No hay como un brote de locura. Un desborde tal que el cuerpo no contenga, un volcán que parta el pecho, que llene los ojos de agua. Que explote o que explote.
No hay como tirarle un baldazo de agua fría a la vecina
y reírse hasta mañana.
La carne me sacude al ritmo de un ritmo que no escucho,
mis pies bailan prófugos del ridículo, zapateo y doy saltitos porque estoy
enajenado de alegría.
No hay como tirarse un pedo y dejarlo al lado del abuelito.
Mi garganta se expande, quiere cantar y canta lo que
le da la gana, mezcla las canciones, salen sonidos inhumanos, compases y murgas.
Los pelos de mi cabeza se agitan y bailan en ronda o de dos en dos. Desapareció mi puesto
de trabajo y yo aparecí arriba de un escenario, soy mi recital y soy
mi público, soy el videito más visto del mundo, estoy en el instante santo de
despertar en la realidad feliz, aunque el cliente que espera en el mostrador piense que estoy de remate, él, puede esperar o puede irse asustado, pero también puede elegir
bailar.
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