Dos
o tres veces por semana Don
Poldo paraba en el bar de la esquina. Le
gustaba sentarse en la mesa de siempre, la del rincón al lado de la ventana; decía
en broma que la ocupaba para espiar a los novios que se juntaban en la plaza, pero
en realidad, Poldo iba al bodegón del barrio por Liliana, la
dueña. Para él, los
mejores días eran aquellos en que llegaba y no había clientes, porque Lili era exclusiva
para conversar con él, le presumía recordándole la primera vez que la vio
llegar al barrio, entonces repetía que nunca había olvidado aquel momento, y
ella se hacía la distraída. Juntos compartían
lindos momentos, charlas de confesionario y el cotilleo nuestro de cada día. Si
algo, a veces brillaba en los ojos de Poldo, era la esperanza de que un día Ella
acepte ser querida por él. El viejo
Poldo deseaba volver a sentir que había alguien que lo esperaba al final del
día, que lo echaba de menos cuando no estaba o que simplemente se preocupara por él con un poco
de cariño, y era ésta mujer en el bar.
Con
el correr del tiempo y como toda mujer madura, la dueña del bar había
desarrollado agudamente el sentido de la observación, y con esto, puesto bajo examen
todo lo que hacía o dejaba de hacer Poldo para conocer cuales eran las
verdaderas intenciones del cortejo, y si bien, siempre dudaba de las
intenciones, cuando él no aparecía por el bar, mandaba algún chico de la
plaza para averiguar si le había pasado algo con la diabetes.
Don Leopoldo
Berezarteaga era del barrio, como la plaza, como la parroquia y como el bar de
Lili. Se lo conocía por bueno y por
caballero. Después de enviudar se volvió
frugal y un poco solitario, pero siempre un tipo macanudo y bien querido por
todos. Se le sabía una sola novia, la
que lo desposó y al año de casados un cáncer se la llevó junto con el embarazo.
En
cambio, si de mujeres fuertes se trataba, Liliana Cortez Ortega era una
campeona, que a fuerza de trabajo y tesón, se había ganado el respeto de los
hombres en el bar y la admiración de las mujeres en el sector. Siempre supo pelear por lo suyo y salir
adelante en todos los momentos adversos de su vida, que no fueron pocos. Crio y educó sola a su único hijo, lo cual le
llenaba de orgullo. Lili había llegado al
barrio cuando apenas era una pibita.
Venía de una familia acaudalada y
muy influyente en las decisiones de políticas de su pueblo. Había perdido a su madre siendo una niña y
aunque intentaba guardar en la memoria los pocos recuerdos que tenía, ya casi
no la podía recordar. Con su padre, le pasaba
todo lo contrario, deseaba olvidarlo, borrarlo de su vida, pero no lo lograba. Sentía su presencia permanentemente, persiguiéndola
en silencio, corrigiéndola en público.
Lili no podía perdonarlo por haberla obligado a mudarse a la casa de su tía
cuando quedó embarazada. Él jamás había podido
superar la muerte de su compañera y pensaba que todo lo que le pasaba a su hija,
era por culpa de su madre ausente. Pero
el papá de Lili, no fue el único hombre que dejó una huella en su vida. El día que abandonaba el pueblo, en el andén
de la estación entre su equipaje y sus sentimientos, hizo lugar en su corazón
para llevarse consigo la promesa de amor eterno que le daba el hombre que en
ese momento llenaba sus sueños, el papá de su hijo, con lágrimas le juraba que
la buscaría, que serían una familia para siempre. Ella amarró su vida a aquella promesa, y lo esperó,
y le mandó cartas, pero no hubo más respuesta que el silencio, hasta que varios
años después, la mañana de un primero de enero, mientras contemplaba el sueño
de su hijo, al que veía crecer como a un río en temporal, se dio cuenta, que su
vida no era sólo el sueño de una familia feliz y sintió que una parte de su
corazón se petrificaba, que algo se le moría; comprendió que la falta de
respuesta era la respuesta, él jamás vendría.
Su vida estaba ahí, frente a sus ojos, podía palparla con la yema de sus
dedos, era real y era ahora; entonces salió de la habitación en silencio y al
salir, cerró su corazón.
Pasaron
varias temporadas. Poldo yendo de
la casa al trabajo y del trabajo al bar con
la ilusión de un amor que no podía alcanzar y una soledad que no se animó a
cambiar; Lili, con la tenacidad de una fiera indomable soportó todo este tiempo
el dolor de mantener una herida abierta para recordarse que no debía olvidar. Pero
ni todo el dolor del mundo podía reprimir que los dos se gustasen como niños y que
se conformasen como adultos con una amistad sincera y dulce que significaba un
regalo de cariño sin riesgos. Una dualidad
los unía aún más, ambos anhelaban que uno diera el primer paso y que el otro lo
siguiera, pero desdeñaban que el amor haya llegado tan tarde.
Ellos,
no lo sabían, el inconfesable temor de cambiar dolor por deseo les vedaba reconocer,
que uno era al otro, la pieza que lo ensamblaba en los engranajes de la vida: Él
deseaba que alguien lo esperara y Ella se preocupaba cuando no aparecía; Lili anhelaba
un compañero que la tratara con dulzura y él se olvidaba de la hora cuando
estaba cerca de Ella; Lili no quería dormir sola y Poldo quería dormir con
Ella; él la imaginaba todas las noches y Ella también, eran uno y el espejo. Lili
soñaba con escuchar que alguien le dijera que
linda estás y Poldo le había escrito un poema que no se animaba a
darle. Ella temía volver a sufrir y él
también. Pero lejos o cerca, uno giraba en
torno al otro, cuando uno engranaba y se acercaba al corazón que tenía por eje,
el otro se alejaba y desangraba un amor irreparable.
El
engranaje que mueve el tiempo no se detiene, es inevitable y en un punto de la rueda,
forzosamente habrá una coincidencia.
Una
mañana, inexplicablemente, Don Poldo descuidó su medicación y se descompensó en
el trabajo. Estuvo internado un mes y un
par de días por un coma diabético. Ese
mismo mes, Lili se desvivía por evitar lo inevitable, que el banco le ejecutara
la hipoteca sobre el bar. Orgullosa como
era, no había dicho nada sobre las deudas del negocio. Cuando Poldo recibió el
alta, sólo llegó a leer el oficio judicial pegado en la puerta del bar “…QUIEBRA/BANCARROTA – JUZGADO DE PRIMERA
INSTANCIA Y 24 NOMINACION DECLARA LA QUIEBRA/BANCARROTA Y ORDENA EL REMATE…”
Tiempo
después, un vecino le contó que Liliana se había mudado a la ciudad donde vivía
su hijo. Don Poldo no dijo nada, se
contestó en un pensamiento: No hubiera sido posible.
2 comentarios:
Historia conmovedora, triste y bella.
Tristísima. Para no repetir.
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