3 de julio de 2012

Coincidencias.




Un par de meses atrás se habían conocido en la estación de subtes. Fue la curiosidad de él, la que creó un lazo entre ellos después de verla por primera vez:   Ahí estaba Ella, sentada en mitad de un banco del andén, su espalda erguida, sin auriculares ni periódico, con su cartera en la falda, serena y delicada, como el cristal; invisible y ajena a todas las personas que iban y venían.  La paz de Ella le llegó hasta el corazón de él, sellando esa imagen en un retrato que guardaría en su intimidad como una enseñanza, el resto del día, se sentiría liviano, como feliz, ansioso por verla por otra vez. Y así fue, todos los días, a la misma hora, ella estaba ahí.  
El principio de ésta historia continuó como principio por un tiempo más, ya que gracias al entusiasmo que a él le provocaba pensar en que llegaba la hora de regresar a la estación, aumentaba cada vez que la veía y duraba hasta donde Ella se bajaba, luego, todo era nostalgia por añorar algo que todavía no sucedía, pero eso no interesaba. Él, que jamás pensaba las dudas, sabía que pronto llegaría una señal para acercársele y lo haría, mientras tanto, soñaba.
El fin del principio llegó de repente, y no fue señal ni fue casualidad.  El nudo de éste relato fue una coincidencia: Aquél día, él, no la vio en la estación, pensó que podría estar enferma o que se podría haber demorado en el trabajo, pero prefirió no seguir pensando en todos los posibles motivos, sólo soltó un deseo imaginario con una intención simple: ojalá que se encuentre muy bien, en ese momento, una persona se sentó a su lado, era Ella, para él algo inexplicable, providencial y maravilloso estaba sucediendo, la adrenalina era un folklore que le zapateaba el corazón, la miró a los ojos y sus pensamientos eran más veloces que el tren, hasta que se animó a decir algo,  entonces todos los pensamientos se le cayeron al piso desnudando su inexperiencia en el trato con las mujeres y una corriente de nervios que le habían provocado una tentada y contagiosa risa que inesperadamente la tomó por sorpresa a Ella cuando escuchó con un H-O-L-A tan simpático y  tan sincero que fue imposible de esquivar.  Ambos habían coincidido en una sonrisa auténtica, y hoy cuando se despidan, ninguno podrá negar así mismo que el destino parió un encuentro.
A partir de aquél encuentro, cada uno tuvo compañía en la presencia del otro y creció una relación verdadera. Compartían el viaje, secretos, confidencias, silencios, conversaciones hermosas; aprendían a escucharse, a romper prejuicios, se hacían cómplices. Se aconsejaban películas, libros, y mientras todos corrían en la estación por llegar a tiempo a algún sitio, ellos debatían las causas del aumento del precio de las aceitunas negras rellenas en Brasil.  Las coincidencias crecían todo el tiempo, pero, por sobre todas las coincidencias, ellos habían entendido que se trataba de un encuentro, cada coincidencia encontraba a uno en el otro, él se encontraba en la ternura de ella y ella en la alegría de él como si se conocieran desde todos los tiempos.
¿Qué puede hacerte palpitar así, sino es amor? Era la pregunta que él repetía cada noche antes de dormir, dibujando la respuesta en los ojos de Ella, hasta que un día se lo preguntó y le contestó afirmando lo que sentía:  -claro que es amor, no podría ser otra cosa que amor, él, cuando escuchó la respuesta se quedó en silencio, la contemplaba admirando su belleza, nunca antes había visto tan de cerca una mujer enteramente bella, miraba sus ojos y creía que todo era posible; Ella, respetaba el silencio de él, y también lo contemplaba admirando el valor que veía en sus ojos, nunca había estado enamorada, hasta éste presente, ahora, podía sentir el amor en una mirada y abrazar un alma noble.
-Por favor no sigas, dijo ella interrumpiendo el principio de un beso, le tomó la mano, lo miró dulcemente y continuó: no lo dudes, es amor y es puro, me siento inmensamente feliz y es mejor de lo que lo había soñado, mi corazón no entra en mi cuerpo; me gustas desde antes que me dijeras hola temblando de nervios, te veía todos los días en la estación y me preguntaba como serías, y hoy estás aquí, conmigo y te amo, te amo tanto que no lo puedo explicar; entraste en mi vida a cumplirme un sueño que había olvidado, gracias a ti, sé lo que es ser una mujer hermosa y amada, porque tu eres hermoso y amado, y éste sentimiento es infinito aunque no sea nuestro tiempo. Te amo desde la libertad y debes irte libre de aquí, sé que nunca preguntaste mi edad, porque eres un caballero, pero tengo más de sesenta y tu menos de veinticinco, no puedes esperar nada de mi, ni Yo de ti, debes seguir adelante con tu vida, y si me amas, por favor no repares en mis palabras ni en mis lagrimas, sólo ve feliz y lleva el orgullo de haber hecho conocer el amor a una mujer que se había perdido en el tiempo. Él, después de escucharla con el corazón, cayó con el estómago y sólo respetó en silencio, no lloró sino hasta llegar a su casa.
Al otro día, un tren a Carabobo pasa por Congreso, el mismo caos de siempre, pero alguien invisible ya no espera.   

     
  
     

            
      

3 comentarios:

Carlitos dijo...

Excelente amigo!

Anónimo dijo...

esto se va perfeccionando y la lectura se disfruta mucho!! sigue adelante!!!

Daniel dijo...

Gracias!!