3 de mayo de 2012

Engranajes.


                                                    

Dos o tres veces por semana Don Poldo paraba en el bar de la esquina.  Le gustaba sentarse en la mesa de siempre, la del rincón al lado de la ventana; decía en broma que la ocupaba para espiar a los novios que se juntaban en la plaza, pero en realidad, Poldo iba al bodegón del barrio por Liliana, la dueña.  Para él, los mejores días eran aquellos en que llegaba y no había clientes, porque Lili era exclusiva para conversar con él, le presumía recordándole la primera vez que la vio llegar al barrio, entonces repetía que nunca había olvidado aquel momento, y ella se hacía la distraída.  Juntos compartían lindos momentos, charlas de confesionario y el cotilleo nuestro de cada día.   Si algo, a veces brillaba en los ojos de Poldo, era la esperanza de que un día Ella acepte ser querida por él.  El viejo Poldo deseaba volver a sentir que había alguien que lo esperaba al final del día, que lo echaba de menos cuando no estaba o que  simplemente se preocupara por él con un poco de cariño, y era ésta mujer en el bar.  

Con el correr del tiempo y como toda mujer madura, la dueña del bar había desarrollado agudamente el sentido de la observación, y con esto, puesto bajo examen todo lo que hacía o dejaba de hacer Poldo para conocer cuales eran las verdaderas intenciones del cortejo, y si bien, siempre dudaba de las intenciones, cuando él no aparecía por el bar, mandaba algún chico de la plaza para averiguar si le había pasado algo con la diabetes.  

Don Leopoldo Berezarteaga era del barrio, como la plaza, como la parroquia y como el bar de Lili.  Se lo conocía por bueno y por caballero.  Después de enviudar se volvió frugal y un poco solitario, pero siempre un tipo macanudo y bien querido por todos.  Se le sabía una sola novia, la que lo desposó y al año de casados un cáncer se la llevó junto con el embarazo. 

En cambio, si de mujeres fuertes se trataba, Liliana Cortez Ortega era una campeona, que a fuerza de trabajo y tesón, se había ganado el respeto de los hombres en el bar y la admiración de las mujeres en el sector.  Siempre supo pelear por lo suyo y salir adelante en todos los momentos adversos de su vida, que no fueron pocos.  Crio y educó sola a su único hijo, lo cual le llenaba de orgullo.  Lili había llegado al barrio cuando apenas era una pibita.  Venía de una familia acaudalada  y muy influyente en las decisiones de políticas de su pueblo.  Había perdido a su madre siendo una niña y aunque intentaba guardar en la memoria los pocos recuerdos que tenía, ya casi no la podía recordar.  Con su padre, le pasaba todo lo contrario, deseaba olvidarlo, borrarlo de su vida, pero no lo lograba.  Sentía  su presencia permanentemente, persiguiéndola en silencio, corrigiéndola en público.  Lili no podía perdonarlo por haberla obligado a mudarse a la casa de su tía cuando quedó embarazada.  Él jamás había podido superar la muerte de su compañera y pensaba que todo lo que le pasaba a su hija, era por culpa de su madre ausente.  Pero el papá de Lili, no fue el único hombre que dejó una huella en su vida.  El día que abandonaba el pueblo, en el andén de la estación entre su equipaje y sus sentimientos, hizo lugar en su corazón para llevarse consigo la promesa de amor eterno que le daba el hombre que en ese momento llenaba sus sueños, el papá de su hijo, con lágrimas le juraba que la buscaría, que serían una familia para siempre.  Ella amarró su vida a aquella promesa, y lo esperó, y le mandó cartas, pero no hubo más respuesta que el silencio, hasta que varios años después, la mañana de un primero de enero, mientras contemplaba el sueño de su hijo, al que veía crecer como a un río en temporal, se dio cuenta, que su vida no era sólo el sueño de una familia feliz y sintió que una parte de su corazón se petrificaba, que algo se le moría; comprendió que la falta de respuesta era la respuesta, él jamás vendría.  Su vida estaba ahí, frente a sus ojos, podía palparla con la yema de sus dedos, era real y era ahora; entonces salió de la habitación en silencio y al salir, cerró su corazón.

Pasaron varias temporadas.  Poldo yendo de la casa al trabajo y del trabajo al bar con la ilusión de un amor que no podía alcanzar y una soledad que no se animó a cambiar; Lili, con la tenacidad de una fiera indomable soportó todo este tiempo el dolor de mantener una herida abierta para recordarse que no debía olvidar.   Pero ni todo el dolor del mundo podía reprimir que los dos se gustasen como niños y que se conformasen como adultos con una amistad sincera y dulce que significaba un regalo de cariño sin riesgos.  Una dualidad los unía aún más, ambos anhelaban que uno diera el primer paso y que el otro lo siguiera, pero desdeñaban que el amor haya llegado tan tarde. 

Ellos, no lo sabían, el inconfesable temor de cambiar dolor por deseo les vedaba reconocer, que uno era al otro, la pieza que lo ensamblaba en los engranajes de la vida: Él deseaba que alguien lo esperara y Ella se preocupaba cuando no aparecía; Lili anhelaba un compañero que la tratara con dulzura y él se olvidaba de la hora cuando estaba cerca de Ella; Lili no quería dormir sola y Poldo quería dormir con Ella; él la imaginaba todas las noches y Ella también, eran uno y el espejo. Lili soñaba con escuchar que alguien le dijera que linda estás y Poldo le había escrito un poema que no se animaba a darle.  Ella temía volver a sufrir y él también.  Pero lejos o cerca, uno giraba en torno al otro, cuando uno engranaba y se acercaba al corazón que tenía por eje, el otro se alejaba y desangraba un amor irreparable. 

El engranaje que mueve el tiempo no se detiene, es inevitable y en un punto de la rueda, forzosamente habrá una coincidencia.

Una mañana, inexplicablemente, Don Poldo descuidó su medicación y se descompensó en el trabajo.  Estuvo internado un mes y un par de días por un coma diabético.  Ese mismo mes, Lili se desvivía por evitar lo inevitable, que el banco le ejecutara la hipoteca sobre el bar.  Orgullosa como era, no había dicho nada sobre las deudas del negocio. Cuando Poldo recibió el alta, sólo llegó a leer el oficio judicial pegado en la puerta del bar  “…QUIEBRA/BANCARROTA – JUZGADO DE PRIMERA INSTANCIA Y 24 NOMINACION DECLARA LA QUIEBRA/BANCARROTA Y ORDENA EL REMATE…”    

Tiempo después, un vecino le contó que Liliana se había mudado a la ciudad donde vivía su hijo.  Don Poldo no dijo nada, se contestó en un pensamiento: No hubiera sido posible.        


2 comentarios:

Lic. Gemido dijo...

Historia conmovedora, triste y bella.

Daniel dijo...

Tristísima. Para no repetir.