7 de marzo de 2012

Dos que se buscan.






Él, con sus cincuenta y tantos, casi abraza su retiro.  Ella, que apenas rozaba los cuarenta, acaricia el tiempo para que no avance.

Él trabaja en el depósito del Correo. Es Encargado de Área, pero no tiene empleados a cargo.  Su función es pegar un código de barras en las piezas que llegan del extranjero.  Un día, vio en sus manos un sobre que venía de Sri Lanka y lo invadió la curiosidad.  Averiguó que se trataba de una isla  pequeña y paradisiaca que se encontraba en el océano Índico, debajo de la India.  Desde entonces, pasa horas soñando que un día descubre una isla, su isla soñada.  

Ella, hace poco que se instaló en la ciudad de Él.  Tiene un trabajo nuevo, igual a todos los trabajos que tuvo siempre, pero nuevo.  Y se ha mudado tantas veces, que nunca supo lo que se sentía recibir una carta. Soñaba con tener un trabajo nuevo, pero distinto. 

Ni el uno ni el otro, imaginan siquiera, la existencia de un encuentro que está por llegar.   Son dos almas solitarias que boyan en un mismo mar, sólo entre ellas, puede darse este encuentro.
 
Él, vive cómodo y ordenado en la soledad de su viudez, pero triste. Piensa que para él, solo hay soledad y vacío.  Ella, que desde niña había conocido el rechazo y la negación del cariño, no conoce la ternura y la calidez de una compañía, por supervivencia se hizo huraña. 

Los dos comparten, sin saberlo, una mirada daltónica del paso del tiempo.  Son como el caminante en el desierto, que marcha sin notar que su cantimplora pierde, y a cada paso, como cada día, es una gota de agua que cae en la arena y no vuelve.

En el trabajo de Él, seguro y bien remunerado, también clasificaba encomiendas y otras cajas, algunas agonizantes, según la ironía de su pensamiento cuando leía: “CUIDADO – FRAGIL”.  De vez en cuando, se permitía algún gusto, pero como se sabe, los solitarios no tienen deseos de ningún gusto, y rara vez se lo veía estrenado una prenda o un perfume.  En cambio Ella, en su trabajo veía el paso fugaz y ligero de personas anónimas.  Por su oficio inseguro, pero mejor remunerado que el de él, cuanto lujo pudiera darse, se lo concedía, especialmente si trataba de cremas, zapatos o perfumes.  

La rutina de cada uno, por monótona y pesada que fuera, es el anclaje a la realidad que viven, y cualquier principio de cambio implica un riesgo que no van a correr.  Ambos, están inextricablemente unidos por un sentimiento secreto, escondido en un corazón lleno de grietas donde ha enquistado la melancolía y la nostalgia.  Pero el destino es fatal y forzará un súbito encuentro. 

Una de esas noches donde la soledad desespera, él, inconciliable con la misericordia del sueño y en la oscuridad de su cuarto aturdido por su conciencia, premeditó que al día siguiente, al terminar el trabajo, no volvería a su casa. 

El día siguiente llegó. Y hecho una maraña de nervios, sobrevivió a su trabajo hasta el último minuto de la jornada.

Hasta aquí, el destino sigue jugando sin que nadie pueda ver las cartas.  Dos historias se desandan por carriles separados; dos vidas descompaginadas entre ellas, transitan paralelamente un mismo tiempo.

Después del trabajo se largó por los caminos del arrabal.  Las copas pierden a cualquiera.  Lleva su mareo a cuestas, y totalmente decidido, cruzó la esquina que lo separaba del último bar del callejón, un tugurio de pocas mesas y menos clientes con luces rojas y azules que dan cuerpo al humo de los fumadores.  Acercándose lentamente, sorteando algunas sillas fuera de lugar, llegó hasta la silueta acordelada de Ella que estaba sentada sobre un taburete exhibiendo sus largas piernas en la esquina de la barra.  Se miraron y fue suficiente.  En la lengua muda de los encuentros pactaron irse cómplices, sospechosos.

Aquella noche, en la intimidad de algún habitáculo, el instinto se activó por la fuerza de la costumbre.  Cuando Ella comenzó a quitarse la ropa como si fuera la primera vez que lo hacía, Él, le pidió que no lo hiciera, la miró, y le dijo que la necesitaba, y la necesitaba con urgencia.  Ella escuchó, observó y la emoción le invadió los ojos, entonces él se acercó y le tocó las manos con cariño.

Aquella noche, él no estuvo solo y Ella no le cobró. 

8 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bueno dani, bien pensado, buen final, !!!! subi mas, un abrazo

Anónimo dijo...

soy marco

Daniel dijo...

Gracias Marco! Un abrazo.

Malala dijo...

Emocionante.Me encanta la danza que le imprimes a este relato.Excelencia.Malala

Daniel dijo...

Malala, gracias, gracias, gracias.

Daniela Estefanía dijo...

Mi piel se eriza entre tus líneas. Podría leer esta historia siempre :)

Daniel dijo...

Dani! gracias que honor un comentario tuyo. Saludos.

Anónimo dijo...

Increíble!!!!! Según lo leo formo parte de él. Lucía