente ya estará alguna vieja espiando lo que hago desde su ventana y tenga el teléfono en la mano para llamar a la policía pero, ¿yo no quería robarme la bici? ¿o sí? Ahora siento ganas de robarme la bicicleta, me acerco al portal disimulando ver los nombres grabados en el portero, la bici está adelante mío, no hay moros en la costa pero, ¿para qué quiero una bici? yo necesito un cargador para notebook no una bici, mejor me apuro antes que me lleven en cana. Sigo caminado y llego hasta la esquina donde veo algo imponente que no es un culo.  Es un bar. Un bar abierto con un mostrador puesto hacia la vereda que exhibe unos sanguchitos tremendos, (panini) no lo dudo, entro, casi no hay nadie, sólo el mozo que debe tener unos cincuenta y pico y usa un moño negro de la primera guerra mundial. Escucho el ruido de una televisión que busco con la mirada y la encuentro en un riconcito del salón entremedio de unas plantas de Rosmarino y lavandas. Es una televisión pequeña del año del ñope que se ve en blanco y negro, me río solo, en verdad exageré. Habituarse a lo simple, a veces, es muy complicado. Elijo una mesa y mientras espero que inicie la notebook rebobino todo y con las últimas gotas de la batería escribo sin corregir:

Roma es la antigüedad y la modernidad, el consumo y la conserva, el vaticano y la mafia. Roma es Amor escrito al revés. Roma es una mujer hermosa que no hace nada por nadie. Porque es hermosa y eso es todo. Roma es una mujer que enamora a las mujeres, que pone a los hombres de rodillas. Una puta histérica. Pero es tan linda y bella que no tiene precio. 

Pido uno de salmón y rúcula y un “proseco” (vino blanco).




4 de julio de 2014

Benvenuti a Roma


Hice realidad un sueño. Un sueño que es apenas, una página del libro grande de los sueños. Hoy vi el mundial en la terra di la pasta, il capuccino, la vespa, la camorra y la mejor canción de todos los mundiales de la historia, Italia. Vi el partido en un bar indú de los alrededores del centro cerca de Termini (estación de trenes). Una pena que me perdí casi todo el primer tiempo hasta que logré hacerme entender y prendieran el puto televisor y pudieran enganchar el canal que transmitía el partido de Argentina.

—Prender el televeisore per favore— dije.

—Non, estai loco lui– Contestó el indú.

Claro, después entendí que “prender” significa llevar.

—Argentina – Suiza, culiau– insití.

—ha, aryentina, Maradona, buona carne— respondió el Sr. del bar.

—¡quiero ver el mundial de fútbol, está jugando Argentina, Messi, Mascherano, prendé el tele la concha de la lora!— volví a insistir pacientemente.

Luego de unos minutos de tensión y señas ridículas logré que pusieran el partido. Esta bien que no entendí un carajo a los comentaristas pero verlo me bastaba. Tampoco entendía lo que conversé con unos africanos y para mi que ellos tampoco entendían lo que decían unos marroquíes sobre Messi. El bar era un quilombo. Todos hablaban y gritaban y chupaban birra a dos manos. El fútbol tiene esa magia de unir a los hombres, sus culturas y sus lenguas sin importar las diferencias pero, cuando terminó el partido, el ambiente se puso bastante denso, así que me fui rápidamente al carajo.

Estaba seguro que íbamos a ganar, pero no así, tan miserablemente de pedo. Al final sentí pena por los Suizos, especialmente, por ese que tenía la rodilla al revés. Perder en el último minuto de juego es lo más feo que te puede pasar, es un sello de amargura indeleble que te va a identificar por el resto de tus días. Pero así es son los juegos, lo que importa “es ganar.”

Hace cuatro días que estoy en Roma y hace cuatro días que no voy de cuerpo. Cinco contando el viaje. Me siento “raro” Puede ser culpa de los sanguchitos del avión, o el miedo a volar, o mi claustrofobia o los Rumanos que no dejaban de hablar como si estuvieran por agarrarse a las piñas en cualquier momento, o por el olor a chivo que tenía el francés que se sentó al lado mío — ¡hijo de puta, qué oloron, ojalá que la aduana le revise las axilas!— Pero bueno, lo importante es que llegué entero. Peor hubiera sido volar con cagadera, como me pasó la primera vez que subí a un avión, casi dejo mi cuerpo y, además, me tuve que bancar el enojo de todos los forros que volaban conmigo.

Hablando de cagadas, me olvidé el cargador de la notebook.

De todos modos este viaje es distinto. Algo especial se esconde y puedo intuirlo. No traje expectativas en la valija. Ni siquiera traje valija, vine con la mochila de montaña y un bolsito de mano donde tengo varias lapiceras, cuadernitos de notas y un papel higiénico que no uso.

El convento donde me quedo se llama “Santa Severa di los Dolores” y las monjitas que me hospedan son buena onda, no hablan nada, salvo la que cobra. No entienden un tereso lo que digo y eso está bueno porque digo cualcona cosa e parlo piú di poronga lunga e nesuna capito niente.

Roberta, la madre superiora del convento, debe ser del mil novecinetos y pico antes de cristo y se me hace que tiene varias agachadas porque, para mi, tiene las tetas hechas. Al principio me sorprendi, no lo podia creer, pero despues fui notando que acá viven la dictadura de la moda. Una realidad terrible. Con la que mejor me llevo en el convento es con Donatella, que seria algo asi como un pinche que recien empieza su carrera religiosa y esta pagando derecho de piso, la mandan para todos lados y como vivo preguntando cosas, la tengo al lado mío casi todo el tiempo. Es generosa con la comida y con los horarios, creo que los dos nos caímos bien de entrada. Me ayuda con el vocabulario, me aconseja los mejores lugares, cómo llegar y me lleva el capuccino a la cama. Bueno, no exactamente a la cama, lo deja sobre la mesa del comedor y yo lo busco. Roberta disfruta de oír mi ilustrado cordobés argentino; además le gusta hacerme fotos mientras escribo y de vez en cuando nos fumamos un puchito a escondidas del resto. Parece desubicado pero por es bastante normal, la moda, como todas las dictaduras, tiene sus tiranías adentro. Yo creo que se quedo enganchanda cuando le conte que era “escritor” y que este viaje lo hacia para preparar los detalles finales de mi último libro antes de presentarlo en octubre, desde entonces que hablamos de Roma, el convento y mi libro. Y, la verdad  que estoy fascinado y más engachado que ella, me hace feliz hablar del libro, que me hagan preguntas y contestarlas como si fuera Saramago.

Me estoy quedando sin bateria y siento que estan volviendo las ganas de evacuar.

A “prima vista” Roma es hermosa. Encanta. Roma es una mujer de todos los tiempos. Es apasionada y es inalcanzable. Todavia me falta explorar mas, caminar callejones, deambular en las noches, emborracharme en algun tugurio, perderme, dormir en un parque, que intenten robarme, tener sexo con una monja, dormirme una siesta en la frescura de un museo imponente y silencioso. Todavia me falta encontrarme y terminar el libro.

Me despido con una foto que me gustó y que hizo Roberta mientras escribía en el comedor del convento.

Continuará… (Cuando encuentre un cargador)

Civediamo dopo.