Él, con sus
cincuenta y tantos, casi abraza su retiro. Ella, que apenas rozaba los cuarenta, acaricia
el tiempo para que no avance.
Él trabaja en
el depósito del Correo. Es Encargado de Área, pero no tiene empleados a cargo. Su función es pegar un código de barras en las
piezas que llegan del extranjero. Un día,
vio en sus manos un sobre que venía de Sri Lanka y lo invadió la curiosidad. Averiguó que se trataba de una isla pequeña y paradisiaca que se encontraba en el
océano Índico, debajo de la India. Desde
entonces, pasa horas soñando que un día descubre una isla, su isla soñada.
Ella, hace
poco que se instaló en la ciudad de Él. Tiene un trabajo nuevo, igual a todos los
trabajos que tuvo siempre, pero nuevo. Y
se ha mudado tantas veces, que nunca supo lo que se sentía recibir una carta. Soñaba
con tener un trabajo nuevo, pero distinto.
Ni el uno ni
el otro, imaginan siquiera, la existencia de un encuentro que está por llegar. Son dos
almas solitarias que boyan en un mismo mar, sólo entre ellas, puede darse este encuentro.
Él, vive
cómodo y ordenado en la soledad de su viudez, pero triste. Piensa que para él, solo hay soledad y vacío. Ella, que desde niña había conocido el
rechazo y la negación del cariño, no conoce la ternura y la calidez de una compañía,
por supervivencia se hizo huraña.
Los dos
comparten, sin saberlo, una mirada daltónica del paso del tiempo. Son como el caminante en el desierto, que
marcha sin notar que su cantimplora pierde, y a cada paso, como cada día, es una
gota de agua que cae en la arena y no vuelve.
En el
trabajo de Él, seguro y bien remunerado, también clasificaba encomiendas y
otras cajas, algunas agonizantes, según la ironía de su pensamiento cuando leía: “CUIDADO – FRAGIL”. De
vez en cuando, se permitía algún gusto, pero como se sabe, los solitarios no
tienen deseos de ningún gusto, y rara vez se lo veía estrenado una prenda o un perfume.
En cambio Ella, en su trabajo veía el
paso fugaz y ligero de personas anónimas.
Por su oficio inseguro, pero mejor remunerado que el de él, cuanto lujo
pudiera darse, se lo concedía, especialmente si trataba de cremas, zapatos o perfumes.
La rutina de
cada uno, por monótona y pesada que fuera, es el anclaje a la realidad que viven,
y cualquier principio de cambio implica un riesgo que no van a correr. Ambos, están inextricablemente unidos por un
sentimiento secreto, escondido en un corazón lleno de grietas donde ha
enquistado la melancolía y la nostalgia. Pero el destino es fatal y forzará un súbito
encuentro.
Una de esas
noches donde la soledad desespera, él, inconciliable con la misericordia del
sueño y en la oscuridad de su cuarto aturdido por su conciencia, premeditó que
al día siguiente, al terminar el trabajo, no volvería a su casa.
El día
siguiente llegó. Y hecho una maraña de nervios, sobrevivió a su trabajo hasta
el último minuto de la jornada.
Hasta aquí,
el destino sigue jugando sin que nadie pueda ver las cartas. Dos historias se desandan por carriles
separados; dos vidas descompaginadas entre ellas, transitan paralelamente un
mismo tiempo.
Después del trabajo se largó por los caminos
del arrabal. Las copas pierden a cualquiera. Lleva su mareo a cuestas, y totalmente decidido, cruzó la esquina que lo separaba del
último bar del callejón, un tugurio de pocas mesas y menos clientes con luces
rojas y azules que dan cuerpo al humo de los fumadores. Acercándose lentamente, sorteando algunas
sillas fuera de lugar, llegó hasta la silueta acordelada de Ella que estaba
sentada sobre un taburete exhibiendo sus largas piernas en la esquina de la
barra. Se miraron y fue suficiente. En la lengua muda de los encuentros pactaron irse
cómplices, sospechosos.
Aquella
noche, en la intimidad de algún habitáculo, el instinto se activó por la fuerza
de la costumbre. Cuando Ella comenzó a
quitarse la ropa como si fuera la primera vez que lo hacía, Él, le pidió que no
lo hiciera, la miró, y le dijo que la necesitaba, y la necesitaba con urgencia.
Ella escuchó, observó y la emoción le
invadió los ojos, entonces él se acercó y le tocó las manos con cariño.
Aquella
noche, él no estuvo solo y Ella no le cobró.
8 comentarios:
muy bueno dani, bien pensado, buen final, !!!! subi mas, un abrazo
soy marco
Gracias Marco! Un abrazo.
Emocionante.Me encanta la danza que le imprimes a este relato.Excelencia.Malala
Malala, gracias, gracias, gracias.
Mi piel se eriza entre tus líneas. Podría leer esta historia siempre :)
Dani! gracias que honor un comentario tuyo. Saludos.
Increíble!!!!! Según lo leo formo parte de él. Lucía
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