15 de marzo de 2016

Sin celu (editado)

No me acuerdo si fue hace dos semanas o dos años pero fue hace poquito que me quedé sin celu. Estábamos en la casa del Gringo y mi celular fue a parar al fondo de la pileta. Lo vi caer en cámara lenta, como si el teléfono supiera lo que iba hacer, saltó del bolsillo de la camisa y casi no hizo ruido ni salpicó cuando se hundió, salvo un suave plup. Lo observé todo pero no atiné a nada. Se me cagaron de risa toda la semana. No lo podía creer o más bien sí, pero igual no lo podía creer. A poco que iban corriendo los minutos, algo me agarró en la panza, las tripas me apretaban como alambres. Todos seguían de joda pero yo pensaba en los mensajitos ahogándose en la pileta. Revisaba en mi cabeza si había contestado todos los mensajes y putié cuando recordé lo que es llenar la agenda de contactos. Me aceleré, me cagaba encima y la casa estaba llena de gente.

Necesitaba otro teléfono, pero me negaba a comprarlo. Entonces hablé con el Gringo que labura en una empresa que le dan teléfonos y no me costó nada tirarle el mangazo. Alexis no tuvo drama, buscó en una caja de zapatos y me dio un teléfono viejito pero bien cuidado y me lo regaló con la condición de que se lo devolviera. 

La generosidad del Gringo me acercó a él mucho más de lo que me imaginaba. El telefonito tenía una alarma de cumpleaños de todos sus contactos: siete y cuarto de la mañana de cualquier día, casi siempre dos o tres veces por semana, el celular empezaba a sonar como una bolsa de loritas enfiestadas. Después del quilombo de la alarma le enviaba un mensaje para que no se olvidara que cumplía años de “mami”  “aaa”  “Juancito Verga” “la chancha” o el “tutan jamón”.
  
El sábado nos volvimos a juntar en la casa del Blo. Salió pollo al disco. Y en una broma fallida, al muy puto de mi amigo se le cayó el teléfono que me había regalado adentro de la jarra de ferné, y no me dijo nada. Yo me pasé el domingo entero y parte del lunes probando en todos los enchufes de mi casa, cambiando el cargador, sacando el chip, hundiendo el botoncito rojo y nada. Otra vez sin celu, y con cagadera.

Hoy, gracias a ese amigo, tuve que tomar una decisión muy importante que va en contra de mis principios: gastar. Fui al hiper y me mandé derechito donde venden celulares. Llegué entregado, casi con los ojos cerrados porque sufro mucho en los lugares donde tengo que elegir algo entre más de tres cosas iguales. Sudaba en frío y puteaba mientras espiaba los precios. La chica que atendía estaba con una vieja que decía algo de un microchip o un conchin y que tenía roto un androide, pensé que se trataba de un chiste sobre su marido pero no, la chica, le explicaba que la garantía no cubría la rotura de androides. Media horas después, la señora entendió que la garantía se la podía meter bien en la cartera porque no le servía para nada. A mi turno, la vendedora y yo teníamos la misma cara de culo, dos espejos separados por un mostrador. Ella quería irse a comer, y yo quería que no me doliera tanto. Le fui directo: busco un celular, que sea común y así nomas —le dije— Ella me miró y me sostuvo la mirada un rato largo esperando que dijera algo más —Ha, y que sea de color blanco. Agregué—, Ajá —dijo la chica—. Cuando le iba a decir que tuviera linternita, la chica se había ido al depósito. Le faltaba culo para ser tan presumida, pensé. La vendedora volvió al toque y trajo tres telefonitos blancos que para mí eran iguales pero uno era más caro que el otro. Yo me hice el que sabía del tema, los miré, estaban apagados, los levanté para tantear el peso los miraba a contra luz y elegí el más barato.

Después, clink caja.  

Ahora tengo celu nuevo y cuotitas fijas sin intereses hasta el 2050. El teléfono es bonito, es de esos que tienen pantallita sensible como el maricón de mi amigo que, bendito sea él, pero yo me estoy volviendo mono con esta pantallita del orto que no se queda quieta, es más fácil armar el cubo mágico que escribir mi nombre, y yo que pensaba que todos eran felices con el dedito en la pantallita pero no le emboco una letra, y para qué tantos recordatorios, alarmas, notificaciones, avisos y poronguitas que se actualizan, falta que avise que no tengo crédito y estoy jodido, porque con lo salió ni si dios quiere le voy a poner crédito, así que, por favor, les ruego a los que me tengan en sus contactos que me tiren un mensaje con su nombre y fecha de cumpleaños, todos menos vos, Gringo puto. 


3 de marzo de 2016

Persecución

Él me gritó primero: “si manejás así vas a chocar todos los días, culiao”. Entonces yo le contesté: “con tu mamá me voy chocar todos los días”. La verdad es que nunca me imaginé que iba a frenar dar la vuelta y empezar a seguirme como energúmeno. Tampoco había visto que eran como cinco adentro del auto. Yo iba solo. Más vale que aceleré y me fui a la mierda. Creí que en dos cuadras iban a dejar de seguirme y hasta ahí me hacía gracia la situación, pero no. Me empecé a asustar cuando crucé la Colón en rojo porque si frenaba me alcanzaban. Casi levanto un par de peatones y por poco no le doy a un colectivo. Los tipos me seguían en un fiat 128 y ya casi me habían alcanzado, por la ventanilla sacaban palas y me amenazaban. Yo aceleré más, no me animaba a usar el celular para llamar a la policía porque tenía miedo de chocar, así que trababa de ver si cruzaba algún patrullo mientras intentaba perderlos de vista. Pero los hijos de puta me alcanzaron y me chocaron el paragolpe. Así que me olvidé de la policía y aceleré más, pero, para cuando me di cuenta,  ya me había perdido en Villa Páez. Doblé a la derecha, doblé de nuevo, doblé a la izquierda, vi la cancha de Belgrano y después me perdí. Las calles eran pasajes cortos y angostos hasta que entré en uno sin salida. Se me heló el pecho. Había un rastrojero abandonado y me estacioné detrás para esconderme. El auto que me seguía no aparecía, pensé que había zafado, pero después me di cuenta que si aparecían estaba al horno. Qué pelotudo, pensé.  Tenía tanto miedo que no me di cuenta de llamar a la policía en ese momento. Ahora me preocupaba el lugar, lo único que faltaba era que me asaltaran. Pasaron unos minutos, no sé cuánto, iba a bajar del auto y cuando bajé aparecieron, todavía no me habían visto le estaban preguntando a unos nenitos que jugaban en la esquina si habían visto un auto blanco, sí, ahí está, y me señalaron. Pendejos de mierda. ¡Ahí está! ¡ahí está, es él! Escuché que empezaron a gritar y las puertas que se abrieron. No sé cómo, pero corrí hasta el final de la calle que no habrán sido más de 20 metros, salté unas vallas de obra y empecé a caer y caer y caer hasta que sentí que mis pies, mis rodillas y hasta mi cintura se mojaban y quedaban empantanadas en un barro fangoso, podrido. Lo primero que sentí fue el olor. Olía a mierda concentrada. Después observé un pedazo de barro con forma de sorete y entré en pánico. Estaba enterrado en bosta. Pura caca me rodeaba. Empecé a gritar como una nena histérica. Los guasos del 128 rodearon el pozo de bosta, no podían creer lo que veían, algunos hacían arcadas, otros decían que estaba bien, al final, cuando me vieron llorar, se solidarizaron y la pala me ayudaron a salir.  El lugar se llenó de chismosos, unos vecinos sacaron una manguera, trapos viejos y me dieron una mano para limpiarme. Los del auto se fueron sin decir nada.