Hice
realidad un sueño. Un sueño que es apenas, una página del libro grande de los sueños.
Hoy vi el mundial en la terra di la pasta, il capuccino, la vespa, la camorra y
la mejor canción de todos los mundiales de la historia, Italia. Vi el partido
en un bar indú de los alrededores del centro cerca de Termini (estación de
trenes). Una pena que me perdí casi todo el primer tiempo hasta que logré
hacerme entender y prendieran el puto televisor y pudieran enganchar el canal
que transmitía el partido de Argentina.
—Prender
el televeisore per favore— dije.
—Non, estai
loco lui– Contestó el indú.
Claro,
después entendí que “prender” significa llevar.
—Argentina
– Suiza, culiau– insití.
—ha, aryentina,
Maradona, buona carne— respondió el Sr. del bar.
—¡quiero
ver el mundial de fútbol, está jugando Argentina, Messi, Mascherano, prendé el
tele la concha de la lora!— volví a insistir pacientemente.
Luego de unos minutos de tensión y señas ridículas
logré que pusieran el partido. Esta bien que no entendí un carajo a los
comentaristas pero verlo me bastaba. Tampoco entendía lo que conversé con unos
africanos y para mi que ellos tampoco entendían lo que decían unos marroquíes
sobre Messi. El bar era un quilombo. Todos hablaban y gritaban y chupaban birra
a dos manos. El fútbol tiene esa magia de unir a los hombres, sus culturas y
sus lenguas sin importar las diferencias pero, cuando terminó el partido, el
ambiente se puso bastante denso, así que me fui rápidamente al carajo.
Estaba
seguro que íbamos a ganar, pero no así, tan miserablemente de pedo. Al final sentí
pena por los Suizos, especialmente, por ese que tenía la rodilla al revés. Perder
en el último minuto de juego es lo más feo que te puede pasar, es un sello de
amargura indeleble que te va a identificar por el resto de tus días. Pero así
es son los juegos, lo que importa “es ganar.”
Hace
cuatro días que estoy en Roma y hace cuatro días que no voy de cuerpo. Cinco
contando el viaje. Me siento “raro” Puede ser culpa de los sanguchitos del
avión, o el miedo a volar, o mi claustrofobia o los Rumanos que no dejaban de
hablar como si estuvieran por agarrarse a las piñas en cualquier momento, o por
el olor a chivo que tenía el francés que se sentó al lado mío — ¡hijo de puta,
qué oloron, ojalá que la aduana le revise las axilas!— Pero bueno, lo
importante es que llegué entero. Peor hubiera sido volar con cagadera, como me
pasó la primera vez que subí a un avión, casi dejo mi cuerpo y, además, me tuve
que bancar el enojo de todos los forros que volaban conmigo.
Hablando
de cagadas, me olvidé el cargador de la notebook.
De todos modos este
viaje es distinto. Algo especial se esconde y puedo intuirlo. No traje expectativas en la valija. Ni siquiera traje
valija, vine con la mochila de montaña y un bolsito de mano donde tengo varias
lapiceras, cuadernitos de notas y un papel higiénico que no uso.
El
convento donde me quedo se llama “Santa Severa di los Dolores” y las monjitas
que me hospedan son buena onda, no hablan nada, salvo la que cobra. No
entienden un tereso lo que digo y eso está bueno porque digo cualcona cosa e
parlo piú di poronga lunga e nesuna capito niente.
Roberta,
la madre superiora del convento, debe ser del mil novecinetos y pico antes de
cristo y se me hace que tiene varias agachadas porque, para mi, tiene las tetas
hechas. Al principio me sorprendi, no lo podia creer, pero despues fui notando
que acá viven la dictadura de la moda. Una realidad terrible. Con la que mejor
me llevo en el convento es con Donatella, que seria algo asi como un pinche que
recien empieza su carrera religiosa y esta pagando derecho de piso, la mandan
para todos lados y como vivo preguntando cosas, la tengo al lado mío casi todo
el tiempo. Es generosa con la comida y con los horarios, creo que los dos nos
caímos bien de entrada. Me ayuda con el vocabulario, me aconseja los mejores
lugares, cómo llegar y me lleva el capuccino a la cama. Bueno, no exactamente a
la cama, lo deja sobre la mesa del comedor y yo lo busco. Roberta disfruta de oír
mi ilustrado cordobés argentino; además le gusta hacerme fotos mientras escribo
y de vez en cuando nos fumamos un puchito a escondidas del resto. Parece
desubicado pero por es bastante normal, la moda, como todas las dictaduras,
tiene sus tiranías adentro. Yo creo que se quedo enganchanda cuando le conte
que era “escritor” y que este viaje lo hacia para preparar los detalles finales
de mi último libro antes de presentarlo en octubre, desde entonces que hablamos
de Roma, el convento y mi libro. Y, la verdad que estoy fascinado y más engachado que ella,
me hace feliz hablar del libro, que me hagan preguntas y contestarlas como si
fuera Saramago.
Me estoy
quedando sin bateria y siento que estan volviendo las ganas de evacuar.
A “prima
vista” Roma es hermosa. Encanta. Roma es una mujer de todos los tiempos. Es
apasionada y es inalcanzable. Todavia me falta explorar mas, caminar
callejones, deambular en las noches, emborracharme en algun tugurio, perderme,
dormir en un parque, que intenten robarme, tener sexo con una monja, dormirme
una siesta en la frescura de un museo imponente y silencioso. Todavia me falta encontrarme
y terminar el libro.
Me
despido con una foto que me gustó y que hizo Roberta mientras escribía en el comedor del
convento.
Continuará…
(Cuando encuentre un cargador)
Civediamo
dopo.
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