5 de agosto de 2012

Tentativa de macho.


En un típico barcito cordobés que está al frente de la Plaza del Mercado Central de la República de San Vicente, entre penas y unas ginebritas, el destino abría el juego…

Rano. “El” Rano.  El Rano es uno de esos guasos que hay en Córdoba que saben de todo, mucho, es de esos, que la tienen clara en grandes cosas de la vida como el  amor, las mujeres, la timba, los amigos, la noche, la mecánica y la electricidad, hasta guitarrea y tira los mejores aros en los asados.

El ranito, como le dicen algunos, había laburado desde chico y había pasado por cuanto trabajo a uno se le pudiera ocurrir, él, ya lo había hecho. Su primer empleo lo tuvo a los doce años, vio la oportunidad y la tomó; fue el primero en cuidar autos en una esquina de whiskerías de barrio Alta Córdoba, por eso, sabe de todo, porque tiene la calle. 

Él, es de esa clase de tipos que siempre te alegran un asado o te pone una sonrisa en cualquier velorio, le sobran historias para contar, cuando habla, no hay quien se resista escucharlo. 

Tiene cuarenta y pico, casi cincuenta, aunque el desgaste propio de la vida le anda jodiendo un poco, le empieza a preocupar que le vean la próstata, por eso anda casi retirado de los asados que empiezan los viernes y terminan los domingos; la barra del bar lo reclama, pero él,  es de esos tipos seguros de si mismos que cuando toman una decisión, ahí nomás, va y lo hace, porque tiene huevos.

Hace un tiempo, el Rano había decidido que iba a cumplir su sueño: dejar de ser empleado para ser un empresario famoso, y con la platita que había ido juntando en sus trabajos, llegó el día en que puso en marcha su sueño: Se compró su primer autito. Un Renault 12 rojo, con gas, papeles al día, vidrios polarizados, tapizado de símil cuero blanco y musiquero con control remoto. Un chiche impecable.  Como será de contento que estaba, que juntó a toda la barra para presentarlo en público y anunciar que se iba a dedicar al negocio del transporte, el Rano se convertía en el nuevo empresario del transporte urbano de Córdoba, porque el R-12 lo ponía de remi trucho para la zona sur, San Vicente y aledaños.

Se lo veía feliz, no se cansaba de repetir que ahora era su propio jefe y organizaba el día como quería; los días de lluvia hacía la diferencia y los fines de semana la mayoría de las chicas del barrio lo buscaban para que las llevara al baile.  El Rano, es un tipo groso, y es mi amigo de toda la vida.

Y de esto trata este relato, de aquellos amigos que están para pecharte la mula cuando la vida se retoba, y así andaba mi vida, retobada y a las patadas, cuando aquella mañana en el barcito, sentado sólo en una mesita de la vereda dedicado al vicio llegó el Rano; pelo mojado, gafas de sol espejadas en la cabeza, camisa hawaiana blanca con rojo, jeans y tejanas, para hacerme el aguante con una ginebrita.  

-Qué hace gordo, cómo andas?

Me saludó mientras subía el volumen del estero con el control remoto.

-Nada Rano, acá ando…

-Mira gordo, le puse levanta cristales automáticos a la máquina.

-A mira vos, Qué bueno no? 

-Che, gordo, no es porque tengas mucha cara de ojete ni que yo quiera meterme en tus cosas, pero hace rato que te veo mal, en qué andas hermano? 

Iba a decirle que no me pasaba nada, él venía tan contento que me apenaba tener que bajonearlo con mis cosas, pero pensé que a un amigo de toda la vida no se le miente, así que sin vaselina, le conté todo.

-Mira, vengo de mal en peor, nunca tuve tanta mala leche en mi vida como ahora. Te acordas de la Yesi?

-¡Aa!, dice el Rano, por ahí venía la cuestión, no me digas que la atorranta esa ya te dejo de nuevo?

-Sí, Rano, me cortó el rostro, se piro con uno de esos compañeros que tiene en la facultad, ¡yo sabía! ¡Yo sabía! que me iba a dejar por otro más inteligente.

-Bueno, gordo, pero no es para tanto, ya va venir otra, ya vas a ver que va aparecer otro clavo, te olvidas de la yesi y listo, no te haga mala sangre al vicio.

-Rano, mira la panza que tengo, y el cabezón que tengo, soy más feo que pegarle a la madre, ¿quién se va a fijar en mí? 

-Bueno gordo, tampoco es que las chicas de acá se parecen todas a Xuxa, es cuestión de que aprendas a venderte un poco mejor, todo es una cuestión de actitud, sino mírame a mí…

-Son otros quilombos que tengo también, su juntó todo Rano, no quiero saber más nada de nada con nada ni nadie.

-¿Cuáles?

-Me echaron del laburo, de la tarjeta ya me pasaron a los abogados, el del alquiler me persigue todos los días, estoy más seco que una tostada de gluten, me las quiero cortar y ponerlas de adorno, Rano, me van a embargar hasta las ganas…

-Gordo, a vos no te meó el elefante, vos lo ordeñaste y desayunaste una taza de meada cada mañana… 

Bueno, no te amargues, algo vamos a hacer, espera acá.

El Rano se fue hasta el auto, y volvió con una tarjetita en la mano.  

-Gordo, acá tengo la solución a todos tus quilombos, al tipo este de la tarjeta lo conocí en un viaje que le hice, lo llevé hasta su casa en Villa Páez, al frente de la cancha de Belgrano vive.

-¿Quién es? ¿Qué hace?

-Se llama Krokodianga kurtiva, pero todo el mundo lo conoce como el Conde Braulio, es un negro enorme, pero flaco como un palillo, barbudo, y tiene ojos negros y saltones, tiene rastras en la cabeza, al principio asusta, pero no pasa nada, es buen tipo.  Me di cuenta cuando lo dejé en la casa, la gente, ¡¡estaba haciendo cola para verlo!!

-¿Por qué hacían cola?

-Porque el negro este es un chamán del amor, un gurú del éxito y la fortuna, la gente que estaba ahí, venía de todos lados para hablar con grone, había pasacalles de agradecimiento, flores, botellas de agua, de vino, como si fuera un santuario, de verdad gordo, tenes que ir a verlo ya.

-mmm no sé, esas cosas de magos nunca me gustaron, me da que son todos garcas, mejor no.

-Mira, peor de lo que estabas hasta ahora no vas a estar, no perdes nada en ir, dale, yo te  llevo.

Miré al Rano a los ojo, él estaba seguro que era buena idea, yo dudaba, tomé mi vaso y lo fondeé. Bueno vamos.

-Vamos.

El Rano puso en marcha la máquina, lo pasó a nafta al toque, clavó el CD del Toro Quevedo que más le gustaba y lo puso al palo, bajó las gafas a los ojos y nos fuimos. 

Cuando llegamos a la puerta de la casa de Krokodianga kurtiva,  el Rano me miró a los ojos, hasta acá llego yo hermano, el resto corre por tu cuenta, ahora seguís solo. Luego se fue. 

Realmente era grande el negro, tenía casi la altura de la puerta, y era muy flaquito, pero lo que más impresionaba eran sus ojos enormes, tenían un tono amarillento alrededor de las pupilas muy extraño. 
Llevaba puesto una túnica azul hasta los pies con varios soles dorados y un medallón violeta en el pecho, la verdad, no me animaba a mirarlo mucho, tenía miedo de darme cuenta que podía estar en pelotas abajo de la túnica.

Cuando entré a la casa del Conde, la primera impresión, fue la seca que le pegué al sahumerio de Pachuli, casi me da vuelta, y la segunda fue la cantidad de helechos y plantas que colgaban por toda la casa.
Estaba por empezar a contarle todas mis desgraciadas, cuando el chamán me hizo señal de silencio, le vi tamaño de las manos y realmente me asusté un poquito, en ese susto estaba, cuando el negro me trajo una túnica blanca para que me ponga, y en un español muy articulado me dijo:

-Tú, no decir nada, mejor silencio. Yo ocuparme de alma suya. Tú  poner bata y recostar aquí y tener ojos cerrados.   

Este grone va derecho a los bifes, pensé con resignación.

-Cabeza poner hacia la ventana, sin zapatos, respirar tranquilo, sin miedo.

La sala y el resto de la casa era todo silencio, una musiquita dormilona sonaba lejana y suave, empezaba a relajarme cuando oí

¡PLA – PLA!  ¡PLA – PLA!

El Conde había dado dos aplausos secos que me helaron el pecho, después, respiró hondo como si cargará un escupitajo gripal y con tono de voz tenebrosa empezó hablar misteriosamente:

-"Del Señor Creador que hay en mi, al Señor Creador que hay en Ti, os saludo Sr y te reconozco como un maravilloso ser divino del infinito desconocido.

¡PLA - PLA!  ¡PLA – PLA!

Entra luz dorada por tus pies, sube luz por tobillos, rodillas, ingles, corazón, plexo solar y mente superior. 
El morocho me pasaba las manos a lo largo y ancho de mi cuerpo sin tocarme, podía sentir el calor que irradiaba de la palma de sus manos al mismo tiempo que lo escuchaba respirar agitado como si estuviera corriendo.  
 
Otra vez silencio.

Yo con los ojitos cerrados haciendo fuerza para no espiar porque, obviamente no me animaba hacerlo y otra vez, el chamán, rompió el silencio para preguntar: 

-¿Me das permiso para abrir tú campo magnético? 

Honestamente, no sabía a quien le hablaba, si lo hacia conmigo o había otros seres presentes, por las dudas, accedí con la cabeza, El insistió;

-¿debe decir si o no Sr.?

Definitivamente la pregunta era para mí. 

-Di, perdón, Sí. 

Los nervios me traicionaban, lo único que me dejaba tranquilo con esto de abrir el campo magnético, era que estaba boca arriba y que por atrás no iba a poder abrir nada, menos con esas manos.
 
En cuanto dije Si, sucedió lo increíble, todo cambió, todo se revolucionó. Adentro mío, en la puerta del estómago, sentía como una estrella de mil puntas que empezaba a girar como las aspas de un molino; no sentía mis brazos ni los pies, sin embargo sentía que mi torso se despegaba de la camilla, estaba levitando. Mis párpados ya no temblaban por espiar sino que se habían sellado por una fuerza que me cubría la cara, y al cabo de unos minutos, empecé a sentir un milagroso estado de paz absoluta que me quebró en un llanto desconsolado y liberador al mismo tiempo. 

El gurú me indicó que me incorporara lentamente, yo sentía que no podía moverme.  Tampoco podía abrir los ojos. 

¡PLA - PLA!  ¡PLA - PLA!

Por favor, si sigue haciendo eso me va matar del susto.

-¡Levántate te digo!  A tu ser infinito le doy esta energía para que disponga de ella en un plan de luz violeta, remató, y el hechizo se rompió y pude abrir los ojos.

Cuando los abrí, el sahumerio había quedado resumido a un montoncito de cenizas. 

Antes de irme, el conde Braulio, me dijo:

-A partir de hoy, tú vida a cambiado para siempre, te llevas la energía en el corazón para que enfrentes con valentía, coraje y determinación cualquier obstáculo que se presente en tu camino para el resto de los tiempos. Son $ 500.

Pagué y muy amablemente me invitó a retirarme.

Cuando crucé la puerta de la casa, me di cuenta que todavía estaba como anestesiado, sentía que caminaba entre nubes y el aire fresco que venía de la costanera, amasaba mis pulmones.  Los últimos rayos de sol me caían en la cara como suaves manos que me acariciaban. Me encanta esta hora del día, pensé.

Caminaba por la Colón, y el tráfico había enmudecido totalmente, veía los autos y la gente pero no oía más que el movimiento de las hojas de los árboles y algún que otro pájaro que me saluda graciosamente. Un semáforo me hacía un guiño presumido y echamos a reír los dos.
Todo es tan maravilloso, pensé, y caminé y caminé y seguí caminando por la Colón sin noción del tiempo ni la distancia, hasta que de repente, dos chicos en una moto se frenaron delante mío  cuando cruzaba una esquina, entonces me di cuenta que algo estaba fuera de lugar, y era yo que estaba en una esquina de Yapeyú, y que los dos de la moto iban a robarme.  La noche era oscura y fría, y la esquina una trampa silenciosa sin testigos…

-¡dale gordito dale! ¡Ponete contra la pared da da da dame la guita ya! dale porque sos boleta. Gritaban.

Los choros me miraban y yo los miraba… En ese momento algo raro pasó por mi cabeza, era el recuerdo de la cara del Conde Braulio que me decía “…te llevas la energía en el corazón para que enfrentes con valentía, coraje y determinación cualquier obstáculo que se presente en tu camino…”   de pronto, como nunca antes en mi vida, desde mis entrañas, subió irreprimible una fuerza feroz, brutal, y mientras los choros se me acercaban cada segundo más, de repente, empecé a gritar y gritar y gritar, y grité tan fuerte que se me salían los ojos, los choros no podían entender que me estaba pasando, se miraban entre ellos y me miraban, yo los miraba y más le gritaba en sus propias caras, los choros, que empezaron a temer por sus vidas, se subieron a la moto y se dieron a la fuga sin llevarse nada.

Aquella noche, en esa solitaria esquina, la luna fue testigo de algo nunca visto, mi coraje, orgulloso y  pensativo, camino a casa, me dije: …y pensar que creía que el negro me había estafado quinientos pesos…