4 de julio de 2014

Benvenuti a Roma


Hice realidad un sueño. Un sueño que es apenas, una página del libro grande de los sueños. Hoy vi el mundial en la terra di la pasta, il capuccino, la vespa, la camorra y la mejor canción de todos los mundiales de la historia, Italia. Vi el partido en un bar indú de los alrededores del centro cerca de Termini (estación de trenes). Una pena que me perdí casi todo el primer tiempo hasta que logré hacerme entender y prendieran el puto televisor y pudieran enganchar el canal que transmitía el partido de Argentina.

—Prender el televeisore per favore— dije.

—Non, estai loco lui– Contestó el indú.

Claro, después entendí que “prender” significa llevar.

—Argentina – Suiza, culiau– insití.

—ha, aryentina, Maradona, buona carne— respondió el Sr. del bar.

—¡quiero ver el mundial de fútbol, está jugando Argentina, Messi, Mascherano, prendé el tele la concha de la lora!— volví a insistir pacientemente.

Luego de unos minutos de tensión y señas ridículas logré que pusieran el partido. Esta bien que no entendí un carajo a los comentaristas pero verlo me bastaba. Tampoco entendía lo que conversé con unos africanos y para mi que ellos tampoco entendían lo que decían unos marroquíes sobre Messi. El bar era un quilombo. Todos hablaban y gritaban y chupaban birra a dos manos. El fútbol tiene esa magia de unir a los hombres, sus culturas y sus lenguas sin importar las diferencias pero, cuando terminó el partido, el ambiente se puso bastante denso, así que me fui rápidamente al carajo.

Estaba seguro que íbamos a ganar, pero no así, tan miserablemente de pedo. Al final sentí pena por los Suizos, especialmente, por ese que tenía la rodilla al revés. Perder en el último minuto de juego es lo más feo que te puede pasar, es un sello de amargura indeleble que te va a identificar por el resto de tus días. Pero así es son los juegos, lo que importa “es ganar.”

Hace cuatro días que estoy en Roma y hace cuatro días que no voy de cuerpo. Cinco contando el viaje. Me siento “raro” Puede ser culpa de los sanguchitos del avión, o el miedo a volar, o mi claustrofobia o los Rumanos que no dejaban de hablar como si estuvieran por agarrarse a las piñas en cualquier momento, o por el olor a chivo que tenía el francés que se sentó al lado mío — ¡hijo de puta, qué oloron, ojalá que la aduana le revise las axilas!— Pero bueno, lo importante es que llegué entero. Peor hubiera sido volar con cagadera, como me pasó la primera vez que subí a un avión, casi dejo mi cuerpo y, además, me tuve que bancar el enojo de todos los forros que volaban conmigo.

Hablando de cagadas, me olvidé el cargador de la notebook.

De todos modos este viaje es distinto. Algo especial se esconde y puedo intuirlo. No traje expectativas en la valija. Ni siquiera traje valija, vine con la mochila de montaña y un bolsito de mano donde tengo varias lapiceras, cuadernitos de notas y un papel higiénico que no uso.

El convento donde me quedo se llama “Santa Severa di los Dolores” y las monjitas que me hospedan son buena onda, no hablan nada, salvo la que cobra. No entienden un tereso lo que digo y eso está bueno porque digo cualcona cosa e parlo piú di poronga lunga e nesuna capito niente.

Roberta, la madre superiora del convento, debe ser del mil novecinetos y pico antes de cristo y se me hace que tiene varias agachadas porque, para mi, tiene las tetas hechas. Al principio me sorprendi, no lo podia creer, pero despues fui notando que acá viven la dictadura de la moda. Una realidad terrible. Con la que mejor me llevo en el convento es con Donatella, que seria algo asi como un pinche que recien empieza su carrera religiosa y esta pagando derecho de piso, la mandan para todos lados y como vivo preguntando cosas, la tengo al lado mío casi todo el tiempo. Es generosa con la comida y con los horarios, creo que los dos nos caímos bien de entrada. Me ayuda con el vocabulario, me aconseja los mejores lugares, cómo llegar y me lleva el capuccino a la cama. Bueno, no exactamente a la cama, lo deja sobre la mesa del comedor y yo lo busco. Roberta disfruta de oír mi ilustrado cordobés argentino; además le gusta hacerme fotos mientras escribo y de vez en cuando nos fumamos un puchito a escondidas del resto. Parece desubicado pero por es bastante normal, la moda, como todas las dictaduras, tiene sus tiranías adentro. Yo creo que se quedo enganchanda cuando le conte que era “escritor” y que este viaje lo hacia para preparar los detalles finales de mi último libro antes de presentarlo en octubre, desde entonces que hablamos de Roma, el convento y mi libro. Y, la verdad  que estoy fascinado y más engachado que ella, me hace feliz hablar del libro, que me hagan preguntas y contestarlas como si fuera Saramago.

Me estoy quedando sin bateria y siento que estan volviendo las ganas de evacuar.

A “prima vista” Roma es hermosa. Encanta. Roma es una mujer de todos los tiempos. Es apasionada y es inalcanzable. Todavia me falta explorar mas, caminar callejones, deambular en las noches, emborracharme en algun tugurio, perderme, dormir en un parque, que intenten robarme, tener sexo con una monja, dormirme una siesta en la frescura de un museo imponente y silencioso. Todavia me falta encontrarme y terminar el libro.

Me despido con una foto que me gustó y que hizo Roberta mientras escribía en el comedor del convento.

Continuará… (Cuando encuentre un cargador)

Civediamo dopo.    




   

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