20 de enero de 2014

Salirse del tiempo



Las fiestas de fin de año me caen como el culo. Las despedidas también, pero ese es otro cantar. Antes, las fiestas ni me iban ni me venían, me quedaba en la literalidad de la palabra, fiesta. Mal que mal la fui llevando así varios años, de fiesta en fiesta. Comiendo chupando. Chupando gastando... Pero al que vive sobreviviendo el paso del tiempo lo alcanza y lo tritura.

Hace un tiempo empeoré para mejor.

Ahora las fiestas son una patada al hígado. Ya no como ni chupo ni gasto. Apenas si salgo del patio de mi casa para darme una vueltita por el face y ver como destilan boludeces teñidas de buenas intenciones y cursilerías empalagosas, o como revolotean en el whatsapp saludos tirados a la marchanta…  Me vuelvo al patio.

Está bien con la gente que lo hace, pero a mí, no me da, y también está bien. Me digo, y aprendo.

Años atrás también se hacía lo mismo. La diferencia entre ayer y hoy, es la masividad ilimitada de formas de ser un hipócrita sin mover el culo de tu casa. Sin un esfuerzo mínimo, cualquier ser humano puede proyectar dos millones de poderosas estupideces.
  
“Que el niño Jesús reviva lleno de amor y de paz en nuestros corazones. Felices fiestas” Sultano me mandó ese mensaje por el pin.  Resulta que en el laburo, Sultano fue todo el año un reverendo hijo de puta, y, encima, el tipo me mandó el mismo mensaje que el año pasado. El mismo.

Esta vez no contesté. Me salí.

Menganito, o Pinchilita, o yo, no queremos –estoy seguro- mensajitos de texto con disculpas banales o deseos misericordiosos; lo que queremos es que no se nos joda ni joder a nadie, y punto.

Queremos libertad. Paz.

La navidad –pienso yo- no es una tregua para que Menganito descanse hasta que a uno se le agote el efecto “fiestas” la primera semana de febrero y después retomar con más energías el calvario de algunas relaciones pactadas.

Lo mismo pasa para el que hace las veces de verdugo. Me consta que la mayoría lo hacen porque sienten que es su deber moral ser así, soretes. Sienten un compromiso indubitable de, por las dudas, joderle la vida a cualquiera. Por las dudas, nomás.

También pasa en las familias. Principalmente pasa en las familias. Nadie dice nada, pero todos pactan algo todo el tiempo y protegen esos pactos por años. Están los que no quieren ser felices hasta que el otro sea feliz, los que no aman por no lastimar. Los que se van y los que viven el abandono. Los que prefieren morir por el otro, o los que matarían por el otro. Están los que juran más allá de la muerte y los que no son porque no quieren ser o porque no los dejan ser o viceversa. Los que no merecen nada y los que toman todo y los que necesitan ser necesitados. Las variables son ilimitadas, pero la cláusula fija es: todo normal, ninguno feliz. Y en los finales de año, se enervan.

Se necesitan y la necesidad multiplica la carencia. Es la ilusión de necesitar el temor de que algo nos falte. Miedo de vivir en paz.  

Bueno. Entérense: no es más así

Hay que salirse del tiempo de los contratos, ser auténticos y vivir en paz. 

Por eso dejé pasar estos días sin publicar ni propinar saludos a rolete, para no sumar bananas con naranjas. 

Preferí hacer algo por mí y elegí convertir esta ocasión en una oportunidad para aclararme algunos tantos sobre el recambio anual:

Esta vez puedo decir que no me acostumbré a decir dos mil trece. Lo que es un gran avance en lo personal no acostumbrarme a estructuras impuestas. También porque voy a evitar un montón de tachones cuando tenga que poner la fecha nueva. Así que si quiero puedo decir 2016, 1980 o 2022, LO_QUE_ME_DÉ_LA_GANA PUEDO DECIR, porque, total, el tiempo está loco, y la letra chica del contrato, que se la meta donde le quepa.

A mí me encanta como suena dos mil veintidós. Me gusta como vibra adentro mío cuando lo pronuncio.

                                    -VEINTIDÓS.

Me da no sé qué en la panza que me hace reír. Puede ser la premonición de un año que va a llegar lleno de cosas muy buenas. Quién sabe, tal vez mañana cuando lo viva, y si quizás no recuerde que hoy lo dije, que hoy, dos mil veintidós me gusta, me  hace reír. No sé, tendré que ver llegado el momento, tal vez tenga un dejá vú y me pregunté si ya viví antes aquello que está por venir, como un recuerdo desvanecido de haber vivido el mismo momento dos veces, como un recuerdo desvanecido de haber vivido el mismo momento dos veces.

En las noches de verano que rodean a las fiestas, me gusta prenderme un pucho y fumarlo en el patio, en silencio. Sentarme a recordar el futuro abajo de las estrellas.

Así me escribí esta carta que me va dirigida a mí, para no darme el lujo de olvidar lo bueno que está por venir. Voy a guardarla bien hasta que la reciba cuando me llegue el momento. Porque estoy seguro que los momentos, las ocasiones y las oportunidades que hoy construyo siempre llegan, siempre. Aunque, a veces, por esas cosas de la memoria que todavía guarda la mala costumbre de olvidar, le pierda el rastro al deseo, y el camino, o la espera se estiren un poco más de la cuenta.

Lo importante es que hoy-mañana-hoy, sino me olvido ni pierdo estas palabras voy a confirmar que el futuro nació ayer y que lo parí yo en el sonido de una palabra, en la vibración de una sonrisa, en la infinita libertad de mi Ser, y que el 2022 o 2014 van hacerme cosquillas cada vez que yo lo diga, y voy a reírme dos veces en un mismo momento, y voy a reírme dos veces en un mismo momento.

Sólo tengo que recordarme algo muy importante: estoy dónde están mis pensamientos, y el momento para romper contratos es ahora. Y, ahora, es abrir la mano y soltar el pasado.