Él me gritó primero: “si manejás así vas a chocar todos los
días, culiao”. Entonces yo le contesté: “con tu mamá me voy chocar todos los
días”. La verdad es que nunca me imaginé que iba a frenar dar la vuelta y
empezar a seguirme como energúmeno. Tampoco había visto que eran como cinco adentro
del auto. Yo iba solo. Más vale que aceleré y me fui a la mierda. Creí que en
dos cuadras iban a dejar de seguirme y hasta ahí me hacía gracia la situación,
pero no. Me empecé a asustar cuando crucé la Colón en rojo porque si frenaba me
alcanzaban. Casi levanto un par de peatones y por poco no le doy a un colectivo.
Los tipos me seguían en un fiat 128 y ya casi me habían alcanzado, por la ventanilla
sacaban palas y me amenazaban. Yo aceleré más, no me animaba a usar el celular
para llamar a la policía porque tenía miedo de chocar, así que trababa de ver
si cruzaba algún patrullo mientras intentaba perderlos de vista. Pero los hijos
de puta me alcanzaron y me chocaron el paragolpe. Así que me olvidé de la
policía y aceleré más, pero, para cuando me di cuenta, ya me había perdido en Villa Páez. Doblé a la
derecha, doblé de nuevo, doblé a la izquierda, vi la cancha de Belgrano y
después me perdí. Las calles eran pasajes cortos y angostos hasta que entré en
uno sin salida. Se me heló el pecho. Había un rastrojero abandonado y me
estacioné detrás para esconderme. El auto que me seguía no aparecía, pensé que
había zafado, pero después me di cuenta que si aparecían estaba al horno. Qué
pelotudo, pensé. Tenía tanto miedo que
no me di cuenta de llamar a la policía en ese momento. Ahora me preocupaba el
lugar, lo único que faltaba era que me asaltaran. Pasaron unos minutos, no sé
cuánto, iba a bajar del auto y cuando bajé aparecieron, todavía no me habían
visto le estaban preguntando a unos nenitos que jugaban en la esquina si habían
visto un auto blanco, sí, ahí está, y me señalaron. Pendejos de mierda. ¡Ahí
está! ¡ahí está, es él! Escuché que empezaron a gritar y las puertas que se
abrieron. No sé cómo, pero corrí hasta el final de la calle que no habrán sido
más de 20 metros, salté unas vallas de obra y empecé a caer y caer y caer hasta
que sentí que mis pies, mis rodillas y hasta mi cintura se mojaban y quedaban
empantanadas en un barro fangoso, podrido. Lo primero que sentí fue el olor.
Olía a mierda concentrada. Después observé un pedazo de barro con forma de
sorete y entré en pánico. Estaba enterrado en bosta. Pura caca me rodeaba.
Empecé a gritar como una nena histérica. Los guasos del 128 rodearon el pozo de
bosta, no podían creer lo que veían, algunos hacían arcadas, otros decían que
estaba bien, al final, cuando me vieron llorar, se solidarizaron y la pala me
ayudaron a salir. El lugar se llenó de
chismosos, unos vecinos sacaron una manguera, trapos viejos y me dieron una
mano para limpiarme. Los del auto se fueron sin decir
nada.
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